
La cebra arquitectónica
“Las cebras podrían aterrrizar en cualquier lugar del mundo sin apenas despeinarse…”
Basta con levantar un poco la cabeza al pasear por cualquier nuevo ensanche de nuestras ciudades para darse de bruces con la estampida. Las cebras están por todas partes: bloques residenciales mimetizados entre sí mediante una estética similar de franjas horizontales blancas y negras, carpinterías color antracita, terrazas acristaladas y algún remate en color madera para “dar calidez”. Una fórmula que, lejos de ser accidental, parece haber sido aceptada por promotores y arquitectos como el nuevo patrón de la modernidad.
El problema no es solo la repetición, sino la indiferenciación. Porque, a pesar de su vocación de vanguardia, esta arquitectura resulta tan intercambiable como una carcasa de móvil. Parece que poco importa que el edificio se sitúe en Galicia o en Andalucía. Da exactamente igual. La cebra podría aterrizar en cualquier lugar del mundo sin apenas despeinarse, como si sus ocupantes no necesitasen más contexto que una cocina abierta al salón y doble acristalamiento.
Podríamos pensar que esta estética de franjas monocromáticas es heredera de cierto espíritu moderno: aquel anhelo internacionalista del Movimiento Moderno que abogaba por una arquitectura desligada de ornamentos, fronteras y estilos locales. Pero, sin embargo, mientras aquellos pioneros perseguían resolver de manera eficiente los problemas de su tiempo, la cebra contemporánea parece obedecer más a una estética de catálogo. Donde Le Corbusier soñaba con máquinas de habitar, hoy nos conformamos con renders para comercializar.
El mercado inmobiliario, por supuesto, tiene parte de culpa. Se diseña para vender, no para vivir. Y el render vende más si brilla en blanco y negro. La homogeneización, al fin y al cabo, reduce riesgos: lo que funciona en un barrio funciona en otro, y los usuarios, temerosos de nuevas estridencias, tienden a buscar aquellas estéticas que le sean familiares para elegir su hogar. Pero lo que se gana en eficacia, se pierde en identidad.
La arquitectura no debería ser neutral. Cada lugar tiene sus vientos, su historia, su luz y sus sombras. Que una promoción residencial en el norte lluvioso sea idéntica a una en el seco sureste español no es modernidad, es pereza. Una vivienda no es solo un contenedor con imagen de paso de peatones, es una respuesta a unas necesidades concretas. Porque la buena arquitectura no nace de una moda, sino de una conversación sincera con su entorno. Y esa conversación rara vez es en blanco y negro.
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