Skyfall

“Ciudades abandonadas que, como herrumbrosos buques varados en playas solitarias, nos recuerdan que nada es eterno

Pues ya pasó. Ya somos mas de Ocho mil millones de almas habitando al unísono el planeta azul. Azul, o rojo granate según los mapas del tiempo de las televisiones, empeñadas en reeducarnos y concienciarnos en nuevos modos de vida más “sostenibles”. Según las estimaciones oficiales, hace solo unos meses se rebasó la citada marca impulsada por la India y China que ya suponen casi el 40% del total de la población mundial.
Y es que episodios locales a parte como puedan ser grandes guerras, epidemias, holocaustos o catástrofes varias, la expansión poblacional humana ha experimentado un crecimiento sostenido y exponencial, al menos en los últimos seiscientos años. Y así parece que vamos a continuar al menos a medio plazo, pues se espera que antes de que acabe el medio siglo habremos alcanzado la cifra de diez mil millones.
Y en nuestro afán de especie de dejar huella y transformar el territorio, las grandes operaciones y macroproyectos crecen al mismo ritmo. Esto no es nuevo, pues solo hay que fijarse en las milenarias pirámides de Egipto y las obras hidráulicas para irrigar el valle del Nilo; la gran Muralla China y la ciudad prohibida de Pekín; o la inmensa red de autopistas que conecta la práctica totalidad de las grandes ciudades de Europa. Y lo que plantamos para bien o para mal mantiene su impronta y presencia por generaciones.
Nada es eterno y ninguna civilización destaca sobre las demás por tiempo ilimitado. De hecho, los periodos de dominio cada vez son más cortos. Los romanos hicieron suyo el mundo durante casi mil quinientos años. Los españoles, portugueses, ingleses y franceses compitieron y se sucedieron a lo largo de seiscientos años. Ahora, la hegemonía estadounidense con poco más de un siglo de liderazgo enfrenta la amenaza de un gigante oriental que está decidido a tomar el relevo.
Y fruto de este dinamismo, el mundo se va llenando de grandes instalaciones y ciudades abandonadas, que como herrumbrosos buques varados en playas solitarias nos recuerdan que el afán expansivo de la humanidad encuentra su límite en su propia naturaleza. La ciudad isla de Hashima en Japón, es solo un pequeño ejemplo que ilustra muy bien esta reflexión. Hoy se nos aparece como un poético y sugerente vestigio de un tiempo ya pasado. En el momento de mayor apogeo, casi seis mil personas llegaron a habitar este solitario enclave minero. 100 años de vida que hoy es inspiración de distopias y escenario para películas.

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