La Cuarta Pared

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Gattaca

Gattaca

“Del menos es más, al más hormigón, solo hay una fina línea de nucleótidos bien organizados

Recuerdo que esta película me impactó mucho en su momento. A parte de por su trama y temática filosófica, a caballo entre el género distópico y el thriller, su atmósfera y ambiente futurista cyberpunk me cautivó. Por aquellos años me encontraba yo en mis primeros años de carrera en la escuela de arquitectura, y me pasaba los días empapándome de las obras de los grandes maestros del movimiento moderno. Le Corbusier, Niemeyer, Luis Kahn, Mies o Gropius eran de obligado consumo hasta aprender de memoria los trazos de sus plantas y secciones, pero gracias a la asignatura de composición arquitectónica y a su libro de cabecera “Después del movimiento moderno” de José María Montaner, pudimos ver que había algo más allá de Brasilia y de Chandidarh.

El brutalismo que surgió en los años 50, evolución directa de esta arquitectura del movimiento moderno, minimalista, geométricamente pura y sobria hasta lo descarnado empezó a extenderse por un mundo en efervescente desarrollo impulsado por la reconstrucción de la posguerra y por la descolonización de África.

Fue una época gloriosa para los arquitectos y su afán experimental, en el que grandes sumas de inversión pública sin afán de retorno regaron con generosidad el ego y la imaginación de muchos, en clara pugna por alcanzar la gloria. Universidades, edificios gubernamentales, monumentos y mausoleos, bibliotecas o iglesias empezaron a desnudarse hasta llegar al frío y contundente hormigón, en el que la escala de lo doméstico queda arrinconada, haciendo al habitante más pequeño e indefenso ante la formidable obra que le permite vivir.

En España, Carvajal, Oiza, Higueras o el camaleónico Bofill, bebieron de la fuente del hormigón. Sus obras son auténticos iconos culturales que han envejecido bien, y que despiertan por igual admiración y desprecio. Es lo que tiene el brutalismo. O te emociona o te provoca dolor de estómago.

Los escenarios en los que se ambienta la película de Gattaca, responden a esa idea casi nihilista que el brutalismo persigue. Una total ausencia de ornamento y atrezo, limpieza formal, minimalismo geométrico y materialidad contundente, que representa una época que pretende ser atemporal y en el que todo está programado y ordenado con un fin concreto. La especie desvinculada del humanismo individual en favor de un sistema o una máquina perfecta que se estructura como una cadena de ADN. Perfecta… hasta que aparece alguna mutación no controlada.

La cabaña abandonada

La cabaña abandonada

“… nos cuenta, a través de su materialidad, el cariño y el trabajo que fueron necesarios para levantarla

Virgilio es un joven youtuber aficionado al mundo de la detección metálica, a través de infinidad de videos en su canal, narra aventuras tan variopintas como buscar tesoros escondidos por todo el mundo, mostrar el mercado de la minería en África o restaurar una autocaravana antigua. Hace un tiempo decidió comprar una pequeña cabaña abandonada con más de 100 años de antigüedad y perdida en lo alto del monte para restaurarla poco a poco con sus propias manos. Virgilio se caracteriza por tener cierto conocimiento del mundo rural y, a priori, pese a parecer una tarea complicada, el plan parecía ambicioso pero asumible.

La cabaña era una especie de establo pero muy bien construido. Cuatro grandes muros de piedras soportan una cubierta de vigas de madera a dos aguas protegida por una gran cantidad de tejas de una pizarra preciosa. A decir verdad, la cabaña, a pesar de llevar muchos años abandonada, nos cuenta, a través de su materialidad, el cariño y el trabajo que fueron necesarios para levantarla. Sufre las patologías propias de la edad, pero seguro que goza de una salud que muchas construcciones actuales solo alcanzan a soñar.

Eso sí, no cuenta con ningún tipo de instalación, ni siquiera un sistema para recoger el agua de lluvia, la cabaña solo era una especie de refugio temporal para animales, así que, además del bebedero que corona la pared del fondo, el resto era un simple almacén. La misión requeriría de cierto conocimiento en construcción, saber que es un tubo de drenaje, una lámina geotextil, una arqueta, o incluso, cómo hacer hormigón. Sin embargo, la cuestión fundamental se concentra en saber tratar bien la piedra, porque diseñar un esquema de saneamiento funcional se puede aprender leyendo blogs de construcción o incluso preguntándole a Chat GPT, pero, conocer el tacto de cada piedra solo con mirarla y tener la destreza necesaria para infundir el golpe justo para quebrarla en el punto clave solo lo dan la experiencia. Cualquier tipo de trabajo artesanal implica tiempo, todos podemos colocar un ladrillo encima de otro, pero pocos conocen el secreto para que una pared aguante 100 años en pie.

A veces siento que no conozco realmente el oficio con el que me gano la vida, por eso estoy pensando en irme al monte a vivir un par de años y cambiar el ordenador, los papeles croquis y los bolígrafos de punta fina por una paleta, un casco y un lápiz de mina gorda.

Si mi abuelo levantara la cabeza

Si mi abuelo levantara cabeza

“Las posibilidades creativas y las potencialidades de estas nuevas herramientas están por descubrir

La Inteligencia Artificial (IA) ha venido transformando varios aspectos de nuestras vidas en los últimos años, y la arquitectura no es la excepción. Esta tecnología ha abierto nuevas posibilidades para los arquitectos y diseñadores, permitiéndonos explorar formas innovadoras y eficientes de construir y diseñar edificios.

Una de las principales formas en que la IA está cambiando la arquitectura es a través del diseño generativo. Con esta técnica, la IA puede generar diseños arquitectónicos automáticamente, lo cual permite a los arquitectos explorar miles de opciones en un corto período de tiempo. Esto no solo acelera el proceso de diseño, sino que también abre nuevas posibilidades creativas. Los arquitectos pueden probar y experimentar con diseños que nunca antes habían considerado, lo que a su vez puede llevar a soluciones más eficientes y sostenibles. La clave es no ver a la IA como un reemplazo o sustituto, si no como una herramienta que amplía las capacidades creativas.

Ya existe alguna experiencia al respecto. Tal vez la más conocida es el edificio llamado «The Living», en Nueva York, diseñado utilizando algoritmos de IA y técnicas de modelado paramétrico.

En el campo de la simulación los avances de las IA son asombrosos. Con la ayuda de la IA, los arquitectos podemos modelar el comportamiento de un edificio en diferentes condiciones climáticas y ambientales. Las ventajas a la hora de predecir el consumo de energía y los costos de operación son innegables y ayudan a diseñar edificios más resistentes y seguros.

Eficiencia energética, sostenibilidad, control domótico, gestión de operación, conservación y mantenimiento… El abanico de potencialidades en el que una IA puede aportar eficacia y optimización de recursos es inabarcable y completamente escalable. Hace años que los sensores y sistemas de automatización están presentes en nuestros edificios. Es solo dar un pequeño paso más. Permitir que las IA controlen y gestionen los recursos a nuestro alcance.

La IA va a revolucionar la forma en que los arquitectos diseñan y construyen edificios. Desde el diseño generativo hasta la simulación de edificios, la eficiencia energética y la construcción robótica, se beneficiarán de las nuevas posibilidades creativas que la IA ofrece. La IA ha venido para quedarse. La cuestión es, ¿Puede esto ser una amenaza?

Este artículo ha sido generado íntegramente por la IA Chat GPT.

La comodidad

La comodidad

“Entendemos que la intimidad del hogar debe ser cómoda, relajada. Es nuestro búnker

Lo cómodo es abrir la puerta del portal con el pie, no afrontar los problemas de cara o guardar directamente todos los archivos en el escritorio del ordenador. La comodidad se funde con la facilidad, el pasotismo o la desgana. Quizás por eso nos encanta, porque no supone un desgaste de energía, y nuestra biología está diseñada para castigarnos con 8 horas de sueño cada día para poder continuar en pie afrontando nuestros problemas cotidianos.

Actualmente se exige cierta comodidad a la arquitectura pero nunca ha sido su tema principal, sino más bien la solidez, el refugio y la representatividad. Al estudiar obras del pasado como podrían ser los palacios renacentistas o las viviendas romanas, nos cuesta imaginar cómo podrían vivir allí sus habitantes, sin un apacible sofá en el que tirarse a la bartola a ver Netflix, una bombillas led que se enciendan con la voz o una simple nevera repleta de tabletas de chocolate abiertas.

Porque lo cómodo siempre es lo fácil, lo que no supone esfuerzo. La comodidad implica relajación, no solo física sino mental, un estado de letargo que nos hace vulnerables a cualquier peligro. Entendemos que la intimidad del hogar debe ser cómoda, relajada. Es nuestro búnker. Pero en la vivienda se realizan un sinfín de acciones, desde las más sencillas hasta las más emotivas, y todas ellas bajo el amparo del mismo techo y las mismas cuatro paredes. Sin embargo, si ese techo es considerablemente alto, por muy confortable que sea tu sillón, ese espacio genera tensión y te invita a estar alerta, mientras que, si nuestro techo es tan bajo que casi no entramos de pie, genera intimidad y confianza.

Buscar la comodidad a veces nos hace recorrer un camino empedrado. Nos acostumbra a esconder la suciedad debajo del sofá, a pasar el plumero por los libros sin retirarlos para limpiar en profundidad la estantería o simplemente a consumir comida precocinada de microondas con tal de no implicarnos en la cocina aunque tengamos todo el tiempo del mundo para hacer una paella mixta. Esta actitud nos permite ahorrar algo de energía en ese instante, pero juega en nuestra contra con el transcurso del tiempo. Lo cómodo es sentarte en el escritorio con la espalda encorvada y las piernas cruzadas, pero ya nos pasará factura a los 70 años.

Ex machina

Ex machina

“Sorprende la dicotomia entre el nivel de complejidad de los proyectos de hoy y lo parecidas que son las obras a las de los años 70

Hoy día, en arquitectura parece impensable que se pueda resolver nada sin el empleo de potentes ordenadores y complejos programas informáticos. A poco que uno se ponga a redactar el proyecto de un pequeño gallinero, acabará elaborando un documento técnico cargado de memorias de cálculo, justificaciones normativas de obligado cumplimiento y una ingente cantidad de planos, con detalles constructivos y esquemas de instalaciones para parar un tren. Georreferencias para catastro, modelo energético y acústico, volumetrías e infografías varias, nada puede faltar. Y todo esto para que casi siempre, Pepe el de la furgoneta, que sabe más de gallineros que el Koala, acabe construyendo el corral de oído y a sentimiento sin abrir el proyecto, redactado para mayor gloria del técnico municipal de turno, al que le faltará tiempo para buscar si falta alguna coma en la tabla 4 de la página 345.

Y es que los medios y las máquinas han potenciado que los proyectos y documentos se compliquen documentalmente de forma desmesurada. Resulta muy sorprendente la dicotomía entre el nivel de complejidad que se ha alcanzado en los proyectos y lo parecidas que son las obras y los edificios de hace 70 años. Todo ello por culpa de y gracias a “las máquinas”

Si sacamos de la ecuación a las grandes obras de la arquitectura y la ingeniería de la antigüedad, sostenidas en gran medida por el conocimiento empírico, la tradición heredada y el ingenio de los grandes maestros, o aquellas obras más contemporáneas que han requerido del empleo de herramientas informáticas complejas para su gestación e ideación, como el mítico museo Guggenheim de Bilbao, al final los proyectos acaban siendo hijos de sus circunstancias, y se alejan de la máxima de Mies de que “menos es más”. Y es que las potentes herramientas de procesamiento de datos, de cálculo y de diseño asistido invitan a ello. Y la burocratización no iba a quedarse atrás. Más madera.

Cuando los medios eran más limitados y costosos, los proyectos eran documentalmente sintéticos, y optimizados. Con la economía de medios como necesidad, pues no había ni ordenadores ni fotocopiadoras, un edificio complejo, trabajado y racionalmente diseñado se explicaba en apenas una memoria de 30 páginas, un estadillo de mediciones y media docena de planos. Y ahí están hoy muchos de estos edificios mirando en plena forma desde las alturas como se levantan sus nietos sobre más papeles que ladrillos.

La sopa de ajo

La sopa de ajo

“Porque construir de manera vernácula no solo es elvantar muros de tierra compactada en África

La construcción tradicional siempre se ha visto ligada a materiales naturales, métodos constructivos de otra época o cuestiones superficiales ligadas a la cultura local como ornamentaciones, composiciones cromáticas y decorados clásicos. Sin embargo, la arquitectura vernácula va un paso más allá, no se trata solo levantar muros de tierra compactada en África o cubiertas inclinadas de madera en el norte de Europa, la construcción tradicional no consiste únicamente en replicar procesos antiguos, sino en resolver las cuestiones constructivas utilizando los materiales y procesos que se tengan más a mano en la actualidad. Arquitectura vernácula es utilizar encimeras de Silestone y pavimentos de mármol de Macael en Almería, revestimientos cerámicos en suelos y paredes en Villarreal o levantar la estructura de hormigón armado si todos los constructores de tu zona únicamente tienen los medios técnicos y materiales para este tipo de estructuras. 

Independientemente de los sistemas constructivos, existen otras cuestiones un poco más etéreas pero que también definen, sin ninguna duda, en qué consiste trabajar de manera tradicional y que poco tienen que ver con acabados y materiales. Hablamos de soluciones espaciales que resuelven cuestiones climáticas de la zona, volúmenes que se integren de una manera lógica en su entorno inmediato o programas que se adaptan a la perfección a los modos de vida de la gente perteneciente a una comunidad en concreto.  

La arquitectura vernácula va más allá de una vivienda castreña circular en Galicia o una casa de techos planos y encalada en blanco en el Mediterráneo. Al igual que nuestros gustos pueden ser cambiantes a lo largo del tiempo, las formas de vida y las sociedades también. Las ciudades del antiguo Egipto poco tienen que ver con las actuales, aunque el clima sea muy parecido y el Nilo siga siendo el eje principal del país. Las formas de vida cambian, los avances tecnológicos se expanden e incluso la manera en la que habitamos la vivienda se ve obligada a adaptarse al ritmo de vida moderno. 

Muchas de las obras vernáculas españolas podrían llegar a cambiar el famoso eslogan “menos es más” de Mies van der Rohe por el de “hacer más con menos” que tanto consiguieron interiorizar nuestros abuelos en la época de la posguerra con la cocina de aprovechamiento tan habitual de mediados del siglo XX y donde nacieron absolutas maravillas como el salmorejo o la sopa de ajo. 

El número de oro

El número de oro

“Si uno se empeña en encontrar lo que busca, buscará lo que encuentre

Reconozco que el tema sobre el que voy a escribir hoy me perturba. No soy objetivo y lo reconozco. Y tal vez ello se deba a la, en mi opinión, enfermiza obsesión con la proporción áurea que tenía mi profesor de análisis de formas arquitectónicas de la Escuela de Arquitectura, que era algo así como el dibujo arquitectónico de segundo año.

En el campo de las matemáticas, hay algunos números con nombre propio que presentan ciertas características que los hacen especiales y únicos. Son elegantes singularidades matemáticas y filosóficas. Algunos son muy conocidos como los irracionales números “Pi”,  y “e” (número de Euler).

Estos dos números, presentes en las ecuaciones más elegantes de la física y la matemática, tienen un sentido y una razón práctica que los convierte en herramientas fundamentales para el desarrollo de la ciencia. Se han ganado a pulso ocupar su propia tecla en las calculadoras científicas.

Pero si hay un número con nombre propio y con pretensiones de convertirse por derecho de nacimiento en el rey supremo de todos ellos, este es el número “phi” o como mejor se le conoce, número de oro.

Este número, que no es más que la razón o proporción entre dos subsegmentos de una recta que cumplen una determinada condición y que presenta una serie de curiosidades de tipo matemático, llamó mucho la atención de los primeros proto matemáticos griegos, y en especial de Euclides, padre de la geometría. Cuestiones de orden más mitológico y teológico convirtieron este número o razón de proporcionalidad en algo cuasi divino. El número de oro es algo así como el número con el que los dioses o Dios han construido toda la naturaleza, y que por lo tanto ha de ser la base del canon de belleza universal.

En la arquitectura, en la música, en la poesía, pintura o escultura, a poco que uno se esfuerce, encontrará el susodicho número de oro. En la Gioconda, en el David de Miguel Angel, en la fachada del Partenón o en la cabalgata de las Valkirias nos lo encontramos. Pero también lo queremos ver en la concha de un nautilus, en los pétalos de una flor o en el desarrollo espiral de las semillas de un girasol. Y es que el sesgo de confirmación nos hace encontrar lo que queremos buscar.

Me pasé casi un año de carrera buscando rectángulos áureos en las fachadas de la ciudad de Granada, en las plantas de las iglesias renacentistas y en los mosaicos de la Alhambra. Y a poco que uno se empeñase en aprobar, encontraba rectángulos áureos hasta en la sopa.

El telón de fondo

El telón de fondo

“Detrás de la fantasía evocadora que provocan las formas orgánicas del museo, se encuentra un volumen silencioso

En 1959, tras un largo proceso proyectual y una intensa obra, se inauguró por fin, frente al Central Park, en la Quinta Avenida con la 89 de Manhattan, el famoso Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York. Un hito de la arquitectura moderna, un cambio de paradigma en la tipología museística convencional planteada cientos de años atrás, una de las grandes obras maestras de uno de los grandes maestros de la historia de la arquitectura, Frank Lloyd Wright. Sin embargo, no es el proyecto del que vamos a hablar hoy, sino de su telón de fondo.

Detrás de la fantasía evocadora que provocan las formas orgánicas del museo, se encuentra un volumen silencioso, un fondo neutro con la única misión de servir a la obra maestra. Una pantalla rectangular que se yuxtapone al famoso cono invertido pero que consigue pasar desapercibido, incluso resaltar aún más la singularidad de la obra de Wright. Se trata de un bloque de color caliza y prácticamente ciego, con una sutil trama ortogonal en su fachada principal y que combina a la perfección con la contundencia de su forma de prisma regular.

Los árboles necesitan una pared para ver descansar su sombra y el socarrat necesita la presencia del resto de la paella para convertirse en el mejor bocado de todo el plato. El contraste, a todos los niveles, es pieza fundamental para transmitir emociones. Desde los claroscuros hasta la vegetación verde y las paredes rosas de Barragán, la oposición de colores, formas o conceptos han conseguido siempre reforzar la contundencia de una propuesta.

La pantalla recta tras el cilindro curvo parece la opción perfecta para resolver el fondo del famoso museo. En realidad, el peculiar encaje urbano del volumen circular en la bien estructurada retícula urbana de la ciudad siempre ha resultado conmovedor.

La ampliación de Gwathmey Siegel del año 1992 consiguió su objetivo de desaparecer del imaginario colectivo que supone toda esta obra. Pocos son los visitantes que apenas llegan a percatarse de su presencia. La gran mayoría, borrachos por el recorrido helicoidal descendente o la tensión que provoca el espacio interior, no reparan en él. Aunque, curiosamente, este concepto no deja de ser una idea original del propio maestro y que ya encontrábamos en algunos de sus dibujos, en los que, anticipándose a las posibles ampliaciones para exposiciones permanentes, anunciaba a bombo y platillo que todo teatro necesita su decorado.

Con carburador Stromberg Downdraft

Con carburador Stromberg Downdraft

“Esa dual sensación de orgullo y decepción al mismo tiempo

Es una sensación agridulce para mí. Y supongo que a muchos les pasará lo mismo. Cuando veo en el cine alguna película rodada en Almería sin ser Almería en la gran pantalla, siento una enorme emoción e ilusión y una irrefrenable necesidad de decir, “Esa es la playa de Mónsul”, “¡La plaza de la catedral!”, yo he estado ahí doscientas mil veces. Pero a la vez siento como que pierdo la magia y veo el trampantojo. Eso no es la ciudad de Mesina. ¡Eso no son los Alpes austriacos, sino el Puerto de la Mora! Es una mezcla que creo que en el fondo se neutraliza.

A mí me cuesta muchísimo cuando veo un western setentero, tomar conciencia de que la acción se desarrolla en el desierto arizónico, en Texas o Nuevo México. Soy incapaz de no reconocer la silueta de Sierra Alhamilla en el horizonte. Esa luz y ese cielo sin nubes me son tan familiares que cuando veo a Charles Bronson, mano firme preparada para desenfundar el colt con cara de pocos amigos bajo el ala de su sombrero tejano, casi le oigo decir “Queee socio, parece que refresca un poquillo, noooo?”

Aún recuerdo como si fuese ayer, un día de finales de los años 80, en el que estábamos en casa de un compañero de colegio en su casa de la calle Arapiles, asomados por la ventana y viendo como una inmensa grúa izaba un flamante Rolls Royce Phantom II para introducirlo por el interior del patio de la escuela de Artes. Se rumoreaba que estaba por aquí Steven Spielberg y que se estaba rodando nada más y nada menos que una película de Indiana Jones. Era algo que costaba creer. Todos los niños de la época ya sabíamos que en Almería se habían rodado películas del Oeste o hasta Lawrence de Arabia, pero nos sonaba a algo lejano. A batallitas del abuelo.

Aquello fue épico para mí. Y cuando un año después pude ver la película en el cine sin saber en qué momento sucedería, ni de qué manera, la escena del Rolls Royce, de 4.3 litros, 300 caballos y con carburador Stromberg Downdraft paró el tiempo para mí. Allí estaba el claustro de la Escuela de Artes, con sus dos reconocibles palmeras y sus galerías porticadas. Tal cual, sin adornos ni atrezzo alguno. Otra vez esa dual sensación de orgullo y decepción al mismo tiempo.

Cosa distinta deben de sentir o experimentar los habitantes de Nueva York, que es la ciudad en la que más películas se han rodado en la Historia., Nueva York hace de Nueva York. No necesita disfrazarse de Estambul, o de una ciudad siciliana.

Reparar, rehabilitar y reformar

Reparar, rehabilitar y reformar

“La Neue Nationalgalerie, un edificio arraigado al clasicismo pero ejecutado en acero y vidrio

Recientemente, el mundo ha sido testigo de la reapertura de la única obra en Berlín del famoso arquitecto alemán Mies van der Rohe tras su largo exilio en Estados Unidos motivado por la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la Neue Nationalgalerie, un edificio arraigado al clasicismo pero ejecutado con acero y vidrio y que resume, de una manera muy concisa, todos los conceptos que Mies desarrolló a lo largo de su carrera.

Una imponente cubierta cuadrada y apoyada únicamente en 8 pilares que, además, no se sitúan en las esquinas, protege a un gran espacio diáfano únicamente flanqueado por vidrio en sus cuatro fachadas. Una transparencia impropia de la época pero que ya venía introduciéndose en el mundo de la arquitectura a través de los grandes rascacielos de Chicago. El proyecto es singular por la contundencia de la idea, pero sobre todo, por la delicadeza a la hora de su ejecución. Los detalles constructivos, los encuentros en esquina y la perfecta modulación de sus partes, manifiestan una preocupación notoria por la materialidad de la obra. A pesar de su famosa frase “menos es más”, en este caso, deberíamos reseñar otra de sus grandes citas: “Dios está en los detalles”.

El edificio fue inaugurado en 1968 y a pesar del amor por la técnica, en 2012 la oficina de David Chiperfield comenzó con las labores de remodelación que se han visto prolongadas hasta 2021. Los vidrios crujían por los cambios de temperatura, las piezas de piedra del pavimento se resquebrajaban y el sistema de climatización no era del todo acertado para los tiempos que corren. Se han necesitado casi 10 años de delicadas actuaciones para devolver al edificio a su estado original y asegurarse de que vuelva a permanecer intacto otros 50 años. 

El propio Chiperfield narra lo difícil que ha sido asumir el valor patrimonial de ciertos elementos constructivos con una fecha tan reciente. Nadie se escandaliza por reparar una moldura del siglo XVIII, pero es complicado interiorizar la importancia de una losa de piedra de los años 60 y por qué es importante repararla y no sustituirla por una actual. Han sido cerca de 35.000 elementos los que fueron retirados con sumo cuidado para su reparación y sin embargo, en la misma ciudad, nos encontramos con el Altes Museum, obra de Friedrich Schinkel y que data del 1823, construido en piedra y fuente de inspiración de Mies. Si no fuera por los incendios que asolaron Berlín en la guerra, seguiría inmaculado, como hace 200 años.

El código que valía millones

El código que valía millones

“David frente a Goliat en una contienda millonaria que pudo cambiar el mundo de manos

A veces me disperso delante de la pantalla del ordenador. Y de esto creo que tienen la culpa un par de frikis alemanes, que a comienzos de los años 90 del pasado siglo, desarrollaron una idea que ha cambiado el mundo tal y cómo lo conocemos hoy. No se sabe muy bien cómo, este par de melenudos consiguió venderle la moto nada más y nada menos que a la por entonces poderosa empresa estatal Deutsche Post (Hoy Deutsche Telecom) para desplegar su mágico y sorprendente algoritmo desarrollando un sorprendente proyecto sin saber muy bien si ni tan siquiera serían capaces de hacerlo funcionar. Aglutinaron a un grupo de piratas informáticos, estudiantes y artistas y se pusieron manos a la obra y a contra reloj para desarrollar su patente. Este proyecto fue presentado in extremis en 1995 en un congreso internacional de telecomunicaciones en Kyoto, dejando con la boca abierta a medio mundo. Una inmensa pantalla con un globo terráqueo, y un dispositivo en forma de esfera que permitía moverse por ese globo virtual y hacer zoom… sorpresa! Mi casa!!! Ese es mi barrio!!!! Nos suena, ¿Verdad?

Hay mucha controversia al respecto del desarrollo y la matriz de este algoritmo, de los intentos y esfuerzos de la compañía ART+COM por venderle el algoritmo a Google, y de la negativa de esta a hacerse con la patente. Finalmente, el gigante Google desarrolló su extendido y universal Google Earth que todos tenemos casi sin saberlo instalado en el ordenador basado en un algoritmo de desarrollo propio sospechosamente idéntico al desarrollado, patentado y presentado más de una década antes.

Hay una miniserie documental alemana que relata esta historia, dramatizada y desde la óptica de David frente a Goliat en la que se profundiza en el proceso judicial de la multimillonaria demanda que los dos ya no tan jóvenes, informáticos interpusieron al gigante americano. No quiero hacer spoilers por si alguien se anima a verla. “El código que valía millones”.

Pues, en definitiva, cada vez que tengo un hueco perdido delante del ordenador, abro la bola del Google Earth y me pongo a viajar virtualmente. A veces me dedico a descubrir aeropuertos remotos, o a buscar grandes puentes y presas. En otras me pierdo por las inmensas aglomeraciones urbanas, con su compleja organización administrativa que a vista de pájaro le hace a uno sentirse como un Dios. Los atolones de la Polinesia, los frondosos bosques de la isla de Graham, las majestuosas cumbres del Karakórum … Cierro que me disperso y no acabo el artículo.

¿Dónde está el baño?

¿Dónde está el baño?

“Distribuir un vacío puede ser comparable al momento de enfrentarse a un papel en blanco»

Perdidos y olvidados entre su extensa obra, el famoso arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright, diseñó y construyó en 1913 los Jardines Midway, uno de los primeros espacios al aire libre dedicados a la relación social y la música en directo al puro estilo tradicional alemán, pero en el pleno centro de la ciudad de Chicago. Se trataba de un complejo pensado únicamente para el disfrute del cliente, y su énfasis ornamental hacía buena cuenta de ello. Esta especie de gran patio rectangular estaba flanqueado por una serie de esculturas geométricas que delimitaban el espacio a la vez que decoraban los volúmenes compositivos que organizaban el proyecto. La gran edificación al fondo del jardín servía como punto de referencia visual para orientarse a la vez que aportaba un marcado carácter, muy en sintonía con la etapa de experimentación arquitectónica que sufría Wright en aquellos años.

Distribuir un vacío puede ser comparable al momento de enfrentarse a un papel en blanco a la hora de escribir o dibujar, se necesitan premisas de partida o puntos claves a los que agarrarse para empezar a desarrollar la idea general que dé forma al diseño. Estas premisas pueden ser cuestiones formales, programáticas o circulatorias, pero siempre aguardan algo más de lo que aparentan.

En la mayoría de las ocasiones, la organización de los espacios a gran escala suele orbitar alrededor de diversos nodos de acción que terminan delimitando diferentes zonas a través de sus usos. A raíz de las distintas acciones y de la relación entre ellas, se terminan generando unos recorridos que acaban siendo los encargados de ofrecer la percepción sensorial del espacio. Algunos de estos nodos se convertirán indudablemente en referencias, en puntos de encuentro, como podría ser la noria en una feria o la catedral en una ciudad europea. Pero estos hitos solo destacan gracias a su comparación con el resto, al igual que la verdadera belleza solo es detectable a través de la confrontación con lo grotesco.

Este tipo de cuestiones son reproducibles a diferentes escalas, desde el desarrollo urbano de una ciudad, el funcionamiento de un aeropuerto o la distribución de un gran festival de conciertos al aire libre. Podremos decir que un proyecto es acertado, no solo gracias al encanto de sus formas, sino porque sea tan evidente que no tengas ni que preguntar ¿dónde está el baño?

Proyectar en arquitectura

Proyectar en arquitectura

“Para arquitectos, aparejadores, constructores, propietarios, estudiantes y decoradores. Con 3600 grabados»

Hoy ha sido uno de esos días que han empezado como los demás, pero que de manera fortuita ha experimentado un giro curioso. Mi tía, que se encuentra reorganizando su casa, se ha presentado en la mía cargada con unos libros viejos, de esos que acumulan polvo en el lomo superior tras décadas habitando de forma estática algún estante alto de la biblioteca.

A pesar de su magnífico estado de conservación se nota que es un libro que ha tenido batalla. Se puede apreciar al abrirlo, pues las hojas pasan con la suavidad y ligereza propias de las páginas que han viajado de un lado al otro de la mesa en incontables ocasiones.

Yo ya conocía este libro. De hecho tengo el mío. Mucho más voluminoso y actualizado aunque más impersonal que este ejemplar de la cuarta edición en Castellano de la “biblia” del estudiante de arquitectura. Arte de Proyectar en Arquitectura, es un compendio gráfico a modo de enciclopedia dedicado a medir y cuantificar todo. Desde lo más grande a lo más pequeño que pueda tener trascendencia a la hora de arrancar en el diseño arquitectónico. Cuánto radio de giro necesita un coche en una rampa de garaje, cúal es la distancia optima entre las sillas de una mesa de comedor, qué espacio dejar entre las filas de butacas en un auditorio, o cómo resolver el espacio de almacenamiento en el altillo de un vagón de ferrocarril son solo alguno de los ejemplos que en este libro se pueden consultar, a través de sus excelentes dibujos, diagramas y tablas. 

Esta joya de la normalización, como no podía ser de otra manera, fue obra de un arquitecto alemán. Ernest Neufert, que a los 21 años llegó a ser jefe de estudio del mismísimo Walter Gropius,  dedicó gran parte de su vida a la docencia y a la realización de esta magnífica obra a la que tantos arquitectos le debemos tanto. Cuestiones relativas al soleamiento y la orientación, pendientes y desarrollos de escaleras, organigramas de funcionamiento de un hospital, de un aeropuerto o de un centro comercial, se tratan de forma sistemática aportando una información de base que facilita al novato un punto de arranque para poner en medida una idea germinal.

Leonardo da Vinci creó al hombre de Vitrubio estudiando sus proporciones matemáticas ideales. Le Corbusier convirtió estas en un sistema de medidas basado en la proporción Áurea y en las sucesiones de Fibonacci. Sin embargo, Ernest Neufert, logró pasar del campo de la mística filosofía matemática, al imperfecto pero pragmático mundo de lo tangible.

La rotonda de los melones

1 de julio

“Los proyectos disruptivos y que plantean un cambio de paradigma son solo el inicio

Desde el foro romano, pasando por cualquier zoco árabe o incluso el peculiar Ponte Vecchio de Florencia, los espacios urbanos destinados al comercio han sido siempre el epicentro de la actividad social y mercantil y por lo tanto, sinónimo de progreso, de cualquier pueblo. En la mayoría de ocasiones, el propio ajetreo común de la ciudad es el encargado de determinar los mejores lugares para comerciar. Bien sea a orillas de un río, en el cruce entre dos caminos o en la plaza central de la ciudad, el ser humano siempre ha buscado hacer negocios allá donde la notable afluencia de personas proporcione una mayor cantidad de oportunidades.

Podemos aventurar que grandes ciudades fueron fundadas a raíz de su posición estratégica en rutas comerciales internacionales y por lo tanto, el comercio es el factor que termina definiendo el lugar y no al revés. Por este motivo, siempre han resultado realmente complicadas las actuaciones urbanas destinadas a reactivar algún sector en concreto. Los cambios solo son verdaderamente duraderos cuando su proceso transformador es lento y paulatino. Los proyectos disruptivos y que plantean un cambio de paradigma son solo el inicio de un proceso que necesita ser afianzado con el paso del tiempo.

Indudablemente existen numerosos casos de éxito, como la sobresaliente transformación urbana que ha sufrido Bilbao en las últimas décadas, potenciada por la inauguración del Museo Guggenheim que consiguió transformar una ciudad industrial en un foco cultural a nivel mundial. Con sus partidarios y sus detractores, toda la ciudad ha ido evolucionando a lo largo de los años a partir de un polémico proyecto de arquitectura, afianzando el concepto de hito que tanto se ha explotado a lo largo de la historia.

Sin embargo, hoy en día, la actividad comercial responde a cuestiones bastante dispares a las culturales pero que, en cierta manera, pueden llegar a tocarse aportando al pueblo algo más que un museo privado o un mercado cerrado. Las formas de vida urbanas están en constante cambio y una buena lectura del entorno y sus necesidades serán la clave para que un proyecto sea realmente influyente en la zona.

Resulta curioso pensar cómo algunas tipologías del pasado pueden seguir siendo válidas a día de hoy y cómo otras son totalmente cambiantes y adaptables a nuestra realidad. Pero nadie evitará que los vendedores ambulantes sigan eligiendo las rotondas para vender melones.

A la caza del Octubre Rojo

A la caza del Octubre Rojo

“Cuando los metros cuadrados dejan de ser una referencia, se llegan a soluciones racionales y objetivamente viables

¿Cuántos metros cuadrados tiene el salón? ¿Quién no se ha hecho esa pregunta alguna vez al ver los planos de una casa? Y es que estamos acostumbrados a valorar la cabida o valía de los espacios que habitamos en base a unos estándares dimensionales que asumimos como válidos sin llegar a profundizar en muchos casos en si esos metros cuadrados responden de forma correcta a su función. 20 metros cuadrados pueden ser un espacio razonable para distribuir un pequeño salón comedor o no servir absolutamente para nada. 20 metros cuadrados los tenemos en un rectángulo de 4 por 5 metros y también en un angosto pasillo de 1 metro de anchura por 20 metros de profundidad.

La proporción entre las dimensiones cartesianas de la habitación, las circulaciones y la conexión con otros recintos, la colocación de huecos de ventana y puertas o la altura de los techos, tienen una importancia que en muchos casos sobrepasa al objetivo y mensurable cómputo de metros útiles, que es en lo que en última instancia todos acabamos reparando.

Las normativas técnicas y urbanísticas tienen parte de culpa en ello. Las antiguas aunque aún muy utilizadas normas de diseño de las viviendas de protección oficial tasan los mínimos dimensionales que han de tener los espacios para ganarse el título de “dormitorio doble”, “cuarto de baño” o “estancia”. Es cierto que el origen y la motivación de estos estándares tenían el objetivo de garantizar al menos un mínimo digno que pueda tener la consideración de pieza habitable.

Pero ¿Es razonable pensar que estos mínimos han de marcar de forma rígida la única manera de determinar si un espacio es digno, humano o habitable?

Visitar el submarino de la armada S-71 “Galerna”, que con sus 40 años de servicio recién cumplidos se acerca a su merecida jubilación, me hizo reflexionar sobre este aspecto. En su interior, con una habitabilidad apurada hasta el extremo, habita una dotación de 62 personas que puede pasar semanas sin pisar tierra firme. Es impresionante poder comprobar cómo se han distribuido 60 literas, varias cámaras para la dotación, sala de oficiales, cocina con despensa, un minúsculo camarote para el comandante, una ducha o dos pequeños inodoros.

Cuando los metros cuadrados dejan de ser una referencia y los espacios se dimensionan en base a la ergonomía y a las necesidades de cada función, se llega a soluciones racionales y objetivamente viables que, en el caso extremo de un sumergible se desarrolla con una elegancia que roza el virtuosismo.

La dimensión mínima

La dimensión mínima

“Es curioso cómo cada sociedad ha podido desarrollar su propia unidad de medida basándose en sus propias circunstancias sociales”

Desde un granjero que necesita contabilizar el número de gallinas que tiene en su corral hasta un ingeniero eléctrico que calcula los amperios necesarios para dar servicio a la iluminación de una ciudad, las unidades de medida nos han acompañado desde hace cientos de años para ayudarnos a cuantificar todo tipo de circunstancias totalmente necesarias para desarrollo actual de la sociedad. Sin embargo, y con permiso del segundo para el tiempo o el kilogramo para la masa, el metro siempre ha sido la unidad de medida básica más cercana al ser humano, seguramente suscitado por la cercanía física a nuestro entorno o más directamente a nuestro propio cuerpo. 

La longitud es una magnitud física que expresa la distancia entre dos puntos, utilizando las dos dimensiones como base de medida para casi cualquier cosa. La usamos casi a diario sin darnos cuenta, como los números o el internet. A finales del siglo XVIII, la Academia de las Ciencias de Francia se sacó de la manga un palo con una medida determinada que decidieron llamar metro y crear a partir de ahí todo un sistema de medida que se mantiene intacto hasta la actualidad. Esta unidad nos sirve para conocer desde nuestra estatura hasta la distancia que tenemos que recorrer de nuestra casa al trabajo, se trata de una unidad de medida estandarizada y que puede llegar a medir circunstancias muy dispares.

Es curioso ver cómo cada sociedad ha podido desarrollar su propia unidad de medida basándose en sus propias circunstancias sociales, pero siempre consiguiendo una equivalencia entre ellas para poder compararlas. Sin embargo, no siempre son muy útiles para medir nuestro entorno más inmediato cómo podría ser la altura de una mesa, la anchura de una cama o el diámetro de un vaso. Por este motivo, se han propuesto, a lo largo de la historia, infinidad de sistemas alternativos que se referencian con las medidas más comunes del cuerpo humano, como el hombre de vitrubio de Leonardo da Vinci o el modulor de Le Corbusier.

Es realmente curioso la imposición dimensional que podemos encontrar en infinidad de normativas técnicas y urbanísticas que buscan e imponen dimensiones mínimas de números redondos, como por ejemplo los pasillos de 1 metro o los dormitorios de 12 metros cuadrados. 

Siempre me he preguntado si los pasillos realmente deberían ser de 0,9235325 metros o mejor dicho del ancho de una persona con los codos extendidos y dándose la vuelta para recoger una moneda.

La escalera de Jacob

La escalera de Jacob

“Vivimos en la era de la seguridad total. Y eso nos convierte en una especie vulnerable ante cualquier situación adversa

Estos últimos días hemos vuelto a ser testigos de algo que empieza a convertirse en tradición. Los movimientos alentados por un populismo al alza florecen en tremendistas performances de aparente generación espontánea, pero que curiosamente siguen unos patrones sospechosamente similares.

Llámese “rodea el congreso”, el asalto al capitolio americano, o la reciente toma de Brasilia por los díscolos anti-Lula, estos idénticos eventos nos regalan espectáculo y minutos de tertulia y telediario en los que se tratará el asunto con hiperbólicos calificativos de asalto a la democracia o de saludable ejercicio de derechos civiles de los ciudadanos, según la tendencia del asaltante de turno. Nada nuevo, nada por descubrir y nada que decir al respecto.

Pero viendo en los medios las imágenes de la toma de los edificios gubernamentales de Brasilia, reconozco que me he quedado anonadado con algunos detalles, que trascienden la moya política y sociológica que como digo, para mí ya roza el aburrimiento.

Brasilia, es una ciudad planificada, construida sobre las bases de la filosofía urbanista del movimiento moderno. Uno de esos utópicos experimentos regados con dinero a espuertas, en los que se dio rienda suelta al urbanista Lucio Costa, al paisajista Roberto Burle Marx y al Arquitecto Oscar Niemeyer, para que, sobre un árido lienzo en blanco, sentaran las bases de lo que debía ser la ciudad administrativa ideal. Con una traza en forma de ave, con su eje monumental, y sus esponjados barrios residenciales, esta sería el paradigma de la democracia, la racionalidad y la arquitectura al servicio de las personas y de su calidad de vida. Por supuesto, como casi siempre, la realidad construida dista mucho de su esencia germinal. Guetos y favelas se entremezclan con grandes áreas gubernamentales y distancias a la escala del automóvil y con fastuosos equipamientos administrativos que basan su esplendor en la pureza geométrica.

Ver a centenares de personas subir la rampa del Congreso Nacional sin una sola barandilla con una caída de al menos 7 o 8 metros me ha roto los esquemas acostumbrado en los proyectos de hoy a justificar el cumplimiento de la seguridad de utilización hasta lo indecible.

Vivimos en la era de la seguridad total. Y eso nos acaba convirtiendo en una especie indefensa y vulnerable ante cualquier eventualidad o situación adversa. Si no nos asomamos al precipicio, llegaremos a creer que este no existe.

IA Inteligencia Artificial

IA Inteligencia Artificial

“Si el David de Miguel Ángel hubiera nacido de una IA, ¿sería considerado como la mejor escultura de la historia?

En los últimos meses se han popularizado una serie de softwares que, mediante inteligencia artificial, consiguen generar imágenes inéditas con tan solo escribir unos breves comandos de texto. Estas “I.A.” se alimentan del estudio de una cantidad ingente de información de fotografías, pinturas e ilustraciones para así generar algunas posibilidades de imágenes que se adecúen a las órdenes recibidas. Son realmente rápidas y difíciles de asimilar en un primer momento. 

¿Y si el buscador de Google se convirtiera en un creador de contenido? Poder ver de manera automática diferentes posibilidades para elegir, o más bien descartar las que, a tu juicio, no funcionan correctamente puede ser una herramienta extremadamente útil para componer y posiblemente totalmente vacía de desarrollo. 

Supongamos que Miguel Ángel, el gran artista del Renacimiento, hubiera tenido a su disposición una inteligencia artificial que, simplemente escribiendo los comandos adecuados, te devolviera una serie de imágenes de diferentes posturas del cuerpo humano para poder diseñar así lo que serían sus próximas esculturas en mármol blanco. Probaría con diferentes expresiones como: “hombre serio con postura sosegada” o “la Virgen sosteniendo en su regazo el cuerpo muerto de su hijo”. Hasta dar con el diseño que más se ajustase al concepto que tenía en mente para su obra. La posibilidades podrían ser infinitas y el proceso de replanteo de la escultura podría llegar a superar los límites de opciones que el propio artista tuviese en mente.

Una vez encontrado y decidido el punto de partida, empezaría a trabajar con su martillo y cincel sobre el bloque de piedra. Demostrando así su técnica para sacar a relucir la anatomía de los personajes y las texturas de sus ropas.

Se plantea aquí el lógico debate acerca de la autoría de la obra o incluso de los fundamentos de la expresión artística. ¿Si el David de Miguel Ángel hubiera nacido del croquis de una I.A. sería considerado como la mejor escultura de la historia? ¿Qué hace a una obra ser arte? ¿Qué supone crear?

Pero esto es solo el comienzo, las inteligencias artificiales podrán crear canciones,  poemas, modelos 3D de edificios, programas de radio o incluso películas enteras. Estas herramientas pueden ayudar en el proceso creativo aportando posibilidades a los artistas y también pueden sustituir a muchos de ellos. Solo el borroso futuro es conocedor del devenir de la tecnología.

Guiizzzmoo, ¡caca!

Guiizzzmoo, ¡caca!

“De las muchas que hay, como poner nacimiento, para mí hay una tradición sagrada. Mi pelicula de Navidad

Por más años que pasen y creo que esto no va a cambiar, la Navidad es esa época de recurrencias y experiencias repetidas sin las cuales todo carece de sentido. Obviamente que las cosas de hoy no son como hace 40 años. Las luces Led han transformado nuestras casas y ciudades en auténticas miniferias, con una explosión de multicolor relegando el mítico y tradicional encendido navideño de El Corte Inglés de preciados a un mero acto administrativo de obligado cumplimiento. Los teléfonos móviles nos absorben en las cenas de nochebuena, mientras la abuela mira con solitaria nostalgia esa botella de anís del mono que ya nadie quiere rascar con la cucharilla. Papa Noel le gana poco a poco terreno a los 3 Reyes Magos, que todo sea dicho tienen en su contra el pragmatismo del tiempo para jugar y la incomodidad de tener que poner los barreños de agua para los camellos en la terraza.

A pesar de ello, yo me niego a abandonar ciertas tradiciones, sin las cuales la Navidad quedaría reducida a un evento universal indistinguible del mundial de Qatar o el festival de Eurovisión. De las muchas que hay, como poner el nacimiento y decorar la casa, o reunirse en familia en torno a la mesa en nochebuena, para mi hay una tradición sagrada y que me transporta unos mágicos momentos a un espacio atemporal en el que el tiempo se congela. Mi película navideña.

Todo ha cambiado. La ciudad en la que paso la Navidad, las personas con las que estoy o el tamaño de la pantalla. Pero poner los Gremlins una tarde en casa es algo que no puede faltar. Para otros será La jungla de Cristal, Eduardo Manostijeras o Solo en Casa, por mencionar algunas de las más míticas.

Ya no estoy en el crujiente suelo de parqué del salón de la casa de los abuelos en Madrid si no en el sofá de mi casa. Mis primos han sido sustituidos por mi mujer y mis hijos (que yo creo que con abnegada resignación aceptan mí rareza), y bajar con algún mayor al videoclub a por la cinta de alquiler se ha convertido en teclear con el mando de la tele para buscarla en Netflix.

De acuerdo en que esté éxito comercial de Joe Dante pensado para vender peluches de su icónico y achuchable protagonista a cascoporro, objetivamente no es una joya del séptimo arte. Aun aceptando esto, y consciente de lo ridículo que pueda parecer, para mí, oír aquello de “Y por encima de todo, nunca, nunca le dé de comer después de medianoche” es, Navidad en estado puro.

Lo importante

Lo importante

“Como un bombero bien entrenado apagando fuegos, sustituyendo lo importante por lo urgente

Cuando empezamos esta sección hace ya cosa de dos años, teníamos muchos temas que abordar, muchas reflexiones escritas guardadas en una carpeta titulada: cajón desastre. Cada semana esperaba, como agua de mayo, a que llegase el domingo por la mañana para poder sentarme en mi escritorio y vomitar todos los pensamientos y reflexiones que había acumulado a lo largo de la semana. Pero, el transcurrir de los meses fue vaciando esa carpeta y dando paso a otros temas claramente influenciados por las experiencias e inquietudes del día a día. Cualquier situación o concepto abordado en algún libro o película eran el motor de mi inspiración, sobre todo cuando tienes el placer de poder dedicar tiempo a tu crecimiento personal como artista.

Sin embargo, si no consigues rodearte de situaciones inspiradoras es muy complicado alimentar la sed del conocimiento. Corres el riesgo de verte como un bombero bien entrenado apagando fuegos, sustituyendo lo importante por lo urgente. Olvidándote del por qué y centrándote en el cómo, al igual que un cantante más preocupado por la estética de su vestimenta que por componer temas que verdaderamente toquen el alma de quien los escuche.

Solo somos conscientes del valor de lo fundamental cuando su carencia inunda nuestros pensamientos. Pero una revelación puntual no deja de ser un destello sin materia, se necesita constancia y compromiso para mantenernos alerta y poder separarnos de la vorágine de rutina que inunda nuestros días. La vida es fugaz y tus actos y creaciones te definirán cuando ya no estés.

Por ese motivo es importante remarcar que, en todas las facetas del arte, tener algo que decir es el principal móvil de cualquier obra. Al fin y al cabo, no deja de ser una forma de expresión, y el mensaje que intentes transmitir lo es todo. No importa si es certero, bello o transgresor, la cuestión principal es su existencia.

A veces, es necesario pararse un momento y afilar el hacha para poder seguir cortando leña, aunque eso suponga no encender el fuego esa noche. Yo personalmente, a pesar de tener una formación fundamentalmente técnica, me enseñaron a abrir la mente y cuestionarlo todo. Encontré mi pausa en la escritura, te obliga  a detenerte y tomarte un tiempo para reflexionar. No puedes pensar más rápido de lo que tu mano esboza las letras porque sino, la caligrafía no la entendería ni un médico.

Instalar placas solares en tu reforma

¿Estás pensando en reformar tu casa? Pues es buen momento de optar por el autoconsumo solar para reducir tus gastos, produciendo tu propia energía y combatiendo la polución.

Las placas solares son una solución que cada vez se tiene más presente en las casas independientes, ya que pueden convertir nuestro proyecto en algo brillante. Estos paneles convierten la radiación solar, a través del silicio, en energía eléctrica.

¿Cuánto cuesta instalar paneles solares?

Instalar paneles solares, a pesar de suponer un desembolso inicial elevado, es una inversión de gran rentabilidad que se puede amortizar a medio plazo.

En primer lugar, es importante solicitar varios presupuestos y comparar cuál es el instalador que más te conviene. Algunos de los factores que influyen en el coste total del proyecto serán:

· El tipo de inmueble

· El uso que se va a realizar de la instalación solar

· Las horas de sol de tu provincia

· Los momentos en los que más energía eléctrica se utiliza en el inmueble

· El precio de la factura de la luz, lo cual permitirá calcular el consumo eléctrico del inmueble.

· El número CUPS (Código Unificado de Punto de Suministro)

Para hacernos una idea, el precio de las placas solares se sitúa entre los 600 y los 800 euros por metro cuadrado, rondando el precio promedio de una instalación los 4.500€ incluyendo equipos y mano de obra.

¿Es rentable instalar paneles solares?

Como ya hemos indicado antes, a pesar de que, en un primer momento, la inversión pueda parecer un gasto demasiado elevado, se puede amortizar en una media de 7 a 10 años.

Teniendo en cuenta de que estos sistemas tienen una vida útil de 25 a 30 años aproximadamente, es una decisión altamente rentable, pues significa que se obtiene beneficio económico durante unos 15 años.

Asimismo, su rentabilidad también dependerá de la modalidad de autoconsumo que se elija. Actualmente, el autoconsumo más rentable es aquel que permanece conectado a la red eléctrica, con compensación de excedentes.

En este caso, los consumidores reducen su factura de la luz, pues consumen su propia electricidad, pero tienen el respaldo de la red en el caso de que los paneles no puedan recibir radiación solar. Además, la energía excedente, es decir, que se produce pero que no se consume, puede ser inyectada a la red, recibiendo una compensación económica por ella en la factura de la luz.

La rentabilidad también dependerá del perfil de nuestros consumos y de la tarifa eléctrica que tengamos contratada, es decir, del precio del kWh que nos facturen por la electricidad. Dejarse asesorar por expertos energéticos nos permitirá encontrar la que mejor se adapte a nuestros nuevos hábitos de consumo.

Factores legales a tener en cuenta

Las cuestiones de ámbito normativo se deben de tener muy en cuenta a la hora de lanzarse a realizar una inversión de este tipo, pues sin duda afectará a los plazos de amortización de la instalación.

Existe una bonificación del 100% en la licencia de obra para aquellas reformas en las que se van a instalar placas solares. Además, el Gobierno está facilitando subvenciones para su implantación, dónde se puede ahorrar hasta el 50% del IBI, para solicitarse, simplemente hay que dirigirse al portal web de la comunidad autónoma correspondiente y presentar la documentación requerida.

El vientre del arquitecto

El vientre del arquitecto

“En la escuela de arquitectura te enseñan a olvidar lo previamente aprendido, a cuestionarlo todo

Los arquitectos a lo largo del desarrollo de su carrera profesional atraviesan por diversos estadios o etapas. Esto se puede generalizar a la práctica totalidad de las disciplinas creativas, pues la madurez y las tablas del oficio se van adquiriendo a saltos más o menos prefijados, convirtiendo parte de la energía germinal del que se inicia, en solvencia y experiencia intuitiva para dar respuesta a retos y problemas siempre complicados.

Lo que sucede, es que en el caso del arquitecto, este se mueve a caballo entre dos mundos, sin dejar de posar un pie en cada uno de ellos. La arquitectura como disciplina eminentemente pragmática y material y que se ha de someter a las leyes de la naturaleza y la sociedad, y la arquitectura como disciplina humanista o artística, que por contra suele abjurar de toda atadura con la realidad, pues aspira a cuestiones más filosóficas o metafísicas.

Esta dualidad tan compleja, no se da en otras disciplinas, o al menos no de forma tan marcada. El ingeniero tratará de resolver un problema de la forma más eficiente y elegante posible (y por ende, bella), mientras que el pintor se preocupará de realizar un ejercicio intelectual sin más limitación que el tamaño de su lienzo o los colores de pintura de los que disponga (y a veces, ni eso).

La formación clásica del arquitecto pretende potenciar esta segunda cualidad sobre la primera, en el convencimiento de que la realidad ya se encargará de doblegar las ansias creativas del joven Vitrubio. En la escuela de arquitectura te enseñan a olvidar lo previamente aprendido, a cuestionarlo todo. ¿La gravedad? Un estorbo, ¿La economía, o las normas? Ya habrá tiempo.

Y esto, lejos de ser una crítica, en mi opinión es algo del todo necesario. La arquitectura cobra su sentido precisamente en esa búsqueda inconformista que implica dar un paso más allá de la mera resolución de un problema mecánico. Para llegar a pintar un buen cuadro, a veces hay que buscar los bordes del lienzo y encontrar la forma de traspasarlos, y para ello es necesario trabajar con otras leyes, menos empíricas y más del campo de las ideas y las sensaciones.

Peter Greenaway, en su película “El vientre del arquitecto”, se acerca de forma muy personal a este complejo mundo interior de un arquitecto que siente que su aventura se acaba sin haber podido completar sus expectativas de desarrollo profesional.

La clave está en lograr el equilibrio entre morir de éxito, o perderse en el mar de la frustración de la incomprensión.

Reformas para la instalación de aerotermia en tu hogar

Reformas para instalación de aerotérmia en tu hogar

El precio de la electricidad en España no ha parado de incrementarse el último año, y en pleno invierno, fuentes como el gas natural, también continúan en ascenso. Tras esta subida de la luz, no sorprende que muchas familias estén en la búsqueda de soluciones que ofrezcan ahorros significativos a largo plazo.

Ante esta situación, la aerotermia ha cobrado gran popularidad por ser  una alternativa mucho más sostenible que, además, cubre gran parte de las necesidades del hogar, sustituyendo tanto a las calderas de combustión tradicionales, como a los antiguos calentadores eléctricos.

¿Qué es la aerotérmia?

La aerotermia es uno de los sistemas de climatización más eficientes del mercado, pues pueden proporcionar calor en invierno (calefacción), frío en verano (refrigeración) y agua caliente sanitaria todo el año.

Su funcionamiento es eléctrico, a través de una bomba de calor, extrae energía del aire del exterior y la convierte en calor que traspasa al interior.

Ventajas de la aerotérmia

Gracias a su alta eficiencia energética, puede producir hasta 4 kW de energía térmica por cada kW de luz consumido. Supone, por tanto, un gran ahorro de energía de un 25% frente al resto de sistemas de calefacción basados en combustión, que emiten menos energía que la que consumen.

Asimismo, si combinamos la instalación con una tarifa de luz más barata conseguiremos un mayor ahorro, pues no solo reduciremos el consumo, si no que reduciremos el precio por el que nos cobran esos kW, consiguiendo disminuir notablemente la factura eléctrica. Para ello, dejarse asesorar por expertos energéticos, nos ayudará a encontrar la tarifa eléctrica que mejor se adapte a nuestros hábitos reales de consumo.

Además, la aerotermia requiere muy poco mantenimiento, siendo necesario sólo una vez al año, y es un sistema mucho más seguro que las calderas convencionales, que pueden llegar a ser peligrosas, sobre todo si no se realizan las revisiones y reparaciones necesarias.

Por último, si apoyamos estos sistemas con sistemas fotovoltaicos, destinados a cubrir una parte o la totalidad de la producción de energía eléctrica, se puede cubrir al menos el 90% de las necesidades de energía térmica, de manera 100% gratuita y renovable.

¿Qué es la aerotérmia?

Para hacernos una idea, la unidad interior de aerotermia tiene un tamaño similar a una caldera de gas pero, si además cuenta con un depósito de agua caliente, sus dimensiones pueden llegar a ser como las de una nevera. Si no estuviera integrado, el espacio que ocuparía el depósito de agua, sería similar al de un termo eléctrico.

Por otro lado, la unidad exterior normalmente genera ruido, por lo tanto, es importante encontrar una buena ubicación. Esta irá conectada a la planta de aerotermia interior.

Los sistemas de aerotermia más actuales son compactos y ligeros, pensados para ocupar espacios más reducidos, sin renunciar al confort ni al rendimiento. Es muy importante, antes de instalar una planta de aerotermia, dejarnos asesorar por un profesional que analice los espacios óptimos para esta tarea.

Arquitectura perruna

Arquitectura perruna

“No debería ser igual una caseta de un Border Collie que la de un San Bernardo.

La arquitectura animal es mucho más sofisticada de lo que podemos llegar a pensar a priori. Las aves llevan construyendo sus hogares de forma tectónica (mediante la adición de distintos elementos lineales) desde hace miles de años y algunos pequeños mamíferos, como los conejos o los topos, construyendo madrigueras estereotómicas (mediante la sustracción de tierra) con sus propias cámaras privadas y galerías donde desarrollar la vida social. A decir verdad, muchas de las estrategias arquitectónicas de nuestros tiempos tienen su origen en estos procesos naturales que algunos arquitectos entienden como los únicos realmente puros y orgánicos.

Pero es interesante ver cómo algunos animales como los perros o los gatos pueden llegar a desarrollar toda su vida en entornos proyectados para personas, siempre con sus particularidades por supuesto. Los gatos tienden a buscar zonas elevadas, cornisas puntiagudas y caminos sinuosos, mientras que los perros son más prácticos para su fisionomía y necesidades. Sin embargo, ambos se adaptan a la perfección a nuestro refugio, o lo que nosotros denominamos vivienda. Curiosamente, los perros pueden llegar a sufrir un proceso parecido a los humanos con la pirámide de Maslow, una vez cubiertas sus necesidades básicas, aspiran a más; una vez que tienen un techo, buscan una alfombra, cuando encuentran donde tumbarse, buscan un sofá y cuando ya tienen pienso a diario, buscan las sobras de pollo de su dueño.

La evolución canina asociada al ser humano los ha hecho realmente expresivos, con gestos y miradas que a veces rozan la sensación de que una persona diminuta vive en el interior de esos cuerpos peludos. Quizás por eso podemos llegar a interpretar algunos sentimientos y emociones que manifiestan, incluyendo el espacial. Circunstancia que no sucede muy a menudo en personas adultas. Seguramente, en este punto, los perros y los niños son bastante parecidos, sinceros y auténticos, sin filtros ni prejuicios. Cuando un niño entra en su caseta del árbol siente privacidad y autonomía, circunstancia que puede replicarse en el animal, siempre dependiendo de su raza y carácter.

Muchos de los arquitectos estrella de hoy en día como Toyo Ito o Kazuyo Sejima han diseñado su propia casa para perros y su único punto de partida consistió en definir el tipo de cliente, es decir, la raza del perro. Porque cada uno tiene sus peculiaridades y no debería ser igual la caseta de un Border Collie que la de un San Bernardo.

En la salud y en la enfermedad

En la salud y en la enfermedad

“la calidad de los espacios en los que todo esto pasa no puede ser desatendida

Hoy estoy flojo. Es como si una apisonadora me hubiese pasado por encima. Tras casi una semana de un catarro de esos que te alteran el sueño, te provocan dolor de huesos, malestar y escalofríos, estoy viendo la luz al final de este pequeño túnel. Y en este estado post febril, me ha dado por pensar en la arquitectura hospitalaria a lo largo de los tiempos.

Cuando de la salud se trata, lo primero es la calidad de la atención médica. El conocimiento del facultativo, la modernidad del equipamiento y de las pruebas diagnósticas son la prioridad. Pero no es menos cierto, que la calidad de los espacios en los que todo esto pasa no puede ser desatendida.

Hay que remontarse a varios milenios atrás, para encontrar los primeros vestigios de hospitales o casas de sanación. En origen, los propios templos, dedicados a los Dioses, eran lugar de formación y aprendizaje para los médicos, y por ende, lugar y refugio de lisiados y enfermos. Del siglo IV después de Cristo datan los primeros hospitales cristianos de Cesárea y Roma.

Pero tras los siglos medievales, en los que las órdenes religiosas y monacales monopolizaron esta atención a través de sus hospicios, bajo unos conocimientos aun más cerca del chamanismo y la astrología para hacer frente de forma infructuosa a las grandes epidemias que asolaban oleada tras oleada el mundo diezmando la población, a partir del siglo XVIII se empezó a atisbar el germen de lo que acabaría siendo la medicina moderna en la cultura occidental. Caso a parte era el mundo islámico, en el que el concepto de hospital estaba arraigado en su cultura bastante más avanzada y humanista en esos siglos oscuros.

Ya bien entrado el siglo XIX, los sanatorios mentales, los balnearios y las casas de salud empezaron a proliferar por Europa muy ligados a la atención de una alta sociedad aristocrática que demandaba un tratamiento exclusivo y en ocasiones más social que sanitario. De mi época de escuela, recuerdo haber estudiado el Sanatorio Purkersdorf, proyectado por Josef Hoffmann, discípulo de Otto Wagner, teniendo la ocasión de visitarlo en un viaje de estudios. Un edificio racionalista, de sencillez constructiva y cubista en lo compositivo, en un entorno boscoso a las afuera de Viena. Remanso de paz al que retirarse una temporada para sanar por dentro y por fuera… al alcance de unos pocos privilegiados.

Al menos nos queda después de todo este bagaje, que la luz, y la armonía de espacios humanizados son parte de un tratamiento que ha de estar al servicio de todos.

Perdidos

Perdidos

“desde la comodidad de su sofá, hace especulaciones en su cabeza sobre las tres cosas que se llevaría a una isla desierta

Hace más de 10 años acabó, de una forma un tanto controvertida, una de las primeras series de la historia en crear un auténtico fenómeno de masas. Un grupo de personas que, tras el accidente del vuelo 815 de Oceanic, tuvieron que adaptarse a la vida en una isla desierta y consiguieron tener a medio mundo pegado al televisor el día del estreno del capítulo final. Los cliffhanger y los deus ex machina son el leitmotiv de prácticamente cada temporada. Recursos narrativos que se encargan de proponernos situaciones inverosímiles para dejar boquiabierto a cualquiera que, desde la comodidad de su sofá, hace especulaciones en su cabeza sobre las tres cosas que se llevaría a una isla desierta.

Hace un par de semanas comencé a ver por segunda vez la serie Perdidos, con la misma ilusión que en 2005, pero inevitablemente a través de otros ojos. Cuando antes simplemente me obsesionaba con descubrir qué quieren decir los famosos números de Hurley, ahora no puedo evitar ver cada capítulo sin pensar en cómo habrán organizado el campamento en la playa. Mirando a los extras de fondo moverse de tienda en tienda y pensando en cómo han transformado un espacio virgen en una pequeña comunidad con sus zonas bien delimitadas: la consulta del médico, la zona de trabajo para la construcción de una barca, la casa de Sawyer o el huerto de Sun. Los personajes se relacionan en un escenario que ellos mismos transformaron en el momento que decidieron establecerse en la playa.

La colocación de troncos, de telas a modo de cubierta improvisada o simplemente una línea en la arena, crean lugares. Lo que antes era simplemente un espacio, se convierte en un sitio concreto con personalidad propia. Lo mismo sucede al colocar una gran piedra en el desierto, o al encontrarnos un árbol solitario en la sabana, los elementos singulares crean hitos, tanto en la ciudad como en la naturaleza.

Se trata de una urbe temporal pero con carácter propio, muy similar al ambiente que se genera a la hora de montar una feria en una gran explanada o un camping a las puertas de un festival. El ser humano tiende a organizarse para sobrevivir y bien saben de ello aquellos que de jóvenes pasaron algún verano en un campamento de los Scouts creando lugares para cada necesidad. El fuego para cocinar, el charco para lavarse y el agujero en la tierra para defecar.

The line

The line

“170 km de longitud, 500 metros de altura, sin calles y 9 millones de habitantes en medio del desierto

La verdad es que ya nada nos sorprende… o casi. Desde mis primeros años en la escuela de arquitectura he tenido contacto con proyectos que podríamos denominar utópicos o experimentales. Más próximos en muchos casos al mundo de la filosofía, estos proyectos han sido un hervidero y germen intelectual de una gran parte de la arquitectura edificada siglos después, por lo que su valor trasciende del hecho empírico que en una primera instancia pudiera parecer el evidente, que no es otro que la materialización.

Los proyectos del arquitecto ilustrado Étienne-Louis Boullée, son un buen ejemplo de ello. Para Boullée, había una clara distinción entre el concepto de arquitectura, ligado a la inspiración creativa y el concepto de construcción directamente relacionado con los procedimientos mecánicos para materializar esas ideas. Por ello sus colosales proyectos como el Cenotafio de Newton o su Biblioteca Nacional, del todo irrealizables para su época, jamás fueron proyectados para ser construidos. Sin embargo, su influencia en la arquitectura y el urbanismo del siglo XX es indiscutible, sobre todo en el periodo de los grandes regímenes totalitarios como el fascismo, el nazismo o el estalinismo, tan amantes de la fastuosidad geométrica.

Este tipo de proyectos con más o menos vocación de pasar de lo experimental a lo real, los encontramos profusamente a lo largo del siglo XX. La famosa Ville Radieuse o Ciudad Radiante de Le Corbuisier; la Mile High Tower de Frank Lloyd Wright, o la Walking City de Archigram. Ideas y conceptos utópicos con los que teorizar y sentar bases.

Pero últimamente, aparecen como champiñones proyectos que poco tienen que envidiar a sus predecesores en lo que a carga utópica e ideal se refiere, pero que sin embargo y para sorpresa de muchos, comienzan a materializarse, y hasta completarse haciendo difícil anticipar cuál será real y cuál un mero canto de sirena. Las islas Palmera de Dubái, el futurista Hyperloop, el rascacielos flotante conectado a un asteroide en órbita, o el reciente y sorprendente “The Line”.

The Line, es la nueva ciudad lineal de 170 km de longitud, encorsetada por dos muros de cristal de 500 metros de altura, sin calles y para 9 millones de habitantes, que se ha comenzado a construir en Arabia Saudita. Es la gran apuesta de futuro del país para abandonar su dependencia del petróleo. Todo muy eco friendly, democrático, sostenible, resiliente y profundamente 2030. Veremos si pasamos de cimentación…

Una segunda vida

Una segunda vida

“El peto de obra encalado en blanco era incluso más alto que yo.

La casa de mis abuelos era una pequeña pero acogedora vivienda de una única planta situada en un barrio tranquilo y con muy buen clima, poseía un jardín delantero con dos trocitos de césped donde di mis primeras patadas a un balón de fútbol y que la convertía en sinónimo de verano y diversión. La casa se podía recorrer por el exterior en su totalidad, tenía unos pequeños pasillos laterales que conectaban el patio frontal con el trasero, de esta manera, de pequeño, conseguía recorrerla de un lado a otro con mi pequeña bicicleta, tal y como hacía el niño del resplandor con su triciclo por los pasillos del hotel. Me fascinaba poder entender las dimensiones de la casa, circunstancia que no sucede muy a menudo en viviendas integradas en un residencial colectivo o en mansiones aisladas de una escala superior. Tenía las proporciones justas para que un niño con apenas 5 años pudiese entender que el giro donde derrapaba con la bici estaba motivado por un muro curvo que había en el salón y que hacía las veces de chimenea.

En la parte trasera podíamos encontrar una escalera estrecha y ciertamente angosta que conectaba el jardín con la cubierta. Era como mi escondite, mi caseta en el árbol. Me encantaba subir allí aunque fuese yo solo y no pudiera apenas mirar hacia delante, ya que el peto de obra encalado en blanco era incluso más alto que yo. La altura siempre da otra perspectiva del lugar, pero a causa de mi escasa estatura, solo podía mirar hacia arriba y ver el cielo azul y despejado o mirar hacia abajo y ver la huella en planta de la casa al recorrer con la mirada la geometría del perímetro del que mi abuelo llamaba con cariño “el terrao”.

Hace apenas algunos años, mi madre y sus hermanos vendieron la casa a una nueva familia que, tras algunos meses viviendo en ella, decidieron hacer una reforma interior y exterior para adaptarla a sus gustos y necesidades. Circunstancia que me entristeció enormemente al darme cuenta de que el tiempo pasa, las cosas cambian y no podemos vivir anclados en un pasado idílico atestado en nuestra memoria. Pero sin embargo, era lo mejor que podía pasarle a esa vivienda, una nueva vida, unos nuevos niños con unas bicicletas más rápidas y modernas derrapando en el muro curvo pero ahora sin gotelé.

Los ocupantes de una casa cambian con el paso de los años, permutan y evolucionan haciendo de la arquitectura un lugar vivo siempre dispuesto a soportar cualquier cosa, como una madre que quiere a sus hijos por encima de todo.

Westworld

Westworld

“El placer hedónico es la piedra Rosetta de la condición humanda, que mueve e impulsa el progreso de la especie

Por qué no un lugar en el que poder ser durante un tiempo controlado el centro de todo. Un sitio en el que sentirse especial y en el que los sentidos y las experiencias llevadas al límite sacien nuestra hedonista necesidad de fantasía.

Desde muy temprano, el hombre tiene el impulso y la necesidad de evadirse de lo cotidiano. ¿Qué es el juego, sino una simulación de la realidad en modo seguro, en la que poder experimentar al límite los miedos, el riesgo, la calma o la euforia? Placer hedónico en definitiva. La piedra Rosetta de la condición humana, que mueve e impulsa el progreso de la especie.

Hace poco me tropecé con una película que había visto hace años. “Almas de metal”, (Westworld) de 1973, protagonizada por Yul Bryner. Ambientada en un futuro cercano, se construye una suerte de parque temático, en el que se recrean mundos pasados en el que vivir una experiencia inmersiva. El Oeste americano de finales del siglo XIX, Un castillo medieval y una zona de la Roma clásica. Y todo con robots humanoides perfectamente construidos para hacerlos casi indistinguibles de las personas reales, y que permiten dar rienda suelta a los más básicos instintos sin consecuencias dramáticas… hasta que algo se tuerce.

Esta película, obra de Michael Crichton, cuyas novelas de ciencia ficción reconozco que me encantan, plantea algo que en la década de los 70 era pura ciencia ficción, pero que hoy ya no nos resulta tan inverosímil, acostumbrados ya a la inteligencia artificial y a los avances en bio robótica.

Los parques temáticos, son hoy algo cotidiano y extendido por todo el mundo. Generan un volumen de negocio en su conjunto nada despreciable. Ya no son solo parques de atracciones a los que llevar a los más pequeños. Cada vez se construyen más recintos orientados a los adultos, ávidos de sensaciones fuertes, y con tiempo y medios disponibles para el ocio. Las Vegas, es el culmen de esto… Lo que pasa en las Vegas, se queda en las Vegas.

Esa suerte de quiero y no puedo, tiene hoy su máxima expresión en la tendencia que en china se viene desarrollando desde hace algunos años. Conocido como duplitecture, se construyen desde cero réplicas de ciudades idealizadas como puedan ser Venecia o Viena. La ciudad de Tianducheng, es una réplica de París, con su Torre Eiffel de 108 metros, y una trama urbana que copia a la perfección la arquitectura parisina con sus plazas, fuentes y esculturas. Una vida ideal en un mundo de cartón piedra. ¿Puede haber algo mejor?

La forma del agua

La forma del agua

“La línea horizontal que hace creer a los terraplanistas que vivimos en una pizza de pepperoni y mares de queso fundido

A pesar de vivir en la época del acelerador de partículas, de la explosión de internet y la blockchain, los coches que se conducen solos o del comienzo de la construcción de algunas ciudades utópicas en Arabia Saudi, siguen asombrándome pequeñas y absurdas cosas como una cubitera de goma para hielos con forma de guitarras eléctricas.

No se trata nada más que del simple concepto del molde y el pastel que, tanto usamos en la construcción con hormigón para hacer muros, forjados, vigas y pilares y que venimos arrastrando desde la época romana. Sin embargo, no deja de fascinarme que la mayoría de los líquidos adquieran la forma del continente en el que se encuentran. Resulta una obviedad, pero esto nos lleva a la amplia definición de la forma del agua.

El agua puede tener forma de cubo con sus seis caras planas y sus aristas totalmente afiladas, puede ser una esfera suave y perfecta, o incluso una lámina de 1mm de espesor y 100m2 de superficie. Incluso puede tener forma de cuerpo humano o de pez. El agua puede parecer ingrávida si se presenta como partículas en suspensión o en forma de vapor, pero puede dar la sensación de ser extremadamente pesada si estamos calculando la sobrecarga de una piscina en la cubierta de un edificio.

Pero lo que sí es cierto, es que la necesitamos para sobrevivir, y no solo para lavarnos o hidratarnos, sino también para alimentar a nuestros ganados, regar nuestros huertos y sacar los niveles para construir nuestras catedrales que servirán para mantener al pueblo unido ante la megalomanía de nuestros gobernantes. Las peculiaridades del agua son casi infinitas y sus utilidades solo están al servicio de nuestro ingenio. Resulta tan fundamental para nuestro desarrollo social que las  obras de grandes acueductos fueron los verdaderos catalizadores del desarrollo urbano hace 2000 años.

El agua puede brotar de un manantial en forma de cascada gigante o puede salir por la alcachofa de nuestra ducha en finos hilos de espaguetis, pero siempre termina manifestando la horizontalidad más extrema cuando llega al suelo. El nivel del mar es el horizonte más plano e infinito, donde el sol aparece y desaparece cada día. Ese punto inalcanzable que parece avanzar por mucho que te acerques. La línea horizontal que hace creer a los terraplanistas que vivimos en una pizza de islas de pepperoni y mares de queso fundido.

Pan y circo

Pan y circo

“Un lugar en el que abstraerse de la vida cotidiana y de la rutina, para ser parte de la épica aunque sea por un instante

Hay cosas que no cambian por más siglos que se sucedan en el timeline de la humanidad. Desde que el ser humano dejó de ser una especie común a todas las demás, preprogramadas para pasar su existencia transmitiendo su carga genética a la siguiente generación hasta el siguiente accidente evolutivo, la búsqueda del sentido de la vida ha marcado y forjado el resto de las características que definen la condición humana.

Al hombre ya no le basta con llegar a ver un nuevo amanecer. Aparecen apetitos y deseos que trascienden la mera satisfacción de las necesidades fisiológicas. Unos pocos sentirán la necesidad de buscar respuestas, otros ambicionarán romper límites o dejar huella y los más, sentir en carne propia el orgullo de pertenencia a un grupo o familia asumiendo como propias las virtudes de unos pocos héroes elegidos.

Viendo los anfiteatros romanos que aún hoy se conservan después de casi 2000 años, se hace difícil no sobrecogerse ante la fastuosidad e inmensidad de estas construcciones que podían albergar en su interior a decenas de miles de almas concentradas en torno a una acción central, ficticia, simulada o representada, por muy visceral y primaria que esta pudiera ser. Un lugar en el que abstraerse de la vida cotidiana y de la rutina, para ser parte de la épica aunque sea por un instante y en la piel de otro. El Coliseo Romano, con sus cuatro pisos arquitrabados, cada uno de ellos resuelto con un orden clásico (dórico, jónico, compuesto y corintio) es un claro ejemplo de que a estos templos de la frivolidad se les dedicaba la mayor de las atenciones y sin límite de recursos.

Tanto de lo mismo se puede apreciar en los monumentales cosos taurinos, evolución ibérica de los coliseos romanos o en los más actuales estadios deportivos que han venido a rellenar el necesario hueco que la sangre y la muerte han dejado, para ser sustituidos por sudor y batalla, pero que desata los mismos instintos primarios, tan necesarios para la especie.

Estamos en año de mundial de fútbol y a nadie escapa que este es especial por razones más políticas que deportivas. A la vista de los estadios que se han levantado (alguno para ser desmantelado una vez finalice el evento), ecosostenibles, igualitarios e integradores, no me queda duda de que seguiremos por muchos siglos erigiendo estos coliseos para mayor gloría de nuestra era frente a las pasadas, tan primitivas, tan burdas… tan iguales.

Ni los más listos, ni los más fuertes

Ni los más listos, ni los más fuertes

“Las entradas de los refugios de la Guerra Civil se convirtieron en quioscos de prensa”

Ni los más listos, ni los más guapos, ni los más fuertes, los que sobreviven son aquellos que mejor se adaptan a los cambios venideros. El origen de las especies de Darwin es muy revelador para el entendimiento de la evolución de los seres vivos, pero muchas de sus lecciones las podemos traspasar también a elementos materiales, como podrían ser los edificios, las ciudades o incluso los smartphone con obsolescencia programada.

Desde el punto de vista de la arquitectura, una acertada visión de futuro y un buen hacer constructivo serán las claves para trascender. Bien lo sabía Guillermo Langle que, pese a diseñar multitud de proyectos con unas necesidades propias de su época, estos han sabido adaptarse a la vida moderna. Su estación de autobuses de Almería es hoy en día un Mercadona, las entradas a los refugios de la Guerra Civil se convirtieron en quioscos de prensa y ahora nos toca transformar un antiguo colegio en un centro de integración social para un barrio que se ha visto degradado con el paso del tiempo.

Las edificaciones deberían perdurar a las generaciones que las habitan y así sucede en la mayoría de los casos. Sin embargo, solo aquellas que permitan cierta flexibilidad y adaptabilidad a los usos y necesidades del futuro, serán las supervivientes tras decenas o cientos de años. Sin mencionar por supuesto a la famosa firmitas, es indispensable mantenerse en pie frente al inevitable paso del tiempo y a las inclemencias físicas del medio.

En el caso del colegio de Langle, bastará con un par de refuerzos estructurales y la instalación de unos tabiques móviles para ofrecerle esa segunda vida que merece. Es curioso pensar que un edificio construido a finales de los 60 con el objetivo de educar a los niños de un barrio, se termine convirtiendo hoy en día en un centro de inserción social para los hijos y nietos de esos niños. El proyecto pretende dotar al barrio de un espacio de relación y cohesión social entre varios estratos de la población, haciendo un mayor hincapié en habilitar talleres y aulas a los más jóvenes para que puedan desarrollar sus pasiones e inquietudes. Potenciando así su crecimiento personal y sus posibles salidas profesionales. Al fin y al cabo, quizás en este caso, el uso no haya variado tanto, simplemente se pretende ofrecer un porvenir a aquellas personas que, por sus condiciones socioculturales, se han visto limitadas y con un futuro bastante incierto.

La ciudad planificada

La ciudad planificada

“En el siglo XX, se llevaron a cabo auténticos experimentos de utopias urbanas

La planificación de ciudades desde cero, sueño de cualquier urbanista, es una fórmula alternativa a la formación general de ciudades, que suelen surgir por generación espontánea y orgánica a partir de un pequeño enclave con valor estratégico, como pueda ser un cruce de caminos, un promontorio defensivo o un remanso fluvial.

Esta forma de planificación, que ha tenido grandes ejemplos en los últimos 100 años, es algo que se lleva practicando desde tiempos inmemoriales. Los romanos ya implantaron su sistema de damero para definir la trama de sus nuevos asentamientos en torno a la encrucijada de los ejes definidos por el cardo (norte-sur) y el decumano (este-oeste), organizando de forma racional las infraestructuras y los equipamientos públicos.

En la edad media las ciudades planificadas renacentistas, en las que la configuración radial o de estrella, resulta en ciudades amuralladas con baluartes y torreones defensivos en sus vértices tienen motivaciones más filosóficas y metafísicas, que derivaron en las utopías sobre la ciudad ideal. La ciudad italiana de Palmanova es uno de los más reconocibles arquetipos de trazado urbano en estrella, en los que una geometría prácticamente perfecta recoge el principio fundamental de plaza central como elemento nuclear del espacio público.

Ya en el siglo XX, se llevaron a cabo auténticos experimentos de utopías urbanas, en las que un selecto grupo de urbanistas, arquitectos e ingenieros tuvieron la ocasión de materializar sus teorías sociales y urbanas. La descolonización y el surgimiento de naciones emergentes con urgentes necesidades de modernización y de adopción de complejas estructuras administrativas y gubernamentales, unido a la provisión de recursos proveniente de los países occidentales, fue el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de proyectos monumentales como puedan ser Camberra, Brasilia o Chandigarh. Basadas en ideales democráticos y en el humanismo con base racionalista, los grandes espacios libres y abiertos dignificarían la calidad de vida. Sin embargo, los resultados en casi todos los casos, en los que el uso del automóvil es casi imprescindible, y en los que los grandes espacios abiertos convierten las zonas residenciales en inhóspitas áreas sin carácter urbano y sin servicios de proximidad, han sido un completo fracaso.

Hoy, son Asia y Oriente Próximo los laboratorios de experimentos urbanos. La sostenibilidad y la eficiencia energética son tendencia. El tiempo dirá…

Tres conejos

Tres conejos

“Un dibujo sin ningún tipo de pretensión artística, más allá de que el mensaje pueda perdurar a lo largo del tiempo, o no

Me imagino ese momento en el que uno de nuestros primeros ancestros trataba de explicarle a su compañero que había cazado tres conejos, pero no entendía muy bien su idioma y el lenguaje de signos solo era capaz de comunicarle el número de presas. En algún momento, nuestro antecesor cogería un par de piedras y seguramente dibujaría una silueta de conejo con dos grandes orejas puntiagudas. Es posible que esa piedra tallada no tuviese la belleza de los famosos dibujos de toros de Atapuerca, pero cumplió a la perfección con su cometido de informar que esa noche había cena.

Este tipo de dibujo que, solo busca solucionar un problema o expresar cualquier cosa que fuese muy complicada de decir con la voz, es una herramienta más del ser humano para comunicarse. Su funcionalidad siempre condiciona el resultado. Se trata de un dibujo rápido, de escasas líneas pero claramente identificables, a ser posible mediante signos o códigos de lenguaje ya preestablecidos entre la sociedad. Un dibujo sin ningún tipo de pretensión artística, más allá de que el mensaje pueda perdurar a lo largo del tiempo, o no.

También podemos tener la suerte de ver, en ciertos momentos muy concretos, esos pequeños dibujos efímeros realizados para expresar algo a sabiendas de que tarde o temprano van a ser borrados para pintar algo encima. Los grafitis, las notas a lápiz en los apuntes de la escuela o los croquis en sucio de una idea revolucionaria, son solo algunos ejemplos actuales de este tipo de actos comunicativos. Pero sin lugar a dudas, uno de mis favoritos son las decenas de garabatos que se llegan a acumular, a lo largo del transcurso de una obra, en cualquier superficie mínimamente plana y agradable para el trazo del habitual lápiz de mina goda. Algunos son meras anotaciones de materiales y cantidades, pero otros son representaciones de detalles constructivos que reflejan ciertas ideas de cómo hacer las cosas. Son simplemente líneas en planta o en sección que se utilizan para manifestar a alguien la idea de cómo construir algo. Increíblemente suele funcionar y, además de aportar información,  en algunas ocasiones, podemos encontrarnos con alguna pequeña obra de arte que, lamentablemente, estará destinada a desaparecer al día siguiente cuando entren los pintores para terminar su trabajo.

Me asombra pensar en la cantidad de momentos pasados que han quedado reflejados en alguna superficie y se esfumaron como las olas borran un mensaje en la arena.

Las dos torres

Las dos torres

“Con la construcción de las dos torres, no cabe duda de que la ciudad ha ganado más de lo que ha perdido.”

No soy yo un gran fan de la novela El Señor de los Anillos, trasladada a la gran pantalla en formato de trilogía en una de las superproducciones más laureadas del cine con un total de 18 premios Óscar entre las tres partes. Sin embargo, el título de la segunda entrega, que coincide con el segundo volumen de la novela, me viene a la mente útilmente con demasiada asiduidad.

Casi a diario, desde hace décadas paso por delante de la rotonda de la plaza de la estación, lugar en el que se encuentra en mi modesta opinión, unos de los edificios de mayor valor arquitectónico y urbanístico de la ciudad. Almería no es precisamente una ciudad en la que se prodiguen las joyas arquitectónicas, y a poco que se pidiera a 100 expertos en la materia que seleccionaran 5 edificios de valor singular, dudo mucho que la estación de ferrocarril no apareciese en todas las listas. La estación, no solo es un excelente representante de la arquitectura del hierro del XIX. Se convirtió en la puerta de la ciudad a su desarrollo posterior. Siendo una estación terminal, curiosamente adopta la forma de estación de paso o tránsito, pues ya se planteó en su día como esencial la conexión con el puerto, a través del muelle de carga de mineral que unos años más tarde se materializaría en el cable Inglés, hoy en plena restauración y puesta en valor.

Durante décadas me acostumbré a ver la estación sobre el fondo homogéneo que le confería el antiguo silo industrial más conocido como Toblerone, que como si de un gusano de las arenas del planeta Dune se tratara, reposaba varado en la superficie esperando al desmantelamiento que nunca llegaba. Fue todo un descanso para la vista, poder contemplar la estación con un fondo limpio y azul. Descanso que se prolongó durante unos años.

Con la construcción de las dos torres (dos de momento), erigidas en los suelos antes ocupados por el silo, no cabe duda de que la ciudad ha ganado más de lo que ha perdido. Se está regenerando la trama urbana y aparecen nuevos espacios abiertos y esponjados fruto de concentrar los aprovechamientos en altura.

Pero la intrincada composición de los volúmenes prismáticos, en la que con geometrías complejas, y un completo catálogo de materiales, celosías, vidrios, revestimientos, metales, maderas, pérgolas, descuadres y voladizos se ha resuelto el dialogo entre Barad-dur y Orthanc me hace echar de menos el lienzo rojo óxido del Toblerone sobre el que la estación reposaba con calma viendo pasar el tiempo.

Refugio

Refugio

“La cabina de un camión o un pequeño cobertizo en el jardín.  Solo necesita de un habitante que lo colonice.

En la soledad del despacho que tengo en casa a veces siento que el tiempo se detiene. No es un espacio muy grande pero sí suficiente. Yo creo que no es nada excepcional, y que es casi idéntico al que mucha gente tiene en su casa. A ojos de un extraño tal vez pueda parecer una habitación algo saturada de objetos y por ende desordenada e incómoda. Estanterías en las que algunos libros, fundamentalmente novelas de ciencia ficción clásica y revistas de arquitectura pugnan por ganar espacio con robots y artilugios electromecánicos, impresoras 3D, soldadores y herramientas diversas, ocupan dos de las cuatro paredes. Un gran mapamundi de unos tres metros cuadrados, y muchas fotos enmarcadas de los viajes familiares cierran los planos que completan mí despacho con vistas al mar. En el centro de la habitación en una mesa baja, un halcón Milenario de 3500 piezas de Lego acumula polvo esperando su momento que nunca llega para ser colgado del techo. Yo siempre digo que eso lo hace más auténtico, pero reconozco que mi familia me ha dejado por imposible.

Y en este espacio, sentado en una estrecha mesa en L en la que a duras penas encuentro hueco para colocar el teclado y el ratón, entre cacharros de toda índole, es donde más a gusto me encuentro, y donde a pesar de lo intenso y agotador que pueda resultar el trabajo que tenga entre manos, encuentro la paz y el sosiego.

Yo creo que todos tenemos (o deberíamos tenerlo) un espacio así. Cada uno a su manera. No importa de que esté hecho, o lo grande o pequeño que sea. Puede ser desde la cabina de un camión, la mesa del navegante de un velero o un pequeño cobertizo en el jardín. Solo necesita de un habitante que lo ocupe y lo colonice. Ya desde pequeños tendemos a crearnos refugios propios en los que desarrollar nuestra faceta solitaria. Un armario ropero, los bajos de una mesa camilla o la leñera en la que un día por desgracia dejas de caber, empiezan siendo esos fastuosos templos de la acogedora soledad.

El concepto de refugio abarca distintas escalas. Desde la más grande, como pueda ser la tierra, refugio de toda la vida, pasando por el refugio colectivo en el que desarrollar nuestra faceta social, hasta el refugio introspectivo y que solo requiere de unos modestos pero reconocibles límites espaciales. A veces uno encuentra o construye ese lugar, otras veces es el lugar el que te encuentra a ti. En cualquier caso, cuando sucede, el tiempo se detiene.

El niño y el entorno

El niño y el entorno

“Cuando tu conocimiento del medio en el que vives es reducido, cualquier cosa supone una gran novedad

Recuerdo el olor de los pasillos, el terciopelo de los asientos del bus por las mañanas de camino al colegio, apenas tendría 3 años y ese día, a mi madre se le olvidó decirme adiós con la mano desde la calle mientras yo la miraba absorto en el asiento y pegado a la ventana, con una cara de pena y desesperación. Irme a pasar el día entero a un edificio ajeno a mi hogar y que mi madre no me dijera adiós con la mano podría suponer un momento de esos en la vida que quedan marcados para siempre, de hecho, así fue.

Llegamos al colegio, era la primera vez que estaba en un edificio tan grande, no controlaba mi entorno y no me movía por intuición sino dirigido en fila india junto a mis compañeros y liderados por aquel adulto que comandaba la expedición desde el autobús hasta el aula de 1ºb.

Hasta entonces conocía a la perfección todos los recovecos de mi casa, no era pequeña, vivía junto a mis padres en una vivienda de dos plantas. Me encantaba situarme en las esquinas del salón más solitarias y mirar desde allí al espacio restante, siempre conseguía sentirme al unísono con mi casa y entenderla en su totalidad.

Sin embargo, aquel nuevo edificio era mucho más grande de lo que yo mismo podía concebir a esa edad. No sabía cuántas plantas tenía, ni cómo de largos eran aquellos pasillos, ni dónde estaba la sala de profesores ¿Cuántas clases como la mía podría haber en aquel lugar? Por una parte, estas incertidumbres generaban en mí mucha curiosidad, esa sensación de tener mucho por descubrir luchaba constantemente con la falta de sentimiento de pertenencia identidad que se fue perdiendo con el tiempo, ya que día a día, ese colegio se convirtió en mi segundo hogar. Realmente llegaba a pasar más tiempo allí que en mi propia casa, que empecé a ver pequeña, de apenas dos plantas y unas cuantas estancias que ya conocía.

A pesar de mis días en el colegio, no conseguía aumentar mi rango de conocimiento del entorno, ya que la rutina me guiaba siempre por los mismos caminos, cierto es que ya conocía dónde estaba el baño, cuál era mi pupitre y por dónde se iba al comedor. Pero seguía sin saber cuántas plantas había tras esas escaleras infinitas que parecían llevar al cielo convertido en pasillo.

Cuando tu conocimiento del medio en el que vives es reducido, cualquier cosa supone una gran novedad, abrir tu círculo de ambientes conocidos es siempre mucho más sorprendente cuando tienes menos referencias con las que asociar y comparar.

Tengo un plan

Tengo un plan

“En 1493, Leonardo consiguió terminar y presentar en sociedad un molde de yeso a escala real de la escultura

A finales del siglo XV, el duque de Milán, Ludovico Sforza, encargó a Leonardo da Vinci la tarea de diseñar y construir un monumento ecuestre que honrase la memoria de su padre. En un primer momento, la estatua estaba prevista a tamaño natural, pero el devenir de los acontecimientos y el plan de Leonardo para su obra la terminaría convirtiendo en un proyecto de mucha mayor envergadura.
El desarrollo del encargo se alargó durante varios años. En primer lugar, hubo un proceso de diseño hasta encontrar la postura más indicada para el caballo y el jinete, teniendo en cuenta infinidad de factores, desde las sombras proyectadas hasta la capacidad técnica de la época para sostener en pie una escultura en bronce de más de 7 metros de altura. La estrategia para el fundido de la pieza era asombrosa, se planteaba encofrar la estatua con madera de una manera muy similar a las construcciones actuales, pero también hubo que hacer frente a cuestiones personales de la vida del artista, o incluso a la guerra con Francia que, durante esta época, se manifestaba con mayor vehemencia en el norte de Italia, concretamente en la fortaleza militar que era Milán.
En 1493, Leonardo consiguió terminar y presentar en sociedad un molde de yeso a escala real de la escultura, pero curiosamente, un año más tarde, una fuerte batalla en la ciudad obligó a fundir todo el bronce reservado para fabricar cañones. El plan de Leonardo se quedó ahí, en un plan.
Al igual que cualquier otro proyecto arquitectónico, la construcción de la escultura requiere de una idea, un diseño, un desarrollo y definición del objeto, una planificación y por supuesto, su correcta ejecución. Procesos que no son ni mucho menos propios de estas disciplinas, se trata de sucesiones que están presentes en casi todos los ámbitos de la vida, desde pintar un cuadro hasta cocinar una tortilla de patatas.
Los planes establecen una declaración de intenciones para una puesta en marcha a futuro. Un plan no es más que un propósito estudiado. Pueden ser maravillosos, perversos, ingeniosos o inexactos, pero nunca lo sabremos hasta que los pongamos en marcha.
Existen ciertos momentos concretos en la vida en los que es necesario tomar decisiones, elaborar un plan o marcar una estrategia que determine el porvenir de nuestro futuro. Desde orientar tu encaje laboral con apenas 18 años hasta decidir cómo vivir tu jubilación con 67. Lo importante no es tener un plan, sino acometerlo.

21 de agosto

21 de agosto

“La mejor casa del mundo es la que pueda compartir contigo»

El amor por la música, por los desayunos al sol del sábado o por los pícnics en la playa son cosas que casi todos compartimos, al igual que el odio por las mudanzas. Tener que empaquetar todas tus pertenencias en cajas de cartón y dar trescientos viajes de un sitio a otro para afrontar la inminente salida de tu zona de confort, no suele ser una experiencia agradable a priori. Implica ser consciente del volumen total que ocupan todos tus cachibaches y te obliga a replantear su verdadera utilidad, a decir verdad, una mudanza es una buena purga si consigues dejar a un lado la carga de la nostalgia. Se trata de un ejercicio más mental que físico y si tu voluntad está convencida, siempre lo verás como un cambio de etapa. Da igual si la futura casa tiene garaje, piscina, pista de pádel o está en primera línea de playa, lo importante es que entre el sol por las ventanas y que estés junto a aquellos que te hagan feliz, aunque lleve cerrada más de 8 años y tenga muebles de los años 60.

Pese a parecer chocante, la experiencia me ha demostrado que puedes llegar a ser más feliz encerrado en un pequeño apartamento padeciendo unas paperas, que en un chalet con el mejor de los jardines, el secreto es sencillo: estar bien acompañado. A veces nos obsesionamos con la relación entre las cosas materiales y nuestra calidad de vida; una moto nueva, dos vestidores repletos de ropa, una casa preciosa con grandes ventanales en la que podamos andar descalzos y todo esté ordenado bajo las normas del feng shui pero, en la mayoría de las ocasiones, la felicidad tenemos que buscarla en nuestro interior.

Solo conseguiremos desprendernos de nuestra obsesión por la persecución de un modelo ideal cuando descubramos y redefinamos qué es una vida ideal. Desgraciadamente, esto va unido a cierta madurez interna. Creemos que el mejor viaje siempre se resume a desplazarnos lo más lejos posible de nuestro entorno local, pero muchas veces olvidamos que, las mejores vacaciones son aquellas a las que llevas tu entorno contigo. No importa los maravillosos museos o playas paradisíacas que visites, en avión o en barco, lo importante es poder compartirlo con aquellas personas a las que amas.

Al igual que un cocinero al que le cuesta trabajo decantarse por su plato favorito, sigo sin tener nada claro como me gustaría que fuera mi vivienda ideal. Sin embargo, no tengo ninguna duda de que, sea como sea, me encantaría que fuese junto a ella. Feliz cumpleaños.

Mi mujer está contenta

Mi mujer está contenta

Cometía su función más importante de la manera más depurada posible, haciendo sencilla la vida de sus habitantes

Hace un tiempo, visitando una obra de 4 viviendas pareadas que estamos construyendo actualmente, me crucé, saliendo de su casa, con el nuevo inquilino de la vivienda contigua, también proyectada por nosotros hace cosa de un año. Él no me conocía, ni yo a él, así que me tomé la libertad de aparentar estar interesado en adquirir una de esas viviendas en obra y le pregunté acerca de la casa, cómo era vivir allí y si estaba cómodo en su nuevo hogar. Me respondió con una frase que nunca olvidaré: “la casa está bien, pero lo más importante es que a mi mujer le encantó cuando la vio y si ella está feliz, a mi me da exactamente igual la verdad.” En ese momento no pude evitar soltar alguna carcajada, pero al madurar esa idea, me hizo reflexionar acerca del alcance de nuestro trabajo.

La vivienda es el espacio en el que mayor tiempo pasamos a lo largo de nuestra vida. Aquellos que tienen la fortuna de haber podido intervenir en el proceso de su diseño, tienen la oportunidad de pararse a pensar en cómo quieren vivir su hogar el día de mañana, haciendo saber al arquitecto su forma de vida, sus inquietudes e incluso sus gustos más personales. Sin embargo, todos aquellos que, por cualquier razón, viven en una vivienda de segunda mano, deben pasar por un periodo de adaptación a sus nuevos espacios que normalmente es mutuo, la casa se hace a la persona y la persona se hace a la casa.

Todos somos humanos, y por lo general, nos unen una serie de características y necesidades básicas que compartimos sin apenas darnos cuenta. Se trata de detalles que están siempre presentes en segundo plano, como la necesidad de disfrutar de luz natural en la cocina o la de poder estar en el salón durante varias horas sin dejar de estar cómodos en ningún momento. Cuestiones esenciales pero de gran calado en nuestro día a día y que solo somos conscientes de ellas cuando no las tenemos.

Aquel hombre no supo decirme, a bote pronto, cuáles eran los puntos fuertes ni las debilidades de su nueva casa, solamente pudo reseñar que su mujer estaba contenta, que todo marchaba bien y que, por el momento, eso era suficiente. Es posible que ese proyecto no tuviera unas grandiosas falsas fachadas perforadas por huecos, ni que su vivienda saliera publicada en importantes revistas de arquitectura, pero cometía su función más importante de la manera más depurada posible, haciendo sencilla la vida de sus habitantes.

¿Por qué? ¿Para qué?

¿Por qué? ¿Para qué?

“El coste de contar con un profesional técnico repercutido en el presupueso total de la obra por lo general compensa la inversión»

Estas son preguntas que habitualmente se hace uno al decidirse por acometer una reforma de su casa o propiedad. Cuando nos movemos en el ámbito de las obras menores (reformas interiores especialmente), la natural preocupación por el presupuesto, el alcance de la obra o los costes nos hace en ocasiones mirar con lupa y al detalle los conceptos y no de forma conjunta y global, que es la forma correcta y más segura para alcanzar el objetivo que se pretende.

¿Por qué voy a consultar a un arquitecto?, ¿Para qué lo necesito? Si yo ya tengo mi idea clara. Mi vecino tiene un amigo que hace reformas, y mi cuñado que es un lince y sabe un huevo, me va a sacar los materiales a precio de saldo.

Más allá de que un arquitecto probablemente le romperá los esquemas y de que le aportará soluciones e ideas que a buen seguro encajarán con sus necesidades, su labor trasciende este aspecto, ya que además trabajará con el objetivo de ajustar eficazmente las soluciones y sistemas. Se preocupará por la eficiencia energética, por el confort acústico y térmico o por la durabilidad de sistemas y acabados. Además efectuará un control económico y cualitativo de la contrata con el objetivo de garantizar una correcta ejecución a un precio controlado. En definitiva, velará por sus intereses frente a los de la contrata.

El coste de contar con un profesional técnico repercutido en el presupuesto global de la obra por lo general es muy menor y se compensa con creces con los beneficios que se obtienen, muchos de ellos como digo, de tipo económico curiosamente. El hándicap está en que es lo primero que se ha de pagar y se corre el riesgo de perder de vista el presupuesto objetivo.

En mi experiencia a lo largo de los años como perito judicial me ha tocado intervenir en bastantes conflictos surgidos de una intervención en el ámbito de pequeñas reformas, hechas sin control técnico, sin contrato, sin documentación y sin garantías.  Además de las consabidas consecuencias de tipo económico, la infelicidad, la insatisfacción y la frustración que ocasionan los larguísimos procesos judiciales pueden acabar convirtiendo en un calvario el ilusionante camino de acometer la tan deseada reforma.

¿Quiere reformar su casa? ¿Quiere hacer obras? Llame a un buen arquitecto. Busque, pida consejo, y póngase en manos de un buen profesional. Al final seguro que le saldrá a cuenta.

La máquina del tiempo

La máquina del tiempo

“En casi todos los futuos, la ciudad ha ocupado e invadido el planeta para servir a las necesidades de sus inquilinos

Coches voladores, rascacielos angulosos y de formas orgánicas, grandes espacios urbanos de carácter puramente monumental y político y un sinfín de características comunes, forman el majestuoso imaginario colectivo sobre del futuro de nuestras ciudades. Un compendio formado a raíz de cientos de años de historias, películas y novelas que intentan dotar de un contexto futuro a sus respectivas tramas. Plasmando un escenario lejano pero verosímil en algún punto de la mente de sus creadores, o al menos en la conciencia de su época.

En casi todos estos futuros, la ciudad ha ocupado e invadido el planeta para servir a las necesidades de sus inquilinos, cada vez más ambiciosas. El desarrollo sin fin que nos lleve a la cumbre de nuestra evolución. La pretensión de que, el tiempo, la investigación y la ciencia nos terminarán elevando a una forma de vida cada vez más cómoda y placentera. Solucionando nuestras necesidades más primarias de un plumazo y centrándose en lo que realmente nos importa: nuestras inquietudes sociales, el entretenimiento y la felicidad plena.

Una de las primeras novelas en abrir una ventana al futuro es la Máquina del Tiempo de H.G. Wells, publicada en 1895. En ella, un joven y entusiasta científico encuentra la forma de viajar a través de la cuarta dimensión y sin más preámbulo que una simple conversación con sus colegas de profesión, se dispone a viajar hacia adelante sin miedo alguno y con la curiosidad innata que cualquiera de nosotros sentiría con un artefacto así. Sin embargo, al aterrizar en el año 802.701, nada es como se imaginaba. La ciudad ha desaparecido prácticamente por completo, a excepción de algunas ruinas monumentales salpicadas en un entorno natural realmente bello. Tras conocer de primera mano a los seres que habitan este lugar, no puede evitar hacer multitud de elucubraciones acerca de lo que tuvo que haber pasado. Cómo es posible que estos seres de apenas 1,20 m de altura vivan tan felices y en paz. Empieza a pensar que han llegado a la cresta del progreso. Ya no necesitan levantar muros, crear fronteras o ponerse a cubierto de nada. Ni siquiera trabajan, comen directamente frutos de los árboles.

Aunque al final de la novela descubramos que no todo es tan bello como parece, se trata de una curiosa manera de imaginar una sociedad venidera sin conocer su pasado reciente. Donde, los fantásticos rascacielos angulosos se han convertido en los tétricos rascasuelos que habitan los Morslocks.

De engalabernos y medianeras

De engalabernos y medianeras

“Cuando compramos nuestra casa, que será la posesión más preciada de nuestra vida, lo hacemos con un desahogo que nunca deja de sorprenderme.

El español moderno es contradictorio. Y digo contradictorio por emplear un eufemismo amable no sea que se me ofenda alguno. Tajante y generalista afirmación, pero siempre acabo llegando a esa conclusión cuando pienso en estas cosas.

Vivimos en un mundo en el que lo material tiene una importancia desmesurada. Atrás quedaron los tiempos en los que las posesiones de un individuo cabían en un zurrón, que tras su muerte pasaban a ser repartidas entre los miembros de su descendencia o de su tribu. Y vivir, se vivía.  Hoy no. Hoy hemos evolucionado hasta convertirnos en una especie en la que el valor de la posesión define nuestra propia identidad. No somos nadie sin nuestro teléfono móvil, nuestras zapatillas, nuestro coche o nuestro Avatar en el metaverso. Y no solo por el propio valor funcional de esos objetos que nos facilitan el día a día, sino por lo que representan.

Sin embargo, de todas las posesiones materiales, hay una que a pesar de ser tal vez la más importante y la más valiosa de todas, es a la que acabamos prestando menos atención.

La gente acostumbra cuando va a comprar un coche, a empaparse del asunto hasta convertirse en un auténtico experto en emisiones de C02, en sistemas de seguridad activa y en ángulos de batalla. Cuando nos compramos un teléfono móvil, consultamos docenas de foros y estudios comparativos de los modelos del momento. Exigimos garantías, facturas y guardamos como tesoros las cajas y los manuales.

Pero cuando vamos a comprar nuestra casa, que será la posesión más preciada de nuestra vida, por la que acabaremos casados con una entidad financiera por lustros o décadas, lo hacemos con un desahogo que nunca deja de sorprenderme.

En mi vida profesional he visto contratos privados de compraventa de viviendas que caben en una cara de una servilleta, presupuestos de ejecución de obra de una casa que no pasaban de un resumen de capítulos abierto, o viviendas de 200 metros cuadrados escrituradas como “solar con corral”.

Casas con habitaciones en engalaberno, compradas tiempo atrás al vecino de la casa medianera, descritas en fanegas y codos en las escrituras, generando laberintos y singularidades que el registro de la propiedad transcribe de forma literal para gozo y disfrute de las generaciones venideras.

Bien es cierto que las cosas van cambiando, y los registros y el Catastro están haciendo un esfuerzo por coordinarse aprovechando los medios tecnológicos de hoy. Aun así, nos resistimos y nos resistiremos… Somos contradictorios.

Hacia rutas salvajes

Hacia rutas salvajes

“Cuando legaban a un buen territorio, montaban sus tipis en un abrir y cerrar de ojos. 

Antes de que el ser humano integrara de lleno la agricultura en la sociedad de su tiempo, la forma de vida nómada era el estándar entre cualquier tribu. La gente se movía de acá para allá en busca de oportunidades, de alimento y de buen clima. Se trasladaban andando o apoyados por algún animal de carga y cuando llegaban a un buen territorio, montaban sus tipis en un abrir y cerrar de ojos para establecerse allí por algún tiempo.

Eran totalmente conocedores de cuales eran los bienes útiles y los superfluos. Se movían únicamente con lo imprescindible, porque cuando tu forma de vida se basa en el movimiento y tienes que cargar con tus pertenencias cada día, es cuando realmente valoras qué es necesario para el desarrollo de tu vida. Qué cosas son un mero capricho, cuáles son simbólicas, cuáles emocionales y cuales indispensables para sobrevivir en tu día a día.

Sin embargo, cuando conseguimos establecernos en algún lugar, la cosa cambia. Curiosamente, los almacenes son el corazón de las viviendas en las zonas insulares o de difícil acceso. Es allí donde se guardan las pertenencias que tanto trabajo nos han llevado conseguir y que necesitaremos a diario para desarrollar nuestro trabajo, nuestro disfrute o nuestras necesidades más animales. Lo mismo sucede con los graneros o los silos de cualquier granja por todo el mundo, o incluso con el vestidor de un apartamento en el centro de la ciudad.

El ser humano tiende a acumular siempre que tiene la posibilidad y el espacio para hacerlo. Desde coleccionistas de sellos hasta amantes de las zapatillas Jordan, almacenar es un leitmotiv en nuestra vida moderna. Quizás por ello vemos como un renegado de la sociedad a aquel que vive con dos camisetas y cazo para cocinar, sumergido en su pequeña caravana o su barquito de vela y que se desplaza a diario hasta encontrar un buen lugar donde pasar la noche. Se trata de personas que han vuelto a los instintos más primarios de cualquier ser vivo: la supervivencia, la relación con el entorno y el contacto con la naturaleza. Es un sentimiento difícilmente entendible por el resto, maravillo en su plenitud y peligroso a partes iguales, y si no, que se lo pregunten a Christopher McCandless que murió totalmente solo en Alaska por inanición, posiblemente causada por envenenamiento al ingerir alguna sustancia desconocida. Su forma de vida fue arriesgada y aventurada, pero seguro que alcanzó la plena felicidad como se narra en su libro y película homónima: Hacia rutas salvajes.

El planeta de los simios

El planeta de los simios

“Volar nos hizo gigantes, pero al mismo tiempo, nos hizo conscientes de lo minúsculo que somos como especie

Tan cerca y a la vez tan lejos. Y es que tendemos a pensar que somos especiales. Que hemos llegado a lo más alto. Que somos el resultado del proceso de una evolución que se ha completado con el ser humano en su máxima expresión de perfección. Y a poco que nos descuidemos, a la vista de la deriva que está tomando la cultura occidental, a lo mejor estamos en lo cierto.

Creo que esta sensación, en mayor o menor medida la habrán tenido los seres humanos en distintas épocas a lo largo de los milenios en los que nos consta que llevamos habitando este planeta. Imagino a los egipcios o a los mayas contemplando con orgullo sus descomunales pirámides, a los Romanos trazando con orden las infraestructuras de su imperio sintiendo que su poder les permitía domesticar el mundo, o a los arquitectos de la Escuela de Chicago que a finales del XIX redefinieron la arquitectura con la aplicación de novedosos materiales y técnicas industriales haciendo crecer las ciudades en altura aligerando los edificios. Me avergüenza reconocer, que siento un infantil orgullo de especie cuando miro por la ventanilla del avión en plena noche al sobrevolar una gran ciudad y puedo ver la magnitud y la escala de la transformación del medio físico que hemos llevado a cabo. Grandes infraestructuras recorren el territorio conectando núcleos y aglomeraciones urbanas en un aparente desorden orgánico.

Creo que en el momento en el que el hombre consiguió volar y dominar los cielos, se produjo un punto de inflexión en la concepción del mundo y del lugar que ocupamos en él. Volar nos hizo gigantes, pues redujo el tamaño del mundo que en otros tiempos requería de meses y años para poder recorrerlo a solo unas pocas horas. Pero al mismo tiempo nos hizo conscientes de lo inmensamente minúsculos y frágiles que como especie somos en el fondo. La famosa instantánea de la tierra tomada a bordo del Apolo 8 en 1968 por el astronauta Bill Anders desde la órbita de la Luna es la mayor expresión de este crítico pensamiento. Nunca nadie había estado tan lejos de casa… Tan cerca y a la vez tan lejos.

Y aun así, con todos nuestros avances seguimos necesitando de un techo bajo el que cobijarnos, de escaleras para subir y bajar, y de un hogar o fuente de calor en torno al que reunirnos. No somos tan diferentes de los primeros seres que con un orgullo diferenciador a buen seguro que admiraron sus cabañas de barro y paja, y que les permitieron cimentar las bases de lo que hoy somos y algún día, seremos.

La espacialidad

La espacialidad

“La arquitectura es un arte centrado en confinar aire, todos sus mecanismos y estrategías de diseño están orientados a producir formas en el vacío.

Existen una infinidad de parámetros que intervienen en la transmisión de emociones por parte de cualquier tipo de obra artística, sin embargo, cada tipo de arte tiene uno por excelencia. En la pintura es el color; en la escultura, la proporción; en la música, el tiempo; en la danza, el movimiento; en la literatura, la imaginación; en la fotografía, el instante; en el cine, la narración y en la arquitectura es el espacio. Sin lugar a dudas, todos se entremezclan. El color también tiene mucho que ver en el cine, o las proporciones en la arquitectura, pero siempre hay una característica que destaca frente a las demás por la propia naturaleza de cada arte.

Las obras de arquitectura pueden llegar a servir a múltiples funcionalidades, desde la eficiente resolución de los programas de necesidades hasta la inserción y relación con su entorno inmediato, sin embargo, la arquitectura es un arte centrado en confinar aire, todos sus mecanismos y estrategias de diseño están orientados a producir formas en el vacío. Pese a que siempre relacionemos, intuitivamente, el espacio con los volúmenes interiores, la imagen exterior también es parte fundamental de todo ello. Una fachada no es solo un cuadro gigante, también es formadora de lugar. La estética de los edificios establece la imagen de las ciudades, pero también hay que tener en cuenta que, la relación entre todas ellas, conforma la percepción espacial y el ambiente de sus calles. El negativo de la edificación es el espacio, tanto interior como exterior. Y aunque, en la arquitectura intervienen tan diversas variables como las matemáticas, la física, la sociología o la legislación vigente, el resultado siempre tiende a reducirse a la percepción sensorial de un lugar.

Por ello, el Barroco fue una época muy especial para la arquitectura. En este periodo se investiga profundamente acerca de las posibilidades que el espacio arquitectónico puede ofrecer. La tensión que se produce al yuxtaponer diferentes geometrías volumétricas, en la dualidad de los elementos cóncavos y convexos, en las diferentes percepciones que una fachada puede otorgar al viandante en función de su punta de vista, así como en la relación, directa o indirecta, que los exteriores tienen con los interiores. Al fin y al cabo, el Barroco se centra en lo realmente importante: en las diferentes herramientas espaciales que juegan sus cartas frente al ser humano y sus emociones.

De Vitrubios y Palladios

De Vitrubios y Palladios

“El orden, la proporción y la escalabilidad del sistema define desde la parte más pequeña hasta lo más grande»

Hay un invariante en el entorno urbano que todos somos capaces de reconocer con independencia del conocimiento que se tenga de arte, arquitectura o historia. Los elementos clásicos de la arquitectura adintelada procedentes de las civilizaciones clásicas Griega y Romana, que pasaron un periodo de abandono y olvido durante la edad media, fueron redescubiertos por los arquitectos renacentistas, los cuales estudiaron y reinterpretaron sus elementos compositivos, fijando las bases de lo que sería el orden en la arquitectura y el urbanismo hasta nuestros días.

Y es que, es el orden, la proporción y la escalabilidad del sistema que define desde la parte más pequeña de una moldura hasta lo más grande como pueda ser la proporción entre espesor de una columna y la altura total de un edificio, han cautivado a los arquitectos a través de los tiempos.

Marco Vitrubio, en el siglo I A.C. recogió, en su tratado de arquitectura, entre otras muchas cuestiones, lo que hoy conocemos como órdenes clásicos, y que sirvió de base para que los renacentistas como Andrea Palladio redefinieran las bases de todo lo que ha venido detrás.

Durante los primeros años del periodo de formación en la escuela de arquitectura, se estudian las proporciones pitagóricas y áureas, así como los órdenes clásicos (Toscano, Dórico, Jónico y Corintio esencialmente), dibujando hasta la saciedad, plantas de templos, columnas, molduras, metopas y capiteles. Y es que esa práctica impuesta por el método de aprendizaje, que llega a resultar en algo casi obsesivo, persigue que se adquieran los hábitos de encajar con rigor cuando se diseña, ya sea un taburete o una terminal portuaria.

Probablemente, influido por esa obsesión,  en el año 1964, el arquitecto Javier Peña Peña, tuvo la genial idea de iniciar una singular colección. Cada vez que coincidía con algún colega de profesión, le pedía que le dibujase un capitel en una octavilla. A bote pronto, y generalmente sobre la marcha, sin casi tiempo para pensar. De forma continua y hasta su muerte en 1976 mantuvo esta práctica, y hoy se conservan algo más de 500 originales de dibujos, entre los que se encuentran prácticamente todos los grandes arquitectos de la época como Oiza, De la Sota, o Bohigas por mencionar solo algunos.

En esos trazos tan personales y espontáneos, en los que se obligaba casi que a traición al arquitecto a reinterpretar todo lo aprendido en su formación clásica, se aprecian las señas de identidad y genialidad de los grandes maestros.

Lo que Lina me dejó

Lo que Lina me dejó

“Debido a su emplazamiento elevado sobre un bosque de Barsil, ella diseñó las escaleras como un punto de observación

Existen ciertos momentos en la vida que todos recordamos de manera especial. Curiosamente, muchos de ellos suelen responder a la primera vez que asimilamos algo nuevo. Jamás se me olvidará el día que aprendí a montar en bicicleta, sobre todo por el impacto que me produjo ver mis rodillas llenas de sangre, o la primera vez que salí de viaje fuera de mi país y comprendí de verdad qué significa la tan mencionada diversidad cultural. Se trata de momentos que, de alguna forma, quedan marcados en nuestra memoria y que recordándolos con perspectiva, pueden suscitarnos una segunda lectura que solo el tiempo es capaz de ofrecernos.

Uno de ellos es, sin duda, la primera vez que dibujé una casa. Hasta entonces, no sabía cómo se hacía, no conocía la existencia de los planos y las diferentes lecturas que estos ofrecían. Sus códigos, la calidad de línea, las proporciones, la escala. Hasta entonces, dibujar una casa era trazar un cuadrado con un tejado a dos aguas y humo saliendo de la chimenea. Pero gracias a Lina Bo Bardi y su Casa de Vidrio de 1951, aprendí que copiando se aprende.

Además de adquirir las habilidades propias del dibujo y la representación, aprendimos lo más importante, el mundo de los conceptos e ideas. Una fotografía muy sugerente de la arquitecta apoyada en el descansillo de las escaleras y mirando al horizonte con una clara influencia al Caminante sobre el mar de nubes de David Friedrich fue clave en todo esto. Debido a su emplazamiento elevado sobre un bosque de Brasil, ella diseñó las escaleras como algo más que un elemento de comunicación, se convirtieron en un punto de observación.

Siempre he pensado que tengo un especial cariño a esta casa simplemente por ser la primera. Pero tras más de 10 años desde ese momento y un amplio abanico de referencias a las espaldas, he vuelto a investigar acerca de los conceptos arquitectónicos que Lina planteaba, en lo que fue su primera obra construida para ella misma y su marido. Muchas de mis inquietudes que creía personales, fueron ya planteadas hace más de 70 años. Una planta libre, horizontal y diáfana en la que poder pasear descalzo observando un paisaje, en contraposición con una serie de estancias más íntimas, privadas y traseras relacionadas con un patio interior a escala humana. Recuerdo a Lina Bo Bardi por ser la primera, pero jamás la olvidaré por mostrarme que la arquitectura es algo más que dibujar casas.

La piel que habito

La piel que habito

“De igual forma que no se puede aprender de los errores de los demás, hasta que no habitas un espacio, no asimilas los elementos que lo cierran

A pesar de tratarse del primer rascacielos cerrado totalmente de vidrio, cuando conocí en persona el famoso edificio Seagram de Nueva York,  no conseguí apreciar dicha proeza técnica. Quedó totalmente eclipsada por la fenomenal idea de retranquear el proyecto en favor de ofrecer una maravillosa plaza pública a las estrechas calles de la ciudad, custodiadas siempre por enormes edificios que no permiten ser vislumbrados en su totalidad, sin partirte el cuello en el intento.

La piel del edificio es un término recurrente en las escuelas de arquitectura para explicar innumerables conceptos, tanto de diseño, como constructivos e incluso estructurales. Sin embargo, siempre me ha parecido una terminología muy curiosa. Es un concepto que, pese al evidente símil que mantiene con el cuerpo humano, siempre me ha costado interiorizar. Los edificios no tienen pieles, tienen fachadas, algunas perforadas por ventanas, otras continuas, orgánicas y con formas de lo más extravagantes, pero todas ellas son solo un elemento constructivo que cierra un espacio a la vez que dota a la edificación de una expresiva imagen exterior.

Al observar una persona desnuda simplemente vemos un cuerpo opaco, desconocemos a priori el grosor de su piel y las múltiples capas que la componen. Sin embargo, si pudiéramos separarla del resto del cuerpo, además de ser un proceso altamente desagradable, lograríamos entender a la perfección su funcionalidad y autonomía. Lo mismo sucede con la arquitectura, siempre he pensado que la mejor manera de entender este concepto es mediante las famosas dobles fachadas, como el precioso edificio Castelar de Madrid. En cambio, de igual forma que no se puede aprender de los errores de los demás, hasta que no habitas un espacio, no asimilas los elementos que lo cierran. Pues bien, al fin llegó el momento de, no solo entender las pieles de los edificios, sino quedar sobrecogido ante lo que pueden llegar a transmitir. La Caja Mágica de Madrid, de Dominique Perrault, continúa explorando este concepto que lleva reproduciendo a lo largo de toda su carrera, proyectando y construyendo obras de una sensibilidad extraordinaria. Una delgada celosía metálica hace las veces de fachada y elemento climático que tamiza la luz y dota al espacio de los aledaños de la pista deportiva de un ambiente sobrecogedor que, consigue transmitir paz frente al bullicio de las miles de personas que lo transitan al unísono en los días de partido.

Si camina como un pato y parece un pato…

Si camina como un pato y parece un pato…

“En 7 minutos de dibujo plano, tres o cuatro colores y dos personajes, para contar una hisoria muda cargada de simbolismo

El otro día, de pasada me topé con el capítulo de la Pantera Rosa. Voy a soltar una frase lapidaria de abuelo cebolleta, pero “Ya no se hacen dibujos como los de antes” ¡Y es que es verdad! Hoy día, gracias sobre todo a los grandes avances técnicos, casi que cualquiera puede, con un ordenador doméstico y cuatro aplicaciones gratuitas, producir su propia serie de animación. Si sumamos a ello la vorágine consumista que colmata de oferta inmediata todos los canales de consumo audiovisual, ya no es rentable apostar por el ingenio y la calidad que antes se daba por supuesta.

La Panetera Rosa es un magnífico ejemplo de que con muy poco se puede contar mucho. Los capítulos duraban algo menos de 7 minutos, con un dibujo plano y con apenas tres o cuatro colores y dos o tres personajes, se narraba una historia muda cargada de simbolismo. La excelente banda sonora y su universalmente conocido tema principal, obra de Henry Mancini terminan de convertir cada capítulo en una auténtica obra de arte.

El episodio que vi, y que es fácil de localizar en internet, es un auténtico tributo a la arquitectura y una socarrona crítica a la mente de los arquitectos. Encuadrado en su contexto temporal mediados de los años 60, en el se representa una titánica lucha entre el pragmatismo vernáculo del constructor que pretende levantar la convencional casa de cubierta a dos aguas y chimenea, y la poderosa fuerza innovadora de la Pantera Rosa que trata por todos los medios de transformar el aburrido proyecto en una fastuosa residencia de estilo internacional como salido del tablero del mismísimo maestro Oscar Niemeyer. Además, el final del episodio hace un genial guiño al concepto Venturiano del “tinglado decorado”. Y todo esto resuelto con cuatro sencillos trazos, cuatro colores y unos previsibles gags visuales que hilvanan a la perfección una historia que acaba relegando a la arquitectura a un mero juego escenográfico. Como teorizó Robert Venturi, “La fachada es un alarde, el edificio una modesta necesidad”.

Queda claro que el episodio es un chiste y que se sirve del tema arquitectónico para conseguir el obligado juego de pelea constante entre el narigudo bigotón, racional y dogmático y la transgresora Pantera Rosa que por no obedecer, no obedece ni las leyes de la gravedad o las más básicas normas de la geometría. No obstante, este episodio titulado “The Pink Blueprint” tiene bajo su primera capa superficial de risa infantil, más sustancia de la que pueda parecer.

Sombras con el flexo

Sombras con el flexo

“Haciendo sombras en la pared con cualquier objeto, conseguía asustarse a sí mismo

Un joven Steven Spielberg de apenas 5 años dirigió su primera obra ayudado por el flexo de su habitación. Se percató de que, haciendo sombras en la pared con cualquier objeto o con sus propias manos, conseguía asustarse a sí mismo y eso le emocionaba enormemente. Es curioso cómo este joven director comenzó gracias a la acción más compleja y sublime de cualquier arte: transmitir emociones. Pronto empezaría a preparar funciones para sus hermanas y aquí fue cuando descubrió que lo que realmente le apasionaba era provocar reacciones en ellas. Desde risas y diversión hasta incluso miedo y espanto. Le asombraba ver cómo, a través de la imagen, podía contar historias que influyeran en el espectador de una manera tan inmediata. A partir de aquí, comenzó a curiosear y profundizar en cualquier tipo de narración visual que se le ocurriese, desde aprovechar el humo de un cigarrillo para hacer una transición entre planos, hasta contar de manera muy gráfica cómo se marchaba uno de sus protagonistas subido a un coche simplemente abriendo el plano de su antigua cámara amateur.

Pronto se daría cuenta de que su pasión podía convertirse en una profesión, y para rodearse de un ambiente enriquecedor en el tema, decide mudarse a Los Ángeles, donde se sitúan los grandes estudios de cine y televisión. Consiguió colarse en los platós del estudio Universal al ser confundido por el hijo de un famoso productor. Y pese a gozar de cierta habilidad para narrar y conocer algunas premisas importantes de la industria, desconocía cómo poder escalar hasta producir una gran obra cinematográfica. Su pasión era dirigir, pero en ningún caso podría hacerlo él solo, necesitaba actores, cámaras, guionistas y sobre todo gente que confiara en él. Para tener su gran oportunidad, tendría que aprender otras habilidades muy alejadas del mundo cinematográfico.

Es casi un tópico plantear que en las carreras universitarias no te forman para emprender. Que las escuelas de cine no te enseñan a hacer contactos y que, en las facultades de arquitectura no te muestran cómo ser un profesional independiente. Necesitamos emplear mucho tiempo y esfuerzo en adquirir una base de conocimientos que nos permita desarrollar nuestra profesión. Es tan grande el abanico de aspectos que entran en juego a la hora de desarrollar un largometraje o construir un edificio que, desgraciadamente, queda muy atrás el divertido juego de hacer sombras con el flexo.

Tiempos pretéritos

Tiempos pretéritos

“Vestigios menores del pasado desperdigados que nos transmiten información incompleta de una historia de tiempos pretéritos

Hoy ha sido uno de esos días en los que ha tocado agarrar los bártulos y hacer una horita de carretera secundaria por un paraje precioso para tomar datos y medir al objeto de hacer un pequeño proyecto. Algo modesto y de poca entidad pero que nos ha regalado, a la llegada, un curioso descubrimiento.

El trabajo para el cual nos hemos desplazado, ejecución de unas contenciones afectadas por deslizamientos provocadas por las lluvias, nos ha ocupado durante un rato en la toma de datos pero al terminar, mirando al frente, en un precioso valle aterrazado con encinares al fondo, se eleva un torreón en ruinas bastante deteriorado que llama la atención. Su enclave a media ladera es curioso. Los torreones solían ocupar los altozanos u oteros con fines defensivos y de vigilancia.

Resulta ser que el torreón es el resto de lo que fue en su día una alquería nazarí, probablemente del siglo XIII y que dominaba el despoblado de Alhabia, del cual quedan algunos vestigios semienterrados. Quedan en pie los restos de sus 4 muros perimetrales de mampostería irregular, y la planta prácticamente cuadrada de lo que pudo ser una torre de unos 10 metros de altura. No se conservan ni forjados ni cubierta. Nos cuenta el cliente que hace un par de años se reunieron con Norman Foster para presentarle un proyecto de rehabilitación y puesta en valor de este monumento, el cual mostró interés, iniciándose una fase de búsqueda de financiación y de recursos que la pandemia dejó en vía muerta.

Este Torreón de Alhabia, a escasos 600 metros de Alcudia de Monteagud, es uno de tantos vestigios menores del pasado que hay desperdigados y abandonados por la geografía, y nos transmiten información incompleta de la historia de tiempos pretéritos.

Como le oí decir a Juan Gómez Jurado, las primeras filmaciones de los Hermanos Lumière marcan un auténtico horizonte de sucesos. Hasta la filmación de  “Obreros saliendo de la fábrica”, la percepción de la historia se apoya en un conocimiento del todo indirecto y muy condicionado por la visión artística y personal de los cronistas y artistas de la época, que han dado origen a las convenciones que hoy tenemos.

A pesar de que en los tiempos de Abbu-l-Abbas aún no se contaba con cinematógrafos, en las piedras que de forma meritoria han llegado hasta hoy sigue habiendo un relato  del pasado merecedor de una atención, si no del mismísimo  Sir Norman Foster, al menos de alguna mirada local que le dé una segunda oportunidad.

La Pagoda y el Miró

La Pagoda y el Miró

“¿Tiene sentido comparar la Pagoda de Fisac con un cuadro de Miró?”

Es como el día de la marmota, cada vez que un ayuntamiento emite una licencia para derribar una edificación con algún tipo de interés artístico o histórico se genera cierta controversia entre la ciudadanía, el debate eterno entre la memoria y el porvenir. Entre el respeto a la conservación de obras de la mayor de las artes, ante el inevitable futuro arrollador y desalmado, que mira al frente como un niño de cinco años que solo tiene ojos para su sexto cumpleaños. Sin embargo, ¿tiene sentido comparar la Pagoda de Fisac con un cuadro de Miró?, como hizo Juan Navarro Baldeweg en los días previos de su demolición. Seguramente no, no hay punto de comparación. Ni el más famoso cuadro de Miró le llega a la suela de los zapatos a la singular obra de Fisac. Otro gallo cantaría si se tratase de un cuadro de Miguel Ángel. Una obra pictórica la puedes guardar en un armario y a nadie le atañe, por el contrario, cualquier pieza de arquitectura es un espectáculo expuesto para toda la ciudadanía durante todas las horas del día, todos los días del año. Se pueden crear intereses económicos o sociales en ese terreno, puede sufrir patologías estructurales que lo conviertan en un peligro urbano, o incluso puede no comulgar de ningún modo con la forma de vida de los ciudadanos del futuro.

En el Manifiesto Futurista de 1909 se planteaba la posibilidad de que la arquitectura del futuro no duraría más años que las generaciones que la habitaran. Afirmación que, hoy en día, está muy lejos de ser cierta, pero que puede tener visos de realidad atendiendo a la sociedad de consumo en la que estamos sumergidos. Actualmente cambiamos de móvil cada tres años, ¿alguien se imagina a nuestros nietos viviendo en nuestra casa dentro de 100 años? Si prácticamente cada mes cambiamos las tendencias en decoración del hogar…

Las pirámides de Giza cumplen más de 4000 años, el coliseo Romano casi 2000 y no imagino a nadie presentando un proyecto de demolición en el ayuntamiento de París para echar abajo la Torre Eiffel y hacer un complejo de apartamentos y centros comerciales. Por lo tanto, sí que tenemos, como sociedad, una conciencia común de que ciertas edificaciones tienen derecho a ser conservadas y mantenidas durante generación y generación, lo llamamos Patrimonio y la Alhambra de Granada siempre estará en el top 1, junto con la tortilla de patatas y la hora de la siesta.

Ready player one

Ready player one

“Sea de forma real o virtual, necesitamos de un soporte espacial o de una cobertura y un entorno que nos posicione

Si mi abuelo levantara la cabeza y viese que se puede llevar un teléfono en el bolsillo… Y no solo un teléfono; una agenda, un supercomputador, el banco y una ventana infinita a todo el conocimiento acumulado. Y todo a golpe de una orden ejecutada en cuestión de segundos.

Es casi un tópico aquello de que las cosas avanzan a una velocidad de vértigo, pero hay que reconocer que los cambios vividos en las dos o tres últimas décadas han sido monumentales y han creado nuevos paradigmas de lo que es y será la evolución de las sociedades. Cierto es que ha habido grandes revoluciones en momentos puntuales de la historia, pero un campesino del siglo IV vivía prácticamente igual que uno del siglo XII y casi que hasta uno del Siglo XVII… y esto ya no es así.

La revolución tecnológica, energética, digital y globalizadora ha reducido y compactado el inmenso mundo en el que vivíamos hasta el extremo de convertirlo en algo de tamaño casi doméstico. Cualquier persona se puede desplazar a las antípodas en cuestión de horas a un precio relativamente accesible. Pero es que además, sin ni siquiera tener que moverse del sitio se puede visitar y conocer cualquier parte del mundo con las tecnologías inmersivas y de realidad aumentada. Esto, que hasta hace bien poco sonaba a ciencia ficción, está más cerca de lo que parece, y es algo para lo que nos han estado preparando de forma casi que inconsciente. Nuestra capacidad de sorpresa está ya bajo mínimos.

La novela de Ernest Cline, adaptada a la gran pantalla por Steven Spielberg planteaba un futuro en el que el metauniverso es ya una realidad. Si bien el mundo real se encuentra en la más absoluta decadencia con casi todos sus recursos agotados, los seres humanos se refugian en un mundo virtual paralelo hiperconectado en el que poder desarrollarse, relacionarse y en definitiva saciar sus necesidades específicas como especie, y que a diferencia del resto de los seres vivos, trasciende de la mera supervivencia.

Al final, sea de forma real o virtual, el hombre necesita un soporte espacial o de una cobertura y un entorno que le posicione. El desarrollo de las arquitecturas virtuales es un campo ciertamente interesante y por explorar. Poder crear espacios y materializarlos virtualmente a un coste irrisorio, sin problemas como la gravedad, la resistencia de los materiales o la eficiencia o el consumo energético, que de forma inmersiva cualquiera pueda recorrer…es el sueño de cualquier creador. Si mi abuelo levantara la cabeza…

Arte-facto

Arte-facto

“Una pequeña casita en el valle de un arrozal es el cobijo ante una lluvia torrencial, pero también es sinónimo de hogar para quién la habita”

Cuando estamos son nuestros actos los que nos definen. Como nos relacionamos con los demás o como nos expresamos, andamos o nos vestimos. Como afrontamos nuestros éxitos y nuestros fracasos. La gran mayoría de la población mundial vive en sociedad, porque en cierta manera nos necesitamos. Las relaciones entre las personas son el germen de nuestra evolución. Y cada cual como individuo expresa continuamente, queriendo o sin querer, su personalidad, su forma de ser o de pensar, bien sea de una manera sutil, explícita, mediante el engaño o mediante la más pura sinceridad.

Antiguamente las historias se pasaban de generación en generación mediante la palabra. El boca a boca hacía las veces de transmisor y de almacén temporal del cuento. Sin embargo, con el desarrollo de la escritura y la expansión de la imprenta, las historias empezaron a reproducirse y editarse en ese conjunto de hojas de papel que conforman un libro. De esta manera, independientemente del emisor o receptor de turno, las historias podían mantenerse invulnerables al paso del tiempo. Tuvimos que crear un objeto que recogiese esa creación, que la guardase para mostrarla posteriormente a cualquier otro y que además, pudiera transformarse y mutar para  adaptarse al medio de su época, como podría ser el cómic, el cine o los vídeos de TikTok. Lo mismo sucedió con la música o la poesía. Hasta las artes más etéreas tuvieron que encontrar un soporte donde resguardarse. Un disco duro donde almacenar canciones mp3 o una nube online donde guardar los datos de un proyecto arquitectónico.

Otras muchas artes, como la pintura o la escultura, son más tangibles y evidentes. Las creaciones materiales artísticas han estado presentes desde el inicio de los tiempos del ser humano. Todos recordamos las famosas pinturas de Atapuerca o las monumentales esculturas egipcias. Siempre ligadas a la materialidad y sujetas al famoso proceso proyectual de la idea, el pensamiento y la creación. De esta forma, se termina produciendo un artefacto que de servicio a una determinada función o que simplemente intente representar una intencionalidad que luego será interpretada por un receptor, o no.

Una de las finalidades del arte es producir emociones, pero el artista no siempre puede controlar qué sentimiento despierta su obra en quién la consume. Por mucho que quiera controlar su mensaje, una vez que se le ha dado forma y se muestra abiertamente al público, son los sentidos y la memoria del destinatario los que determinan realmente su verdadero cometido.

Una pequeña casita en el valle de un arrozal es el cobijo ante la lluvia torrencial, pero también es sinónimo de hogar para quién la habita, capaz de producir en él una gran emoción de pertenencia y amor hacia su familia y su entorno. Se trata únicamente de un artefacto en mitad de la naturaleza, pero en realidad, es una idea que ha encontrado la forma de materializarse en un objeto físico. Como la historia con el libro.

Horizonte Infinito

Horizonte infinito

“El proceso germinal de las ideas ha de arrancar en de algún punto de partida. Siempre se requiere de algún punto de apoyo que nos permita cimentar el discurso.

Que difícil resulta sentarse delante de un papel en blanco y empezar a crear. Aunque la primera sensación que se tiene es de absoluta ilusión y de un optimismo energizante ante la perspectiva de libertad y de oportunidad, pasada esa borrachera inicial se pierde sustentación y se produce una irrefrenable caída al soporte terrenal en el que las inseguridades, la necesidad de referencias y la soledad ante los desafíos creativos reemplazan a la arrogancia, la ingenuidad y a la vanidad que de forma humana e inconsciente nos acompaña desde muy pequeños.

El proceso germinal de las ideas, que es distinto en cada una de las disciplinas artísticas, ha de arrancar de algún punto de partida. Siempre se requiere de algún punto de apoyo, de algún asidero que nos permita cimentar el discurso conceptual a partir del cual se desarrollará la idea que deriva en el resultado materializado al final del proceso.

Si dejamos de lado las artes más conceptuales y autosuficientes, como puedan ser la escultura, la pintura, la poesía o el arte experimental en general, en los que las fuentes de inspiración pueden llegar a ser primarias en extremo (la búsqueda de una sensación, la provocación, un color o un recuerdo…)  en el resto de las disciplinas, y muy especialmente en la arquitectura, los condicionantes de partida, son algo menos etéreos y si bien encorsetan la creatividad, acaban siendo esos esos asideros a los que amarrar el proyecto, gracias a los cuales muchas veces acaba cobrando su sentido creativo y original.

Por ejemplo, en el mundo de las estructuras, dependiendo de las coacciones tendremos distintos “grados de libertad” que harán que una estructura se comporte de una forma u otra frente a los esfuerzos. No es lo mismo una articulación que un empotramiento, y esto condiciona el diseño estructural, y por derivación el diseño arquitectónico. No trabaja igual una estructura adintelada que un arco, y ello tiene su reflejo en la forma.

Al final, la forma compleja del solar, su orientación, las características del entorno inmediato, El programa de necesidades del edificio, las cuestiones presupuestarias, las normativas urbanísticas o la propia gravedad y el inexorable efecto que provoca en los cuerpos pesados pueden llegar a convertirse en auténticos dictadores que de entrada cercenan las ansias de volar. No obstante, si no fuese por ellos empezar a trazar sobre un infinito papel en blanco se convierte en un frustrante acto de fe.

Gotham

Gotham

“Gotham es sucia e insegura, y por eso tiene un héroe que se viste de murciélago para infundir miedo

Siempre me ha costado entender cómo puede influir tu entorno en tu forma de vivir, yo soy yo, aquí y en Pekín. Sin embargo, un pekinés no se sienta como yo en el sofá, no baja por las tardes a la playa para tomar café con los amigos, ni se relaciona igual  que yo con sus compañeros de profesión. Es posible que mi vecino de arriba tampoco lo haga, pero seguro que de una forma u otra, su forma de vida se retroalimenta directa o indirectamente de la mía y de la de todos los vecinos del edificio, del barrio o de la ciudad.

El color del cielo, el tipo de vegetación, las fachadas de los edificios, el pavimento de la calle. Todo lo que vemos o sentimos es parte del decorado de la vida. Tanto la ciudad como el entorno rural se definen en gran medida por su escenografía. Un compendio de elementos y sensaciones conforman una ambientación que siempre es silenciosa pero expresiva. Se camufla entre las acciones, pero las dota de cuerpo y carácter. Influye en gran medida en la cultura y en la forma de vida de sus habitantes.

Por ejemplo, Gotham es una ciudad oscura, de grandes rascacielos y peligrosos puertos comerciales, un lugar lleno de callejones y violencia, donde los criminales campan a sus anchas frente a la corrupción policial y política presente en cada esquina. The Batman de Matt Reeve presenta esta ciudad con un ambiente claramente definido y con la firme convicción de que los personajes actúan influenciados en cierta medida por la ciudad. No es necesario expresarlo explícitamente, al igual que en la vida real, es la visión periférica la encargada de enriquecer nuestro subconsciente con un sutil bombardeo de información constante a lo largo de toda la cinta. Intuimos las sombras, el frío en el ambiente lluvioso al anochecer, el sonido del claxon seguido de un grito en una carretera atestada de coches, y a personas delinquiendo sin ningún tipo de pudor. Gotham es sucia e insegura y por eso tiene un héroe que se viste de murciélago para infundir miedo.

En cierta medida, esto se replica al cambiar de escala. Siempre se ha dicho que la casa es un reflejo de la persona, pero también la persona es un reflejo de su casa. Los espacios, la luz, los muebles, los colores y cualquier elemento decorativo, incluso la ausencia de estos, pueden definir nuestro carácter, tanto de manera circunstancial como perenne. Nuestra casa y nuestra ciudad son parte de nosotros y nosotros somos parte de ellas.

De Uderzo a Hergé

De Uderzo a Hergé

“El valor de la narrativa gráfica de las historias con su singular estilo definido por trazos de línea limpia marcaron un antes y un después.

De niño nunca me atrajeron demasiado los cómics. Y todo ello a pesar de que vivía rodeado de tebeos. Mi hermano era un auténtico devorador Mortadelos, y junto con mi madre, una autoridad en el mundo de Tintín. Se pasaban las tardes intentando pillarse el uno a la otra en cualquier detalle menor de alguna viñeta en algún título concreto hasta el punto de ser cargante para todos los que los teníamos que aguantar con cierto estoicismo su juego. En aquellos tiempos aún no se había acuñado el término friki, pero el apelativo dicho desde el cariño sería el idóneo.

Sin embargo, sí recuerdo que me llamaban la atención los cómics de Astérix. En casa de mis abuelos maternos junto con todos los Tintines había una buena cantidad de ejemplares bastante desgastados de las aventuras del irreductible galo y sus fieles compañeros Ideafix y Obélix.

De entrada el estilo gráfico de Uderzo me cautivó. Su forma de dibujar, tal vez algo más infantil y cercana al mundo de la caricatura me hacía pasar horas mirando y remirando las viñetas sin apenas prestar atención a los diálogos. La recreación de los ambientes y escenarios es magistral. Las panorámicas e imágenes aéreas que dan comienzo a cada momento de la historia, ya sea llegando a la acrópolis de Atenas o al foro romano bien podrían utilizarse en las clases de historia de la arquitectura, y pondría la mano en el fuego a que la labor documental, al igual que en el caso de Hergé fue de primer nivel.

Hoy, ya con cierta perspectiva y tras haberme acercado casi que como una obligación autoimpuesta a la obra de Hergé, he podido captar el valor de la narrativa gráfica de las historias del reportero Tintín. Su singular estilo definido por un cuidado empleo de la perspectiva,  de trazos de línea limpia, dibujos   muy   depurados, de colores planos y sin sombras, marcaron un antes y un después.

En ambos casos, la arquitectura está muy presente. En Tintín se aprecia con claridad el interés de Hergé por las máquinas modernas. Abundan los aviones, barcos, lanchas motoras, cohetes y vehículos perfectamente detallados, pero para construir los espacios arquitectónicos no se quedaba atrás y se basaba en ejemplos tomados del mundo real. El castillo de Cheverny en la región del Loira fue reproducido con todo detalle para recrear Moulinsart, la residencia del capitán Haddock.

En el caso de Astérix, desde el trazado urbano de la aldea gala, hasta la mesa del banquete final con el bardo amordazado son arquitectura en estado puro.

La imaginación

La imaginación

“El justo instante en el que te sientes vivo y consciente de que todo es posible, hasta que deja de serlo

Acabo de terminar de leer Dune, la famosa novela de Frank Herbert de ciencia ficción, seguramente precursora de tantas y tan variadas historias y sagas que todos conocemos, desde Star Wars hasta Juego de Tronos. Se trata de una obra, al igual que muchas otras, en la que los personajes son el alma de la escena. Sus experiencias y motivaciones condicionan las acciones que se llevan a cabo. Sin embargo, en este caso, la escala colosal de la trama y del universo creado a su alrededor son clave para la comprensión de la historia. Tenemos algunas descripciones de los mundos donde se desarrollan los acontecimientos, los relatos de los “trópteros” volando hacía los puntos de extracción de la especia, incluso las detalladas descripciones de los “destiltrajes” y de toda la tecnología presente en estos planetas. Toda esta información se traduce en una nube de imágenes y ambientes que creamos automáticamente en el momento de la lectura. La imaginación es la pieza clave de la experiencia.

Toda esta inventiva, que seguramente es fruto, no solo de las palabras del libro, sino también de nuestras referencias pasadas, crea un cosmos de posibilidades inalcanzables a la vez que cambiantes. Si el relato no lo menciona, un tróptero puede tener dos alas o seis, depende de nosotros. Sin embargo, cuando este aparato volador es interpretado por algún dibujante, su física queda totalmente definida. Es curioso cómo la vista puede llegar a anular a la imaginación.

En el mundo de la arquitectura, al igual que en otras muchas profesiones creativas, el proceso de investigación para el desarrollo de la idea contiene un compendio de esquemas, que son como una galaxia de posibilidades que flotan en el vacío esperando a que le des forma. Sin embargo, cuando todos estos conceptos tocan tierra, la imaginación se acaba, dando paso a la fase del desarrollo creativo.

A pesar de que el dibujo es la herramienta principal de todos los arquitectos, este implica, inevitablemente, dar forma a las ideas, y por lo tanto, descartar otras. La belleza de la incertidumbre del resultado final es un momento mágico e irrepetible. Sinónimo del papel en blanco a la hora de escribir: para algunos puede ser fuente de agobio y desesperación, pero para otros, es el verdadero momento creativo, el justo instante en el que te sientes vivo y consciente de que todo es posible, hasta que deja de serlo.

Aquellos maravillosos años

Aquellos maravillosos años

“Papeleras, buzones o bolardos de hierro fundido con capas de pintura que se cuentan por docenas

Creo que me estoy haciendo mayor. Siempre me he visto como un chaval, mentalmente anclado en la post adolescencia. Y a pesar de que el pelo se me cayó hace algún lustro, me cuesta verme y reconocerme como adulto. La semana pasada acudí a Granada a un curso de arquitectura pericial organizado por los Colegios de Arquitectos de Granada y Almería y reviví por un instante aquella época tan lejos ya en el tiempo pero que para mí fue ayer. Puede que mi subconsciente tuviese algo que ver, pero quiso la casualidad que el pasado viernes a primera hora, el trayecto que realicé a pie desde la parada de metro hasta la preciosa plaza de San Agustín, me hiciese recorrer parte del camino que, durante mis años de carrera, hice a diario para ir a la Escuela de Arquitectura. Al pasar por delante del Isabel la Católica, mi colegio mayor, camino de la Calle de San Jerónimo por unos instantes reviví aquella época.

Por fuera, el Mayor conserva el mismo espléndido aspecto de entonces, con su monumental escalinata de acceso y su capilla exenta con campanario. Sé que el colegio ha sido objeto de reforma integral. Las habitaciones tendrán hasta cuarto de baño, y probablemente la calefacción funcionará, pero creo que aún conserva esa esencia original y esa solera que ya tenía cuando yo pasé por allí a mediados de los años 90 del pasado siglo.

Y es que los edificios, y por extensión las ciudades, a pesar de las transformaciones y adaptaciones a las circunstancias que los tiempos les imponen, acaban teniendo personalidad y esencia. Esto, a veces, uno lo percibe con el olor de un simple visillo en la ventana de la casa en la que pasabas los veranos de pequeño, o como me sucedió a mí el viernes pasado, al contemplar la imponente presencia del Mayor en lo alto de su basamento.

Veo con envidia cuando tengo la ocasión de viajar, cómo se cuidan y se mantienen las ciudades por ahí fuera. Cosa que no está reñida con la modernidad o la renovación cuando es necesaria. Cada vez que voy Londres y veo las papeleras, buzones, o bolardos de hierro fundido con capas de pintura que se cuentan por docenas y luego vuelvo a casa, y veo como las farolas duran aquí 3 telediarios se me cae el alma a los pies.

Tal vez, no podamos comparar Almería con Granada en lo que a monumentalidad y grandeza se refiere, pero su casco histórico y su centro merecen una mejor atención y mimo para que no termine de perder esa esencia que encadenará a las generaciones pasadas y venideras a través de sus recuerdos.

Un cuadro y 15 versiones

Un cuadro y 15 versiones

“Como dice Aires Mateus, existen dos tipos de proyectos: los innovación y los de desarrollo

Hace poco escuché, en un interesante vídeo de Antonio García Villarán sobre el pintor surrealista Magritte, que el artista había desarrollado unas 100 ideas pictóricas a lo largo de su vida. Lo cual no quiere decir que haya pintado solo 100 cuadros, sino que a partir de 100 premisas, había explorado cada una de ellas varias veces. Reproduciendo así varias versiones de sus propios cuadros. Seguramente tendría algo que ver que algunos de ellos gustaban mucho al público, y si su forma de vida orbita alrededor de vender cuadros, es normal que algunos los quisiera seguir reproduciendo para tener ciertos ingresos. Sin embargo, muchos de sus cuadros eran simplemente experimentación de un concepto que a él mismo le parecía interesante. A veces, esta manera de estirar el chicle, se debe a la nostalgia que produce desprenderse de una idea que nos gusta, pero otras veces, es simplemente un proceso de investigación hasta encontrar una reproducción de la idea lo más depurada posible.

Algo parecido sucede en la vida profesional del arquitecto, como dice Manuel Aires Mateus, existen dos tipos de proyectos: los de innovación y los de desarrollo. Aires Mateus cataloga su obra según el trasfondo teórico de la idea de proyecto. Cuando por fin da con la tecla y construye una vivienda con unos razonamientos muy transgresores, intenta seguir reproduciendo esa idea en los próximos proyectos con el fin de mejorarla y llegar a encontrar su límite de adaptación a las nuevas premisas de programa y entorno. Por lo tanto, casi siempre, tras un proyecto claramente innovador viene otro de asentamiento y desarrollo. Que teóricamente tendría que ser mejor que el original, pero no siempre sucede así.

Algunas veces, por mucho que desarrollemos una idea, un proyecto o un cuadro, con el fin de alcanzar la perfección, no conseguimos reproducir la frescura que aportaba el original. He aquí la verdadera labor del buen hacedor, saber interpretar los verdaderos puntos fuertes de su idea para conseguir desarrollarlos sin desvirtuar del todo las premisas iniciales que la hacían interesante.

Saber reducir una idea a su mínima expresión no es nada fácil y a veces puedes pecar al caerte de la cuerda floja que separa la evolución del desarrollo descontrolado. Mondrian defendía que el neoplasticismo era la más pura expresión del arte, otros muchos, solo ven líneas negras con cuadrados rojos, amarillos y azules.

Teléfono, mi casa

Teléfono, mi casa

“Corría el verano del año 1982 cuando ET aterrizó en nuestras vidas, en una de las peliculas más emotivas de la historia del cine

Se cumplen 40 años del estreno de una película que a muchos de mi generación nos cambió la vida. Corría el verano del año 1982 cuando ET aterrizó entre nosotros, en una de las películas más emotivas de la historia del cine. Con una banda sonora que roza lo glorioso, Steven Spielberg logró conmover a millones de corazones con una temática a priori alejada de la ternura de su historia. Ya en Encuentros en la Tercera Fase de 1977 se anticipaba ese genio capaz de romper moldes con historias humanas que se alejan de lo convencional.

Yo vi ET un par de años más tarde en un cine de verano en La Granja de San Ildefonso, Segovia. Aún recuerdo emocionado lo que sentí al ver la película con 8 o 9 años. Indescriptible. Y no hace mucho tiempo, tuve la suerte de poder llevar a mis hijos a ver la película al teatro Cervantes gracias a una estupenda iniciativa de Kuver Producciones dentro de un ciclo llamado “Cine a 500 pesetas”. Es una pena que no se hagan más este tipo de proyecciones en la gran pantalla de clásicos del cine.

De las muchas cosas que me resultan interesantes y mágicas de esta película, me voy a centrar en sus localizaciones y concretamente en la casa de Elliot. A priori, la casa del protagonista no es más que una típica vivienda unifamiliar americana que no llama demasiado la atención, dentro de un característico suburbio estadounidense en una zona más bien árida y montañosa. Gran parte de la trama se desarrolla en su interior, y a base de revisionar la película he podido comprobar que los interiores se corresponden con la vivienda real no tratándose de un trabajo en decorado o estudio. Se nota que en el momento del rodaje la casa llevaba poco tiempo edificada a la vista de la escasa vegetación que la rodeaba. Localizada la vivienda, esta se sitúa en un barrio de los Ángeles conocido como Tujunga, y hoy en día sigue en pie y sorprendentemente muy poco transformada.

Su gran armario ropero situado entre las dos habitaciones de los niños, con sendas puertas venecianas de madera y en la que ET se camufla entre los muñecos de Gertie, la inmensa cocina incorporada al salón con su original mesa triangular, la estructura de volúmenes con cubiertas abuhardilladas escalonadas, su atmósfera de penumbra y de luz tamizada, o su jardín trasero con acceso al cobertizo siempre me cautivaron. Si tengo ocasión de viajar a Los Ángeles, mucho me temo que no podré evitar pasar a saludar y a dejar un indalo en la puerta.

La silla y la taza

La silla y la taza

“Como el diseño que pasa desapercibido, como la clásica forma de una taza de café, que es cómoda, sincera, fácil de fabricar y encima bonita..

Por lo general, somos nosotros, los arquitectos, los que solemos presentar nuestros proyectos a los clientes. Concretamente, desde nuestro estudio, siempre preparamos una presentación a base de diapositivas que proyectamos en una pantalla, donde una serie de esquemas intentan explicar cómo hemos llegado hasta la solución final elegida, acompañados rápidamente por unos planos y algunas imágenes en 3D para entender mejor la volumetría general del edificio.

Siempre que acabamos alguna de estas presentaciones me pregunto cómo ha interpretado el diseño nuestro cliente. Evidentemente existe cierto feedback y siempre comentamos las impresiones, los puntos fuertes y las cosas a mejorar. Sin embargo, el otro día, fuimos nosotros los que asistimos atónitos a la presentación de un proyecto. Presentado por una muy competente arquitecta, escuchamos absortos la sencillez de su explicación, la lógica aplastante de sus decisiones a la hora de abordar la idea general del proyecto y el coherente resultado final en la distribución en planta y las infografías fotorealistas.

Comprendí a la perfección sus ideas y su forma de transformarlas en un edificio. Consiguió que interiorizase al vuelo sus inquietudes formales, espaciales y  sobre todo funcionales. Y pensé que no existiría ninguna otra forma de resolver ese programa en esa parcela. Me transmitió, de una manera muy orgánica, que esa era la mejor opción. Como el diseño que pasa desapercibido, como la clásica forma de una taza de café que es cómoda, sincera, fácil de fabricar y además, bonita.

Normalmente, el diseño más sencillo es el más eficiente y normalmente tenemos la sensación de que siempre ha sido así, que una silla siempre ha tenido cuatro patas y un respaldo. Pero simplemente se debe a que es la solución idónea para el problema a resolver. En algún momento alguien tuvo que idearlo y construirlo, alguien diseñó por primera vez una silla, al igual que una cabaña. Hartos de vivir en una cueva, aquellos primeros nómadas recogieron palos de madera para apilarlos en forma de cono y construyeron el espacio. Seguramente fue un acto intuitivo y natural, nada excepcional, pero sí eterno.

No sé si nosotros, en alguna ocasión, conseguimos transmitir a nuestros clientes que nuestro diseño es el más racional, el más bonito o el más económico, lo que sí sé es que los buenos diseños, al igual que la buena arquitectura no hace falta explicarlos.

Esta Casa es una Ruina

Esta casa es una ruina

“Cuando se vive con cuatro muebles envejecidos, y sin apenas condiciones de habitabilidad, cuerpo y mente se acaban acostumbrando

Esta semana me ha tocado hacer uno de esos trabajos menores que de vez en cuando se presentan de forma inesperada. No todo va a ser hacer museos y terminales de aeropuerto. Y aunque a estas alturas uno piensa que ya está curado de espantos, la realidad a veces te deja con los pies colgando.

Para aquellos que hayan visto la simpática película que da título a este artículo, tal vez puedan hacerse una equivocada idea preconcebida sobre lo que hoy he vivido. En la película, Tom HanksShelley Long interpretan a una joven y exitosa pareja de clase alta a los que la vida les sonríe y que se embarca en una motivadora y emocionante reforma de la mansión que acabará siendo su casa. Huelga decir, que la experiencia casi acaba con ellos pasando por momentos de absoluta tensión en una desternillante comedia romántica de final feliz.

Pero lo de hoy ha sido otra cosa muy distinta. Nos ha tocado visitar un viejo edificio para inspeccionar que se encuentra en un estado de notable deterioro. Es un edificio que está prácticamente deshabitado. Solo viven en él dos personas de avanzada edad, que con absoluta amabilidad, nos han dado acceso para poder hacer el trabajo. Las condiciones de salubridad y de habitabilidad del edificio rayan en lo más precario, y cuesta creer que hoy día, en pleno siglo XXI y en el primer mundo, pueda haber gente viviendo de forma tan extrema.

Pero si sorprendente me resultaba el deficiente estado del inmueble que hemos visitado, lo que me ha dejado más descolocado ha sido la actitud de sus moradores. De absoluta naturalidad, normalidad y dignidad. Esto me ha hecho pensar en lo relativo de las cosas. La magnitud de un problema está dentro de cada uno. Un ligero cambio de tono en las cortinas que se encargaron para el dormitorio, a más de uno le puede provocar una insatisfacción y un dolor de cabeza que derive en un cabreo de campeonato. ¡Dije Azul cobalto, y esto parece Azul Persia!

Pero cuando se vive sin agua corriente, sin apenas luz, sin calefacción, con humedades, con cuatro muebles desvencijados, un par de coloridos loros y sin condiciones de accesibilidad, parece que el cuerpo y la mente se acaban acostumbrando.

Y cuando bromeando con la señora le pregunto si no estarían mejor en una residencia y me contesta con una sonrisa de oreja a oreja con un “Dónde iba yo a estar mejor que en mi casa. ¡Ni loca!”, me doy cuenta de que le pueden ir dando por culo a las cortinas del dormitorio.

Vivir en la cama

Vivir en la cama

“Cuando eres prisionero de tu propia cama, toda la casa cambia automáticamente de escala.

A la derecha, la mesita de noche con un termómetro, una botella de agua y el paracetamol de 1 gramo. A la izquierda, al otro lado de la cama, el portátil, el teléfono móvil y 300 mensajes perdidos. Llevo únicamente un par de días sin salir de la cama y no puedo ni llegar a imaginar cómo pasaría Frida Kahlo todo ese tiempo postrada sin poder salir de su colchón. Entiendo que al final terminase ingeniándoselas para seguir pintando tumbada colocando un espejo en el techo, dando así una nueva visión a sus famosos autorretratos.

Cuando eres prisionero de tu propia cama, toda la casa cambia automáticamente de escala. Tus movimientos quedan limitados a lo que puedan abarcar tus brazos y actos tan primarios como ir a la cocina a por algo de picar, se convierte en toda una odisea. Sientes que la casa ha cambiado de tamaño, ahora tu guarida, tu refugio es solamente el ancho por el largo del colchón, eso sí, ese espacio lo sientes totalmente tuyo. No hay nada más personal que tu espacio vital y pese a sentir que tu casa se ha reducido básicamente a tu dormitorio, notas como tu espacio vital ha aumentado hasta alcanzar el tamaño de tu cama, que si encima es una cama de matrimonio, tienes incluso más espacio del que necesitas.

Nuestro cuerpo está diseñado para vivir de pie y movernos diariamente, bien lo saben los podólogos que siempre subrayan la importancia de mantener sanos nuestros pies, ya que en ellos recae toda la carga de nuestros huesos. Algo parecido sucede con la cimentación de cualquier edificio. Si falla, todo se viene abajo. Pero, ¿qué pasaría si los edificios flotasen como naves espaciales? ¿Toda la teoría de la “firmitas” se vendría abajo? Quizás sus formas cambiarían drásticamente, la gravedad solo sería condicionante en su estructura interna, como un barco o un avión.

Asimismo, si el ser humano evolucionase para vivir veinte horas al día sentado o tumbado, seguramente con unas gafas de realidad virtual y conectado al futuro Metaverso, nuestra estructura ósea cambiaría drásticamente aportando nuevas formas que ni siquiera Darwin en su famoso El origen de la especies era capaz de elucubrar. Definitivamente, no creo que el Covid y sus diez días de cuarentena cambien el futuro de nuestra especie, pero una vida sedentaria a lo largo de cientos de años seguro que agudiza el ingenio de muchos para hacer de su espacio vital un hábitat más humano. El espejo de Frida era solo un adelanto de lo que se nos viene encima.

Luz de Domingo

Luz de Domingo

“Es, junto con Pedro Almodovar, el único español que ha ganado dos Premios Oscar de la academia»

Hace mucho tiempo que tenía en mente dedicarle el artículo de la semana a un ilustre personaje de primer nivel. Diría que casi desde el principio de mi andadura en esta sección dedicada de forma más o menos directa a la arquitectura y a las artes escénicas.

Que arquitectura y cine tienen una relación directa y casi nuclear es algo que no escapa a nadie. No solamente por el hecho de que las películas suceden en escenarios arquitectónicos en los que la propia narrativa visual y espacial es tan importante como el argumento o la trama. También hay una relación profunda a nivel intelectual y creativo que discurre en ambas direcciones. El proceso de proyectar podría asemejarse a la construcción de un guión cinematográfico en el que el edificio se materializa a partir de un relato abstracto. El éxito estriba en que la idea germinal acabe fluyendo hasta el final mientras se encajan las distintas piezas complejas que conforman el edificio. En el sentido inverso, una película se narra como una sucesión de espacios, ambientes y localizaciones geométricas y materiales, para acabar provocando un estado de sensaciones emocionales en el espectador.

Muchos cineastas son y han sido arquitectos de formación. Sergei Eisenstein (El acorazado Potemkin, 1925), Fritz Lang (Metrópolis, 1927) o Fernando Colomo (Tigres de papel,1977) son de los más reconocibles a nivel internacional, pero hay otros tantos que de una forma u otra se han movido a caballo entre ambas disciplinas.

Uno de los casos más sorprendentes, y tal vez menos reconocidos por el público en general, es el de Gil Parrondo. Asturiano, arquitecto y pintor de formación, dedicó casi la totalidad de su vida profesional al mundo del cine, en el que destacó como director artístico en multitud de producciones de primer nivel. Es, junto con Pedro Almodovar, el único español que ha ganado dos Premios Oscar de la academia (Patton, 1970 y Nicolás y Alejandra, 1971), además de unos cuantos Goya y premios varios. Fue el director artístico de cabecera del también oscarizado José Luis Garci.

Hace algunos años tuve la ocasión de visitar la exposición “la realidad proyectada” en el Patio de Luces de la Diputación de Almería y quedé cautivado. Cuando se contemplan sus bocetos y diseños para las ambientaciones de películas, se aprecia la mano del arquitecto. El gusto por el detalle, la cuidada composición de escenas, el orden y la precisión. Arte en estado puro.

El proyecto

El proyecto

“Cuando hacíamos refugios con sábanas y cajas de cartón en casa de los abuelos .

El otro día estaba viendo una serie. Un padre y sus dos hijos estaban en el jardín de su casa, con varios listones de madera, debatiendo cómo iban a construir su cabaña en el árbol. La premisa del padre era: “colocamos cuatro patas y luego ya iremos viendo…” Sin embargo, uno de los niños refunfuñaba y alegaba que eso no se podía llevar a cabo sin planos, y que además, él lo que quería era usar la caladora eléctrica para cortar cosas y si ponían los listones enteros a modo de pilares, no habría nada que cortar.

Realmente me hizo reflexionar acerca del concepto del proyecto arquitectónico, de su utilidad y su verdadera función. Así cómo del desarrollo en sí mismo, quiero decir, la manera con la que afrontamos un problema de cualquier índole y cómo un proyecto de arquitectura es totalmente extrapolable a cualquier ámbito. Muchos de los procesos son similares: identificar problemas, trabajar desde lo más general hasta lo más particular o incluso tomar perspectiva en algunas ocasiones.

Lo sabrán muy bien aquellos valientes que han camperizado una furgoneta o han hecho un puzzle de 5000 piezas. No saben muy bien cómo ni por qué, pero su mente les ordena a seguir ciertos pasos y sobre todo a visualizar un resultado antes de obtenerlo.

Por eso, todos los problemas requieren siempre de estrategia y planificación para ser resueltos. Estos pueden ser muy complejos, como en el caso de la descomunal y compleja tarea de construir una ciudad entera. O tan básicos como envolver un regalo de cumpleaños haciendo papiroflexia de manera intuitiva. Pero ambos, al igual que el pájaro que construye su nido, son un proyecto. Sea de una manera consciente o inconsciente; requieren de una idea, de un planteamiento y de una ejecución.

Por ejemplo, cuando hacíamos refugios con sábanas y cajas de cartón en el salón de los abuelos, estábamos abordando un proyecto arquitectónico sin saberlo. Y normalmente suele ser más divertido el proceso que el resultado. Igual que el niño que sólo quería cortar palos de madera. Si su diversión está en usar la caladora eléctrica y la verdadera función de la casita en el árbol es entretener a los niños en el proceso de su construcción, lo más razonable es cambiar el diseño de la cabaña y plantear un proyecto repleto de maderas cortadas. Una casa-árbol hecha de recortes y que además se tarde varios meses en levantar, total, el objetivo es divertirse en el proceso.

La conjura de los necios

La conjura de los necios

“Es la película que todo el mundo en Hollywood desea rodar pero nadie quiere financiar

Mucho se está tardando en llevar a la gran pantalla está magistral obra literaria. Me consta que intentos ha habido, y no menores por cierto. Hubo un proyecto en el que John Belushi sería el encargado de encarnar al obeso antihéroe Ignatius Reilly, pero su repentino fallecimiento por sobredosis en los prolegómenos de la negociación del contrato, dieron al traste con todo el proyecto. Will Ferrell o John Candy, al que el papel le hubiera ido que ni pintado, también fueron tentados. Pero no llegó a cuajar. Ferrell llegó a decir de ella que “Es la película que todo el mundo en Hollywood desea rodar pero nadie quiere financiar”.

Para los que no hayan leído esta obra, decirles que ya están tardando en acercarse a la librería a por una edición de bolsillo. No se van a arrepentir de ello. Todo en esta obra es singularmente curioso e interesante. Empezando por el hecho de que fue publicada póstumamente casi 20 años después de haber sido escrita. El autor, John Kennedy Toole se suicidó a los 31 años, y su madre se dedicó a visitar editores con el manuscrito hasta que este reparó en manos del novelista Walker Percy, quien cayó rendido ante la calidad de la obra. Se publicó en 1980, ganando al año siguiente el Premio Pulitzer de novela.

Me resulta difícil encuadrar en algún género concreto esta novela, entre la tragedia y la sátira irónica, con grandes dosis de surrealismo. Creo que icónicos personajes como Torrente o el vendedor de cómics de la popular serie de “Los Simpsons” le deben mucho a Ignatius.

El protagonista es un ser decadente y desagradable, incapaz de emanciparse pues se niega a trabajar, y que vive de su madre anciana, mientras libra una cruzada imposible con el mundo moderno que le rodea, carente totalmente de “geometría y teología”. Él es un auténtico cruzado medieval, con un sentido de la moral desternillante, y que se verá sometido a una serie de desgracias y accidentales catástrofes en su viaje existencial.

La trama se desarrolla en Nueva Orleans, en la que su peculiar arquitectura colonial criolla está muy bien retratada creando una atmósfera que logra transportar al lector a las calles del Barrio Francés, dejándole la sensación de haberlo conocido.

Espero que alguna de las nuevas plataformas de contenidos audiovisuales apadrine un proyecto, pues una serie sobre las peripecias del icónico Ignatius daría para unas cuantas temporadas de diversión. Mientras tanto, merece la pena releer esta atemporal joya literaria.

Sandman

Sandman

“Imagino que cada uno recuerda algún sueño en particular, o al menos un momento en concreto, una sensación. 

Hace un tiempo terminé de leer la famosa obra de Neil Gaiman: Sandman. Se trata de una serie de cómics, o como les gusta llamar a algunos culturetas, una novela gráfica. En ella se nos presenta a nuestro protagonista, el mismísimo dios de los sueños: Morfeo, que es liberado de su prisión tras siglos encerrado, y ahora ansía recuperar su antiguo reino. Se trata de una historia compleja, llena de capas, de argumentos que se entrelazan, de cuentos para dormir, de esas historias que al terminar de leerlas, piensas: ni con una segunda relectura voy a ser capaz de entender ni el 10% de lo que el autor tenía en mente a la hora de escribirla.

Curiosamente sucede igual que en los sueños que tenemos cada noche, un amasijo de situaciones, personajes y escenarios que se entremezclan y que configuran una experiencia onírica ciertamente desconcertante. Imagino que cada uno recuerda algún sueño en particular, o al menos un momento en concreto, una sensación o una acción singular como podría ser caerse desde un escalón o volar como si fuésemos un superhéroe. Sin embargo, particularmente solo se me quedan marcados a fuego en la memoria aquellos sueños donde el escenario es memorable. Recuerdo un amplio espacio pero contenido, quizás del volumen de aire semejante al interior del Panteón de Agripa. En él aparecía una protuberancia en la pared gigantesca, era como la barriga de una ballena enorme, una curva convexa que tensaba el espacio de una manera increíble. Me impresionó tanto que no pude contenerme, me levanté corriendo de la cama a buscar un papel y un lápiz para inmortalizar la sección de ese lugar.

A veces es un detalle, una iluminación, un espacio sobrecogedor, pero otras muchas, mis sueños son un paseo arquitectónico por una casa que desafía todas las leyes de la física. La otra noche, por ejemplo, entré en una vivienda de un tamaño bastante humilde, comencé a traspasar habitaciones unidas todas entre sí sin pasillo alguno, eso sí, con escaleras, muchas escaleras y muy variadas. Parecía una mezcla de un dibujo de Escher y la house NA de Sou Fujimoto en Tokio. No sé qué hay realmente en mis pensamientos, pero sí que empiezo a conocer muy bien cómo se maneja mi subconsciente. Es simplemente un compendio de las rarezas perturbadoras que se asemejan a referencias pasadas y ambiciones futuras. Ojalá poder construir un sueño alguna vez, aunque sea en el mundo de los sueños.

Desde Rusia con amor

Desde Rusia con amor

“En la estepa Siberiana nos podemos encontrar con ciudades creadas en la primera mitad del S XX en torno a una mina que dan pavor

Resulta divertido y casi adictivo hacer listas de cosas. La red se encuentra llena de rankings de lo más variopinto. En arquitectura y urbanismo podemos encontrar clasificaciones de los rascacielos más altos, las ciudades más superpobladas, el top ten de las más amables para vivir en ellas o la lista de los edificios más modernos del mundo mundial.

Obviamente todas las clasificaciones, salvo las estrictamente mensurables matemáticamente como pueda ser el número de habitantes en una ciudad o la altura en metros de un edificio, tienen una carga subjetiva muy importante. Sobre todo si lo que miden son cualidades o virtudes como la belleza, la sostenibilidad o el grado de felicidad. Si se pretende encontrar el ranking de las 10 ciudades más bonitas del mundo, veremos que Paris, Praga, Viena, Roma, Kioto, Dubrovnik, Berna y San Francisco lo son. Cada una de ellas es la más bonita de forma incuestionable. Y hay otras tantas que también lo son, como San Petersburgo, Marrakech, Sevilla, Brujas, o Bergen…y así de forma indefinida hasta renunciar a decidir cuál de ellas es objetivamente la más bonita de todas.

Asumiendo esto, y aceptando que será difícil objetivar al 100% lo que depende de la percepción de cada uno, nos podemos lanzar sin complejos a la divertida búsqueda de… la ciudad más fea del mundo. Encontrar la más bonita empalaga, y aparecerá el que diga eso de “como se nota que no conoces Toledo”.

En lo que a ciudades feas se refiere, dejando de lado aquellas que se encuentran devastadas por las guerras y las catástrofes, hay que reconocer que los Soviéticos eran unos auténticos maestros planificando con inquina. En la estepa Siberiana, nos podemos encontrar con ciudades de un tamaño más que respetable creadas en la primera mitad del siglo XX en torno a una mina, industria o yacimiento, que dan pavor. Ciudades impersonales, descarnadas, frías, y sucias como Norilsk o Mirni son solo dos de las más reconocibles de una lista interminable. Casi todas ellas responden al modelo de urbanismo comunista con grandes y sobrios bloques racionalistas, estandarizados y repetitivos en un trazado replicable, escalable y reproducible allá donde sea necesario.

Hoy día, gracias a herramientas como Google Earth o Street View, podemos visitarlas sin salir de casa y sin tener que abrigarnos para soportar las terroríficas temperaturas que se registran en ellas. Hoy, mientras escribo este artículo, en Norilsk están a -32ºC. Creo que ya tengo mi favorita.

Jose Moreno  y  Javier Peña

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