La Cuarta Pared

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La gran evasión

La gran evasión

“Las ciudades subterráneas despiertan una fascinación especial. Nos recuerdan que, bajo la superficie de nuestras modernas urbes, yacen historias ocultas»

Las ciudades subterráneas son un viaje al corazón de la tierra, donde la arquitectura se entrelaza con el instinto de supervivencia y la necesidad de adaptarse a lo imposible. Estos espacios ocultos bajo nuestros pies no son solo cavidades en el suelo, son verdaderos laberintos que cuentan historias de resistencia, ingenio y misterios por desvelar.

En la Anatolia turca, la ciudad subterránea de Derinkuyu emerge como un prodigio de la ingeniería antigua. Excavada en roca volcánica hace miles de años, esta ciudad fue un refugio para miles de personas. Sus niveles descendentes, conectados por angostos pasillos, albergaban viviendas, almacenes, establos, pozos de agua e incluso iglesias. Su diseño no solo protegía contra las invasiones, sino que también garantizaba la autosuficiencia durante largos periodos. En su penumbra, uno puede imaginar el bullicio de una vida que transcurría oculta al calor de las antorchas iluminando muros y galerías.

En contraste, pero con un espíritu similar de protección, los refugios subterráneos de la Guerra Civil en Almería nos remiten a un pasado más reciente. Estas galerías, excavadas a toda prisa bajo la dirección del arquitecto Langle, eran un escudo contra el terror que caía desde el cielo. Allí, en la oscuridad, se mezclaban el miedo y la esperanza. Las paredes, toscas y marcadas por el esfuerzo de manos apresuradas, eran testigos de historias de supervivencia: madres que acunaban a sus hijos, vecinos que compartían el espacio estrecho, silencios rotos solo por el retumbar de las explosiones en la superficie.

Ambos ejemplos nos hablan de la capacidad del ser humano para adaptarse. Derinkuyu, con su complejidad y sofisticación, muestra una planificación que trasciende generaciones, mientras que los refugios almerienses nos enfrentan a la urgencia de construir bajo la amenaza inmediata. En ambos casos, la arquitectura se convierte en un éxodo hacia el interior de la tierra, una vuelta a las entrañas del planeta como último recurso.

Hoy, las ciudades subterráneas despiertan una fascinación especial. Nos recuerdan que, bajo la superficie de nuestras modernas urbes, yacen historias ocultas capaces de cambiar nuestra percepción del tiempo y del espacio. Monumentos de la memoria, espacios donde la historia respira en el eco de sus pasadizos. Estos monumentos ocultos nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza humana: siempre buscando luz, incluso en las profundidades más recónditas de la tierra.

Paredes de gotelé

Paredes de gotelé

“Solo consiguen distinguirse de la del vecino en las pulgadas de la televisión.

Aunque ciertamente parezca que cada vez hay menos oferta de vivienda debido a la desproporcionada demanda habitacional que la sociedad reclama, lo que sí es cierto es que existe una gran diversidad de hogares que colman nuestro mercado inmobiliario. Lo portales de venta de nuestro país están inundados de viviendas de todo tipo, pero en gran medida, esto solo se debe a la heterogeneidad en la fecha de construcción de los inmuebles. Como el caso de los antiguos pisos de cuatro dormitorios, con grandes salones, salitas de estar y una pequeña habitación de servicio dentro de la cocina que compiten con la predominante tipología de viviendas de tres dormitorios, dos cuartos de baño y salón-comedor-cocina diáfano.

Es cierto que cada generación parece tener sus propias preferencias desde el punto de vista programático, funcional o estético. Se antoja natural y lógico que las familias evolucionen en paralelo con las nuevas formas de vida, pero sin embargo, en muy contadas ocasiones, estas transformaciones terminan influyendo realmente en los diseños de nuestros hogares. Existen una gran cantidad de intereses subyacentes de todo tipo que son los que, en realidad, terminan definiendo cómo son nuestras casas, incluso estableciendo cuestiones tan invasivas para nuestro día a día cómo por ejemplo, donde se coloca la vitrocerámica en nuestra cocina o si nuestro cuarto de baño tiene bidé o plato de ducha.

El sector de la construcción, como sucede en otros tantos sectores productivos, es víctima de incontables factores que acaban definiendo hacia donde deriva el mercado. Desde los intereses económicos a la hora del desarrollo del suelo, el aprovechamiento máximo de una parcela, hasta la normativa municipal que establece la relación entre las estancias, nuestras casas terminan siendo un producto uniforme que solo consiguen distinguirse de la del vecino en las pulgadas de la televisión. Así que, uno de los pocos factores que terminan marcando una diferencia sustancial es el año en el que fueron levantados.

Da la sensación de que la arquitectura residencial, sobre todo la colectiva, funciona por tongadas, y que ahora simplemente estamos viviendo el momento de las cocinas abiertas y las carpinterías de PVC en color gris antracita. Queda ya muy lejos aquella época de las paredes con gotelé y los suelos de terrazo. ¿Me pregunto qué será lo siguiente?

El patito feo

El patito feo

“Manzanas de edificios que, aunque diseñados sin grandes pretensiones, crean continuidad.

En el vasto panorama urbano, es fácil dejarse llevar por la grandilocuencia de los iconos arquitectónicos. Monumentos, rascacielos de autor y edificios estrella que buscan ser retratados en miles de selfies y postales. Sin embargo, en ese constante juego de luces y sombras que define nuestras ciudades, hay una arquitectura que se mueve en silencio, casi invisible. No llena portadas de revistas ni protagoniza premios internacionales, pero sin ella, las ciudades serían un mero escaparate vacío. Es la arquitectura modesta y anónima, la que no presume, pero construye ciudad.

Esta arquitectura pasa desapercibida precisamente porque no busca destacar. Es la vivienda de toda la vida en la esquina de tu calle, la fachada descascarillada que resiste al tiempo, el portal que tantas veces cruzaste sin prestar atención. No lleva firmas famosas ni necesita justificaciones teóricas de alto calibre. Su mayor mérito es su capacidad de formar parte de un todo mayor, de aportar sin reclamar protagonismo.

Pensemos en esas manzanas de edificios que, aunque diseñados sin grandes pretensiones, crean continuidad. En sus ritmos de ventanas, balcones y tejados se entreteje la trama urbana, un lenguaje común que da identidad a los barrios. Frente a la obsesión contemporánea por el espectáculo, estas obras anónimas nos recuerdan que el verdadero lujo es la coherencia, la armonía cotidiana. Porque no todo debe ser un Guggenheim; a veces, lo que necesitamos es una buena plaza donde sentarnos al sol.

Lo paradójico es que, pese a su modestia, esta arquitectura soporta el peso del tiempo mejor que muchos de esos flamantes hitos que envejecen mal. Hay algo profundamente honesto en su sencillez, una lógica funcional que huye del artificio. Cuando los materiales son nobles, las proporciones acertadas y los detalles bien pensados, el resultado es una belleza silenciosa que se mantiene viva, al margen de modas pasajeras o revoluciones tecnológicas.

En un mundo donde la arquitectura tiende a dividirse entre lo espectacular y lo precario, la modesta se alza como un recordatorio de lo que realmente importa. No se trata de impresionar, sino de acoger. De ser el telón de fondo de nuestras vidas, de permitir que la ciudad sea un lugar habitable antes que un escaparate. Porque al final, lo que hace ciudad no es el edificio que todos señalan, sino aquellos que, sin darnos cuenta, habitamos todos los días.

El suelo mojado

El suelo mojado

“El suelo se convierte en un espejo gris que robota la luz y refleja el ritmo de los arcos de las fachadas

La Plaza de San Marcos de Venecia se sitúa en una posición muy concreta al sur de la ciudad y dando la bienvenida a diario a toda la gente que entra y sale con los famosos Vaporretos del Gran Canal, durante todo el año. Sin embargo, cuando se accede a ella a pie a través de las angostas calles que conforman el barrio de San Marcos, se presenta como una gran apertura, a modo de grieta, que ensancha el espacio urbano de forma espectacular. La plaza parece estar cerrada por dos largas fachadas de los edificios de las Procuradurías, que se extienden aparentemente en paralelo hasta la coronación de la plaza con la Basílica de San Marcos y la Torre del Reloj, dejando el descubrimiento del precioso Palacio Ducal para el final del recorrido, al tiempo que se revela de la gran apertura espacial a la inmersa y horizontal presencia del agua.

Y justo este elemento, el agua, que parece estar presente solo en los perímetros de las islas que conforman la ciudad, en realidad atraviesa, a modo de venas y arterías, la gran mayoría de callejones que quedan repletos de puentes de piedra comunicando todo este laberinto urbano tan singular. Venecia es una isla artificial construida a base de compactar una serie de grandes troncos de madera hincados en una gran laguna al norte de Italia, aparentemente protegida de las grandes mareas por su posición geográfica. Sin embargo, las inundaciones han sido más que recurrentes a lo largo de los siglos, tanto que la ciudad lleva años desarrollando un sistema de diques móviles, llamado proyecto Moisés, para protegerla de la ya famosa Aqcua Alta.

Estas inundaciones afectan casi siempre, en primer lugar, a la expuesta Plaza de San Marcos, bañando todo su pavimento y cubriéndolo con una lámina de agua que transforma el espacio en algo más dramático, si cabe. El suelo se convierte en un espejo gris que rebota la luz y refleja el ritmo de los arcos de las fachadas circundantes. El agua democratiza el espacio, unificándolo y eliminando cualquier distorsión visual que pueda haber. La humedad es abrumadora y omnipresente; el olor a piedra mojada y ver cómo se funde la arquitectura con la naturaleza es un espectáculo que nos deja absortos. El agua, al igual que el fuego, tiene un componente hipnotizador que ataca a lo más profundo de nuestro cerebro y nos impide apartar la mirada. Por eso, cuando la plaza está inundada, los ojos se nos van al suelo y no al cielo.

Todos al desván

Todos al desván

“Viejas cajas de cartón, cofres cerrados con candados oxidados y muebles cubiertos con sábanas blancas.

Los sótanos y desvanes abandonados son cápsulas del tiempo, envueltas en polvo y misterio. No son simplemente espacios olvidados; testigos mudos de épocas pasadas, de vidas que se deslizan entre las sombras. Bastan unos pasos en la penumbra para que ese olor a humedad y madera vieja nos envuelva, transportándonos a recuerdos difusos, que emergen como espectros en el silencio. Ahí, en cada rincón oscuro, habitan memorias atrapadas, fragmentos de historias que aún esperan ser contadas.

En esos lugares, la curiosidad siempre se mezcla con un ligero temor. Las escaleras, empinadas y crujientes, llevan a sitios donde la luz parece temer entrar. Allí, se amontonan viejas cajas de cartón, cofres cerrados con candados oxidados, y muebles cubiertos con sábanas blancas, como fantasmas de tiempos mejores. Cada objeto, por insignificante que parezca, encierra secretos: cartas amarillentas, fotografías de desconocidos y herramientas olvidadas que ahora son piezas de un rompecabezas sin solución.

Son espacios que alguna vez tuvieron un propósito; en el sótano se almacenaban las provisiones, en el desván se guardaban las reliquias familiares. Pero, con el tiempo, se transformaron en lugares de sombra y olvido relegados a la soledad. Y sin embargo, hay una especie de ritual al recorrerlos. Abrir un arcón olvidado, descubrir un juguete roto, hojear un cuaderno de anotaciones. En esos momentos, uno se convierte en explorador de una arqueología doméstica, desenterrando fragmentos de vidas anteriores, cual reliquias de un pasado que se resiste a desaparecer.

Observar el contenido de un desván abandonado es también asomarse a una historia familiar detenida. Allí, las huellas de quienes lo ocuparon permanecen: las marcas en el suelo de antiguos baúles que alguna vez guardaron sueños, viejos periódicos que sirvieron de envoltorio, ropa olvidada… vestigios de épocas de modas lejanas. El silencio en estos lugares es distinto, profundo y denso, solo perturbado por el ocasional crujido de la madera o el viento que se cuela por una ventana rota.

Y al final, uno se da cuenta de que estos lugares abandonados guardan no solo objetos, sino también los secretos, miedos y esperanzas que fueron dejando sus habitantes. Son monumentos humildes, casi invisibles, de la memoria, lugares donde el tiempo se ha detenido, y que, como nuestros recuerdos más lejanos, van desmoronándose poco a poco, hasta que un día, tal vez, se conviertan en polvo.

El cuentacuentos

El cuentacuentos

“Una fotografía puede transformar un simple bar en una reinterpretación de una capilla

Una de las principales razones por las que siempre terminamos viendo, en las carteleras de los cines o en cualquier plataforma digital, una gran cantidad de conceptos refritos, remakes o simplemente nuevas versiones del mismo cuento, es, además del afán de las productoras por crear productos que vendan incluso antes de estrenarse, la gran facilidad que tienen algunos artistas para reinterpretar historias y contarlas de tal manera que logre emocionar al espectador una y otra vez, aunque ya conozca el final.

Muchos guionistas o directores de cine buscan inspiración para su próxima película en novelas, cómics o incluso otras cintas, no solo como referencia para crear algo nuevo, sino para repetir la historia contándola desde su propia perspectiva. Eso sí, se vuelve fundamental saber leer adecuadamente el cuento para poder entenderlo, interiorizarlo y poder explicarlo de nuevo. Cualquier historia, desde “Los tres cerditos” hasta “Blancanieves” puede ser una aventura épica o un gran drama. Así que, el cuentacuentos puede llegar a ser casi tan importante como el propio cuento. Saber narrar es imprescindible para conseguir transmitir emociones y, por supuesto, siempre se trata de eso: de hacer sentir algo al espectador.

La visión del narrador puede transformar drásticamente cualquier obra artística. Los fotógrafos, por ejemplo, son expertos en plasmar una visión propia de la realidad y en contar, a través de instantáneas muy precisas, una infinidad de interpretaciones de una misma verdad. Una fotografía puede transformar un simple bar en la reinterpretación de una capilla y un parking de caravanas en una auténtica feria del color. Todo depende de los ojos de quien lo mire y de la habilidad para transmitir su arte utilizando las herramientas que tenga a su disposición, como podrían ser: la escala, el color, la composición, el tiempo, el espacio o incluso la mismísima luz.

Por lo tanto, a priori parece que construir buena arquitectura puede ser tan importante como saber contarla. Sin embargo, no todo se puede expresar con palabras o imágenes. La sensación que produce estar debajo del óculo del Panteón de Roma no puede revelarse a través de ningún grabado; solo se consigue viajando a la capital italiana, haciendo la esperada cola de turistas y entrando en esa enorme masa hueca de hormigón para mirar al cielo con tus propios ojos.

El Celia

El Celia

“Ha superado Repúblicas, guerras, dictaduras, transiciones y hasta la llegada de la fibra óptica, oculto tras dos inmensos ficus que protegen su fachada Sur.

Ayer me tocó visitar uno de esos edificios con solera, poso y peso. Peso no solo en el sentido figurado, pues se trata de un edificio masivo, de gruesos muros y esbeltos huecos como rendijas que perforan sus fachadas siguiendo un ritmo regular y repetitivo, solo alterado por su pórtico de acceso con capiteles dóricos.

Es un edificio clásico en su composición, de estilo neo-academicista de orden gigante, con un solemne basamento de sillares almohadillados y cuatro niveles horizontales, contando con su semisótano y coronado por una cornisa de pilastras y balaustres.

El edificio alinea sus cuatro fachadas con la forma trapezoidal de su solar, resolviéndose mediante naves de una crujía y galería corredor en torno a un patio central y una escalera monumental coronada por una linterna.

Ya en el interior, altos techos, carpinterías verdes, sobrias paredes descarnadas y solerías de baldosa hidráulica y tarimas por las que han pasado durante décadas miles de almas crean un ambiente ciertamente sobrecogedor. Esconde además una pequeña joya, pues su salón de actos reversible conserva sus vidrieras originales, en una de las pocas concesiones al ornato en todo el edificio.

Empezó siendo la Escuela Superior de Artes Industriales, gestada en la década de los años 20 a partir de unos estudios iniciales de Trinidad Cuartara, y terminada en los primeros años 30 del siglo pasado. Pasó a ser Instituto Mixto de Enseñanza Secundaria en los años 50.

Y así ha llegado hasta nuestros días. Ha superado repúblicas, guerras, dictaduras, transiciones y hasta la llegada de la fibra óptica. Y ahí se mantiene, con orgullo y fuerza, erguido y oculto tras dos inmensos ficus que protegen su fachada sur.

¡Qué gran diferencia con las construcciones actuales, orgullosas de sus muros cortina y audaces voladizos! Hemos pasado de muros masivos de un solo material, que además servían de soporte estructural, a ligeras pieles que, como una cebolla, aglutinan un sinfín de capas que condensan las propiedades de 70 cm de materia en apenas 25 cm, desligadas de una estructura de finos soportes y forjados.

Hoy, el Instituto Celia Viñas, con sus aseos renovados, pizarras digitales y moderno ascensor, sigue siendo el mismo venerable edificio que quedó varado en la margen oeste de la Rambla hace casi 100 años, habiendo mantenido casi inalterada su esencia. Mientras, a su alrededor, la ciudad lo ha ido envolviendo y arropando, haciéndolo pasar casi inadvertido con su elegante y silenciosa sobriedad.

Dos pastillas

Dos pastillas

“La dualidad suele conformar y aglutinar un espectro de ideas y situaciones realmente amplias.

Dos pastillas de Ibuprofeno 400 tienen una mayor carga farmacológica que una pastilla de 600; sin embargo, se pueden conseguir fácilmente sin receta en cualquier farmacia. Dos pastillas siempre son mejor que una. Más es más. Morfeo no podría haber ejemplificado mejor esta dualidad sin ofrecer una pastilla azul o una roja a Neo para brindarle la posibilidad de salir de Matrix. 

Cualquier distribución de vivienda en L goza de dos pastillas claramente identificables. Una puede servir para acoger las zonas públicas y la otra las privadas. Una puede estar arriba y la otra abajo. O una puede abrirse al este y la otra al oeste.

La dualidad suele conformar y aglutinar un espectro de ideas y situaciones realmente amplias: la casa grande, la casa pequeña; la habitación oscura, el salón luminoso; la vivienda de lujo, la vivienda social. Prácticamente cualquier cosa que se nos ocurra puede llegar a tener su propio antagonista que la complemente. Hasta el propio cielo tuvo que ser testigo de la creación del infierno. El ángel caído convertido en demonio.

El cambio chocante y brusco de una posición a su contraria tiende a generar un fuerte impacto, y casi siempre se termina utilizando como herramienta para potenciar una idea, una experiencia o incluso una emoción. Oscar Niemeyer proyectó la entrada a su famosa Catedral de Brasilia a través de un angosto y oscuro túnel subterráneo para darle más notoriedad, si cabe, al impresionante espacio de casi 40 metros de altura rodeado por todos lados de espectaculares vidrieras de colores. Si dicho espacio es cautivador, gracias a la dualidad espacial de su entrada, consigue ser realmente emocional.

Pero, aunque parezca tentador, evidentemente no todo tiene que ser blanco o negro, en muchas ocasiones en el centro está la virtud. No es necesario ser un deportista de élite para contrarrestar tu escasa fuerza de voluntad a la hora de levantarte del sofá para hacer algo de ejercicio. Pero es cierto que no hay nada que consiga producir un gran despertar en nuestro interior como los extremos. La provocación nos hace sentirnos vivos, y no hay nada más importante en este mundo que nuestra propia vida, así que, claramente, lo mejor siempre es coger la pastilla azul y no salir de Matrix, para así seguir disfrutando de los placeres que nos ofrece esta simulación en la que vivimos.

El telón de fondo

El telón de fondo

“Lo efímero en el desierto no se siente como una pérdida, sino como un recordatorio constante de la transitoriedad de todo.

Siempre que atravieso el desierto de Tabernas por la autovía, no puedo evitar fijarme en los poblados de las películas. Los veo casi con los mismos ojos que cuando era niño. Algunos aún se mantienen en pie reconvertidos en miniparques temáticos. Otros han sucumbido al abandono, la dejadez, el expolio, o simplemente al paso del tiempo tras haber cumplido su cometido. Para los forasteros que los descubren al llegar, estos escenarios pueden parecer exóticos y pintorescos, pero para un almeriense, esta fusión arizónico-tejana forma parte de su identidad.

Hay algo casi poético en la forma en que estos decorados, creados para durar lo que dura una toma, logran capturar la esencia de una época o un lugar. En un momento, puedes pasear por un pueblo del oeste, con fachadas cuidadosamente diseñadas que esconden su naturaleza vacía y temporal. Desde la distancia, parecen auténticas, pero basta un golpe de viento —de ese que no nos falta en Almería— para recordar que todo es una ilusión, una obra destinada a desaparecer.

Esta arquitectura no busca la longevidad ni el aplauso del público. Su valor reside en lo que representa: la capacidad del ser humano para crear mundos de la nada para construir realidades imaginarias que cobran vida durante unos días, antes de ser desmontadas y almacenadas hasta la próxima aventura cinematográfica.

Lo efímero en el desierto no se siente como una pérdida, sino como un recordatorio constante de la transitoriedad de todo. Al fin y al cabo, estas tierras áridas y polvorientas han sido testigo de innumerables civilizaciones a lo largo de la historia. Que ahora sirvan como telón de fondo para relatos ficticios es solo una continuación natural de su destino.

Y sin embargo, hay algo más que pura escenografía en estos decorados. Cuando uno pasea por ellos, es fácil perderse en la ilusión. La mano del ser humano se ve en cada detalle, en cada ventana falsa, en cada puerta que no lleva a ninguna parte. Estos decorados son, en esencia, la máxima expresión de la arquitectura teatral, donde lo importante no es la estructura en sí, sino la historia que ayudan a contar.

Almería, con su paisaje duro y deslumbrante, es el lugar perfecto para esta conjunción entre lo real y lo imaginario. Aquí, en el silencio del desierto, la arquitectura de cartón piedra no solo es una herramienta sino un arte en sí mismo, una obra maestra efímera que nos recuerda que, a veces, lo más memorable no necesita perdurar para siempre.

Presentando lo presentado

Presentando lo presentado

“Ese cosquilleo en los momentos previos, antes de desvelar el pastel que solo tú sabías que se había horneado.

De la misma manera que en otras muchas profesiones creativas, en cualquier estudio de arquitectura se realizan innumerables presentaciones de proyectos a clientes mostrando por primera vez las ideas en las que se ha trabajado con ilusión. Algunas presentación resultan muy pragmáticas, otras más emocionales y emotivas, y algunas de ellas pueden llegar a ser incluso desagradables. Al igual que cada cliente, cada proyecto es único y singular, por lo que merece ser presentado según su contexto y necesidades.

Presentar un proyecto por primera vez te hace sentir vivo. Es una sensación parecida a la emoción que todos sentimos justo antes de contar una noticia importante a un ser querido: ese cosquilleo en los momentos previos, antes de desvelar el pastel que solo tú sabías que se había horneado. Se trata de un momento realmente especial y, en cierto modo, parecido a la primera vez que revelas un secreto. Te sientes tenso y aliviado al mismo tiempo, pero cauto y expectante a la hora de contemplar la reacción del otro.

Vas a comunicar una idea que solo tú y tu equipo conocéis. Un trabajo en el que llevas mucho tiempo trabajando y, por lo tanto, tienes que ordenarlo en tu mente para poder generar un discurso fácilmente entendible para cualquiera que no viva debajo de tu cerebelo. En mi caso, intento dibujar una serie de diagramas explicativos a base de colores y formas geométricas simples que, en muchas ocasiones, no terminan explicando muy bien el proyecto y suelen recibir una réplica del estilo: “¿pero el vestidor tiene cajones?” Y ahí es cuando me doy cuenta de que realmente nadie ha entendido lo que pretendía contar. Pero bueno, al menos esos esquemas me han servido para entenderme a mí mismo, que no es poco. 

Sin embargo, ahora nos enfrentamos a algo diametralmente diferente pero con el mismo nombre: la presentación del libro que acabamos de publicar. No tenemos que contar nuestras ideas a nadie; de hecho, ya están plasmadas en el propio libro. Quizás eso es lo que nos perturba porque ¿cómo presentar algo que ya está disponible para cualquiera? No hay ningún secreto que revelar, las cartas ya están sobre la mesa. Si fuera la presentación de una película sería todo mucho más sencillo, te sientas en tu butaca del cine y le das al play, pero, como todos comprenderán, no vamos a empezar a leer el libro en voz alta como dos cacatúas. Quizás lo que tendremos que hacer es proyectar diagramas de colores de cómo fuimos tecleando cada texto…

La casa del caserío

La casa del caserío

“Las casas de pueblo son monumentos de una memoria compartida, donde el pasado y el presente se entrelazan

Desde niños, las casas de pueblo se convierten en escenarios vivos de nuestra memoria, ancladas en un tiempo que parece detenerse. Son más que simples construcciones. Refugios de historias y emociones, donde cada rincón guarda secretos. Basta con cruzar el umbral de una maciza puerta de madera para que su olor a viejo y a comida casera nos envuelva, transportándonos a esos interminables veranos. El eco de risas infantiles resuena entre paredes gruesas.

En estos espacios, nuestro deseo de explorar se desataba. Jardines traseros de barro y plantas trepadoras. Escaleras crujientes siempre polvorientas, pasajes secretos hacia un mundo paralelo. Desvanes oscuros llenos de herramientas oxidadas y misteriosos baúles que se transformaban en cuevas de tesoros escondidos.

Al poco de observar a quienes habitan estas casas, encontramos una coreografía social que va más allá de las palabras. Allí vivían los abuelos, guardianes de la tradición, que sentados en sillas bajas, repiten los mismos cuentos una y otra vez mientras tejen o cascan nueces con manos gastadas pero precisas, para quienes la cocina de leña o gas no es un lugar cualquiera, sino un templo. Sus manos, con la experiencia del tiempo, amasan y remueven con ese don inimitable de quien ha aprendido a cocinar con el corazón y no libros. Y luego los niños, nosotros, los que corríamos descalzos entre habitaciones frescas en verano, con la fascinación infinita por esos techos altos y esas ventanas que miran hacia un campo inmutable. Y por supuesto, los animales, siempre presentes: el perro que dormita a la sombra de un pino o las gallinas que picotean despreocupadas ajenas al frenesí de los juegos infantiles.

Cada elemento en estas casas está en su sitio, ya que ha sido colocado ahí por generaciones de manos cuidadosas. Las mesas largas donde se sientan familias enteras a compartir el pan; las chimeneas o estufas que nunca dejan de ser un centro de reunión; repisas cargadas de recuerdos que condensan toda una vida.

Y cómo olvidar el sonido de las campanas lejanas al atardecer, anunciando el final del día, cuando, cansados de aventuras, volvíamos a casa para descansar bajo techos que como grandes testigos mudos, habían visto a tantas generaciones antes que nosotros. Las casas de pueblo son monumentos de una memoria compartida, donde el pasado y el presente se entrelazan, como si fueran eternas, aunque sabemos que con el tiempo, al igual que nuestros recuerdos, irán desmoronándose lentamente.

El espacio infantil

El espacio infantil

“Desde el bar de tapas que suele ir con sus padres hasta la parte trasera del coche de camino al pueblo.

Prácticamente desde que nacemos y nuestros sentidos empiezan a detectar información de nuestro entorno, nos convertimos en una especie de contenedores de datos que, aunque no gocemos de una pequeña pantalla LED que indique los índices de ruido exterior, la temperatura o niveles de iluminación, toda esa información es procesada por nuestro cerebro y, de una manera u otra, terminan conformando nuestra experiencia espacial. 

Desde bebés reaccionamos a ciertos estímulos, pero de una manera realmente vaga: apenas conseguimos seguir con la mirada a esa cucharilla de papilla cuando nuestra madre nos hace “el avión” para que comamos. Sin embargo, en la infancia, nuestras experiencias se multiplican exponencialmente. Ya no solo reaccionamos instintivamente al hambre llorando como un descosido, sino que empezamos a tener reacciones conscientes a los estímulos exteriores. En esta etapa comienzan los primeros momentos de entendimiento del mundo, y el espacio que nos rodea se vuelve fundamental en la formación de una importante porción de nuestra personalidad.

Indudablemente, existen una infinidad de factores que determinan nuestra forma de ser, desde los componentes sociales, económicos, culturales o incluso políticos e históricos, pero el espacio, es decir, la arquitectura y urbanismo de nuestro entorno, aporta, en cierta medida, un importante granito de arena a la hora de conformarnos como personas y sobre todo, en la forma en que nos relacionamos con el mundo que nos rodea. Es curioso pensar cómo es posible que las experiencias sociales o espaciales que vivimos cuando éramos tan pequeños, que ni siquiera podemos recordarlas, puedan afectar en gran manera a nuestra forma de ser o de pensar. 

Es evidente que la arquitectura educativa de nuestros colegios e institutos, el diseño de nuestros parques, zonas de juego o el propio descampado que convertíamos en estadio de fútbol al colocar dos chanclas como portería, tienen una gran importancia en el desarrollo psicomotriz del niño, pero también en su forma de entender la realidad. No obstante, creo que no deberíamos quedarnos solo ahí, la arquitectura infantil no son los espacios diseñados exclusivamente para los niños, la arquitectura infantil abarca todo espacio en el que habita un niño, desde el bar de tapas que suele ir con sus padres hasta la parte trasera del coche en el camino al pueblo.

El destructor de planetas

El destructor de planetas

“Una geometría y arquitectura de una elegancia aterradora.

¿Por qué una esfera? En un universo donde las formas irregulares dominan el paisaje cósmico, donde lo caótico parece la norma, el Imperio Galáctico decidió encapsular su máximo poder destructivo en una forma perfecta: una esfera. La respuesta más inmediata podría ser la eficiencia y la funcionalidad, pero hay mucho más detrás de este icónico diseño.

En los orígenes de la arquitectura militar, las fortificaciones estaban lejos de ser esféricas. Los castillos medievales, con sus torres y murallas angulosas, respondían a una lógica de defensa basada en líneas rectas y ángulos estratégicos. Sin embargo, a medida que la tecnología avanzaba y las amenazas se sofisticaban, la necesidad de una defensa integral llevó a la evolución de las formas arquitectónicas.

La Estrella de la Muerte, con su superficie lisa y curvada, rompe con la tradición de la guerra angular y presenta un paradigma completamente diferente. La esfera maximiza el espacio interior, permitiendo albergar una cantidad inmensa de tropas, naves y armamento. También ofrece una ventaja defensiva única: no importa desde qué ángulo se observe, su perfil es siempre el mismo, minimizando puntos débiles y dispersando ataques.

Nuestra naturaleza humana, inclinada a buscar patrones y regularidades, podría sentirse desconcertada por la idea de habitar o trabajar dentro de una estructura esférica. Después de todo, nuestras experiencias cotidianas están dominadas por lo plano: nuestras casas y ciudades están definidas por líneas y ángulos rectos, donde la estabilidad es fácil de concebir y medir. Pero, en el vasto y frío espacio, esas reglas cambian.

El diseño esférico de la Estrella de la Muerte puede resultar alienante, incluso claustrofóbico, pero también encierra una promesa de poder absoluto. Es una forma que no deja cabos sueltos, que domina el espacio sin necesidad de apoyarse en otras estructuras. El interior, aunque compuesto por innumerables salas y pasillos que responden a un diseño más tradicional y plano, está contenido dentro de esta imponente carcasa que desafía cualquier intento de simplificación.

Al final, aunque la Estrella de la Muerte simboliza el poder destructivo definitivo, también refleja una comprensión profunda y aterradora de la geometría y la arquitectura. Es un recordatorio de que, incluso en el caos del universo, la simplicidad de una forma puede ser la base de lo más complejo y, en este caso, de lo más mortal.

El Trampantojo

El Trampantojo

“Hicieron aparecer bóvedas donde solo había un techo plano o una ventana abierta en un muro opaco

Desde hace ya varios siglos, multitud de artistas, sobre todo pintores, han buscado siempre la manera de expresarse utilizando juegos visuales que ayuden y potencien las ideas o conceptos que buscan transmitir con sus obras. La incorporación de la perspectiva fue uno de los grandes avances a la hora de poder representar en un plano de dos dimensiones espacios tridimensionales, aunque la perspectiva sea una técnica más que extendida e interiorizada por todos nosotros, fue uno de los primeros trampantojos de la historia. Bien sea utilizando cualquiera de sus variantes, desde la visual perspectiva cónica hasta la precisa axonométrica, cualquier dibujo con cierta perspectiva consigue, de manera muy natural, engañar al ojo. No deja de ser una simple ilusión para hacerte pensar que dentro de un folio A4 puede entrar cualquier cosa que imaginemos, desde un edificio hasta una batidora.

Pues bien, como no podía ser de otra manera, sólo algunos genios consiguieron llevar estos trucos un paso más allá. Botticelli, Bellini o incluso el mismísimo Miguel Ángel explotaron el arte desde Italia en la época del Renacimiento jugando con los elementos visuales como nunca antes se había explorado. Hicieron aparecer bóvedas donde solo había un techo plano o una ventana abierta en un muro opaco, es decir, empezaron a transformar la realidad visual como auténticos ilusionistas.

El engaño empezó a formar parte del arte, pero no desde un plano desleal, sino como una forma de investigación acerca de las posibilidades que ofrece la pintura para jugar con la mente del espectador. Para intentar hacer más con menos y ahorrar recursos técnicos y económicos. 

Los trampantojos siguieron evolucionando y extendiéndose a diferentes ramas del arte como la escultura, la arquitectura, la fotografía o incluso el cine. Cada una de ellas explorando las posibilidades de su medio, pero todas ellas con el mismo fin: transmitir emociones a través del engaño. Dicen que el arte solo es puro si es sincero, honrado y veraz, pero en realidad, en este mundillo no hay verdades absolutas, así que, si una mentira consigue hacer feliz a tu corazón, ¿quienes son los críticos de arte para valorar tus emociones?

Los trampantojos han conseguido embaucar por igual a reyes y ciudadanos, a pesar de que hoy en día se han quedado como una simple anécdota, apenas reconocidos por los salmorejos esferificados y con forma de tomate raf.

El Color de la Feria

El Color de la Feria

“Los colores no son simplemente un código organizativo; son un medio para conectar emocionalmente a los feriantes con su entorno

En Almería, a finales de agosto y con 200 grados a la sombra, un año más la Feria se convierte en el hito principal del verano. Sin embargo, esta vez, nuestro recinto ferial inaugura un nuevo proyecto: la reordenación de la zona sur y su adaptación para parking de caravanas para los propios feriantes. Un espacio pensado para ser una extensión de la propia feria, diseñado con cierto cariño y donde la identidad y la pertenencia se manifiestan a través del color.

La idea del proyecto es tanto práctica como simbólica: crear un espacio que no solo satisfaga las necesidades logísticas, sino que también refleje el espíritu festivo de la feria. Los colores, tan presentes en las casetas y en las atracciones, han sido el hilo conductor para dar al aparcamiento una identidad visual propia. Un enfoque cromático que transforma lo que podría haber sido un simple espacio de esparcimiento en un lugar lleno de vida, donde cada rincón es un reflejo de la diversidad que tanto caracteriza a la feria.

El sentido de pertenencia es crucial en este proyecto. Era esencial que este nuevo espacio no se sintiera como un anexo impersonal, sino como una prolongación natural de la feria. Los colores no son simplemente un código organizativo; son un medio para conectar emocionalmente a los feriantes con su entorno.

Este aparcamiento se convierte, durante un par de semanas, en una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Una miniciudad donde los feriantes (con sus familiares, y compañeros) viven, trabajan y se organizan en su propio microcosmos. En cierto modo, este espacio se asemeja a una especie de ciudad lineal, donde la vida se desarrolla de forma continua a lo largo de un vial central. Una franja colorida y organizada da acceso a hogares temporales, como un puerto habitado en tierra. Un lugar de descanso y convivencia, pero también de trabajo y esfuerzo.

Durante estos días, el aparcamiento deja de ser simplemente un lugar de tránsito y se convierte en un barrio en toda regla y lleno de vida. Un recordatorio de que, incluso en su vida itinerante, los feriantes encuentran formas de crear comunidad, de establecer raíces aunque sea de manera temporal. Cada año, este aparcamiento se irá transformando en una versión compacta y dinámica de lo que es la propia feria: un espacio de encuentro, de identidad y de pertenencia, donde el color no solo decora, sino que une y define a quienes lo habitan.

Cocoon

Cocoon

“Después de haberse vaciado mucho más de lo que le correspondía, son aparcados en un lugar en el que no estorbar.

En nuestra cultura, el concepto de residencia de ancianos está tiznado de una pátina de negatividad casi vergonzante. Asociamos estos lugares con una fase de la existencia de total y absoluta dependencia. Un lugar para el olvido al que muchos se ven abocados antes de llegar a la estación terminal de un largo recorrido por las distintas estaciones de la vida.

Hay otras culturas, en las que la relación con la madurez, incluso con el propio concepto de la muerte es muy distinto. Los orientales sin ir más lejos veneran a sus generaciones más longevas. A diferencia de nuestro concepto occidental, donde los ancianos a menudo enfrentan el aislamiento, en Oriente son considerados pilares de la familia y la sociedad. La sabiduría que acumulan con los años les hace ocupar los puestos más elevados de la jerarquía social.

Puede que, en los últimos tiempos de vorágine y constante cambio de los modos de vida, hayamos relegado a nuestros mayores a un lugar que no les corresponde, pues una vez que han completado su ciclo productivo, y después de haberse vaciado mucho más de lo que les correspondía, estos son aparcados en un lugar relajado en el que no estorbarán más de lo debido, eso sí, en unas condiciones higiénico-sanitarias mínimamente garantizadas. Faltaría más.

Cierto es que en nuestra cultura no están muy interiorizadas las enseñanzas de Confucio, que tienen como pilar central de su filosofía la piedad filial, que exige de los jóvenes el cuidado y el respeto a sus mayores. Y eso es algo que difícilmente se podrá imponer de manera forzada, más si cabe en una sociedad cada vez más envejecida, y en la que, sin más remedio, los ancianos habrán de procurarse sus cuidados.

Me gusta mucho el concepto anglosajón de residencia geriátrica que se muestra muy bien en la entrañable película de 1985 Cocoon. Un grupo de abueletes pasan su edad dorada en una magnífica urbanización con servicios adaptados para personas mayores en el estado de Florida. Allí vivirán una experiencia vital que les hará rejuvenecer circunstancialmente de forma sobrenatural gracias al contacto con seres de otro mundo en una piscina. La película es interesante pues reflexiona sobre el sentido de la vida, el tránsito vital o la muerte.

Tal vez, este modelo de urbanización adaptada, pueda ser una digna solución a una sociedad cada vez más despegada y hedonista, en la que ser mayor será lo normal.

Arquitectura en tapas

Arquitectura en tapas

“¿Qué mejor manera de romper la cuarta pared? Hoy me siento como Deadpool cuando habla directamente al espectador

“Si existe algo en este mundo que una a Batman, la casa de tus abuelos y el dibujo a mano alzada, eso es sin duda la Arquitectura. Disciplina, técnica y arte por excelencia que consigue trascender a lo largo del tiempo y el espacio, tan necesaria como inevitable y tan bella como compleja. Presente en todo lo que nos rodea y a la vez, ausente en la conciencia de casi todos nosotros.”

Con estas palabras da comienzo la sinopsis del libro “La Cuarta Pared. Arquitectura en Tapas”. Un proyecto editorial de la mano de Ediciones Asimétricas que reúne una selección de algunos de los artículos publicados cada jueves en este periódico y que sale a la venta este mismo mes. Así que, ¡esta semana estamos de enhorabuena! Y por lo tanto, como si de un meta-artículo se tratase, hoy me veo obligado a escribir sobre nosotros mismos. ¿Qué mejor manera de romper la cuarta pared? Hoy me siento como Deadpool cuando habla directamente al espectador comentando las disparatadas jugadas de su propia película. 

Este espacio que nos ofreció el Diario de Almería, de la mano de su director Antonio Lao, nos ha servido para vomitar pensamientos e inquietudes, enfados y alegrías, reflexionar sobre películas que nos motivan o incluso para redescubrirnos a nosotros mismos. Ha servido para que empiece a escribir como Javier Peña y para que él empiece a escribir como yo. Pero lo más importante de todo, bajo mi punto de vista, es nuestro afán por aproximar la arquitectura a la sociedad. Aunque haya sido de una manera muy tangencial, el simple hecho de que alguno de los artículos de estos años haya despertado el interés de al menos uno de nuestros lectores por este mundo es, sin duda, una victoria en toda regla.

Personalmente, comencé este proyecto como una inquietud personal, con la intención de dejar por escrito algunos pensamientos que rondaban mi cabeza. Pero, poco a poco, y con mi mente ya vacía de pensamientos, la única motivación para seguir sentándome cada semana frente a la hoja en blanco era el feedback de los lectores. En un mundo gobernado por la creación de contenido con el único objetivo de entretener y pasar el rato del almuerzo viendo un vídeo que te permita no pensar en nada, parecía un poco suicida plantear un proyecto de difusión sesudo y por escrito. Sin embargo, el tiempo y la constancia han demostrado que hay lugar para todo. Muchas gracias al Diario de Almería y a Ediciones Asimétricas por hacer posible que la Cuarta Pared llegue a la azotea de muchos curiosos.

El escenario de la vida

El escenario de la vida

“Desde el meteorito que acabó con los dinosaurios hasta los amores y desamores que vive una pareja

A finales de este año se estrenará una nueva película titulada Here” (Aquí) del director Robert Zemeckis, autor, entre otras muchas, de Regreso al Futuro o Forrest Gump, cinta con la que repite elenco de protagonistas principales con Tom Hanks y Robin Wright. En este caso, la película realmente se trata de la adaptación de una novela gráfica donde toda la acción se desarrolla en un escenario fijo, una vivienda. En ella, podemos ver cómo van sucediendo distintos acontecimientos a lo largo del tiempo y cómo la casa es la testigo silenciosa de todas ellas. La película en cuestión refleja esta intención a la perfección mediante una cámara fija a lo largo de toda la cinta enfocando un salón de una vivienda típica americana a modo de plano totalmente estático, muy parecido a la famosa serie de televisión Cámare Café que tanto nos hizo reír viendo como sus personajes vivían todo tipo de situaciones rocambolescas enfrente de la máquina de café del trabajo. 

Se trata de una idea genial para contar prácticamente cualquier tipo de historia, ya que este concepto consigue conectar rápidamente con el espectador que no tiene más remedio que empatizar con los personajes porque todos vivimos en un escenario que observa nuestra vida. A priori, parece que las viñetas y el cómic son el medio de comunicación más natural para ello, pero da la impresión, viendo simplemente el primer trailer, que esta película transmitirá a de manera magistral y con gran sensibilidad la idea del escenario como protagonista tan explotada en un sinfín de sitcom, desde Friends hasta Aquí no hay quién viva.

Desde el meteorito que acabó con los dinosaurios hasta los amores y desamores que vive una pareja a lo largo de su vida, la cámara se encuentra totalmente parada y observándolo todo, incluso el momento exacto en el que se construyó la vivienda en la que quedó encerrada para siempre. 

Y es en ese preciso instante cuando comienzan realmente los hechos interesantes porque, no es otra más que la arquitectura la encargada de dar comienzo a las historias, aunque luego se limite a ser simplemente el escenario donde se desarrollan. En realidad, la arquitectura es la responsable de dar el pistoletazo de salida a la infinidad de situaciones que tienen lugar en la vida de cualquier persona. Sin la casa, no habría discusión ni reconciliación. No habría tristeza ni felicidad, descanso o fatiga. La casa es el hábitat, generador y observador.

Cinema Paradiso

Cinema Paradiso

“Sillas de playa colocadas con esmero frente a esa mágica pared, a la luz de una farolas a las que dan ganas de silenciar a golpe de gatillo y mira telescópica.

Solo una pared. Rugosa y algo irregular, pero es perfecta. No necesitamos nada más. Todos los veranos me cuesta montar el tinglado. Alargadera, una mesa de jardín, una escalera de aluminio medio oxidada calzada con dos cascotes de ladrillo, sobre un césped irregular al que le vendría bien un buen segado, unos altavoces con subwoofer de un ordenador viejo y un proyector del año de María Castaña, que necesita dos convertidores para poder conectarse a un portátil por la salida de mini HDMI.

Sillas de playa colocadas con esmero trazando un geométrico arco de dos, y hasta tres hileras frente a esa mágica pared, que todos los años se convierte en un lienzo privilegiado a la luz de unas farolas a las que dan ganas de silenciar a golpe de gatillo y mira telescópica.

Es agotador, pero compensa con creces el esfuerzo. 3 o 4 días antes calentando a la chavalería, provocando intensos debates sobre qué ver este año. Que si una de terror y de mucho miedo de verdad, como siempre pide mi sobrina que no levanta 3 palmos del suelo, que si la última de Toy Story que solo la hemos visto 50 veces, o Resacón en las Vegas ¡que ya somos mayores!

Un auténtico dèjá vu del que uno no se cansa, a pesar de que me cuesta quedarme a recoger de madrugada el tinglado tras una agotadora sesión de palomitas de microondas y gominolas que vuelan por los aires.

Ver a toda una pandilla de pequeños (y no tan pequeños, ¿verdad abuela?) cinéfilos disfrutar de un momento como sacado de otros tiempos, mientras desde “el control técnico”, asistido por mis fieles vecinos se da cuenta de unas cervezas que saben a gloria no tiene precio. Mastercard podría hacer un anuncio con esto.

Y es que el verano acaba siendo eso. Una sucesión de pequeñas rutinas especiales. Rutinas repetitivas, pues se acaban poniendo las mismas películas una y otra vez, qué más da, y especiales porqué son momentos únicos.

Las terrazas de verano están a la baja por desgracia. En Almería al menos nos quedan las de Aguadulce, en las que ves una película mientras oyes cuatro. Y es una lástima en mi opinión. Aunque afortunadamente, algunas experiencias recientes, como el cine de verano de Wowhaus Architecture Bureau en un parque de Moscú, parecen resistirse a claudicar a estos tiempos modernos de gafas de realidad aumentada envolvente. Aún hay algo de esperanza. 

Un estilo para gobernarlos a todos

Un estilo para gobernarlos a todos

“Desde las cafeteras hasta los tostadores y pasando por nuestros smartphone…

Hace ya algo más de un siglo nacía, lo que hoy en día tenemos interiorizado como algo normal y ordinario, la producción en serie de todo tipo de productos cotidianos. Desde las cafeteras hasta los tostadores y pasando por nuestros smartphones o el ratón del ordenador, todo aparato o cachivache que nos rodea es preso de una geometría determinada. Algunos más ergonómicos, otros más bastos y simples, pero todos ellos con un diseño de producto que ha tenido que ser pensado y repensado antes de enfrentarse a la vorágine que supone la fabricación en serie de hoy en día. 

En 1907 nacía en Alemania la Deutscher Werkbund, una asociación de arquitectos, artistas e industriales con el firme propósito de revolucionar el diseño, y ya de paso, el mundo entero. Este grupo se propuso romper con el clasicismo y las oficios tradicionales de finales del siglo XIX, en favor de las técnicas industriales de producción en masa que luego serían tan necesarias tras la destrucción que asoló el planeta a causa de las Guerras Mundiales. Sus diseños y conceptos influenciaron a la mayor escuela de diseño que jamás ha existido, la Bauhaus, y por supuesto, supuso un antes y un después en la arquitectura, ya que cimentaron algunas de las bases en la que se sustenta el famoso Movimiento Moderno.

Una estética simple, el despojo de todo tipo de ornamento innecesario y una prioridad absoluta al funcionalismo son solo algunos de los pretextos de este movimiento que fue ganando adeptos y extendiéndose de región en región, dejando atrás cuestiones estéticas que ya empezaban a oler a cosas del pasado como las Arts and Crafts o el Modernismo. Se empezó a dar prioridad absoluta a la razón, la economía de medios y la lógica constructiva frente a otro tipo de cuestiones y, poco a poco, la estética de la fábrica se convirtió en un movimiento en sí mismo. Sobre todo en la arquitectura, donde empezaron a acuñarse términos como “la máquina para habitar” para definir a las grandes edificaciones plurifamiliares que fueron surgiendo en la primera mitad del siglo XX. Tanto es así que, paradójicamente y en contra del sentido primigenio de toda esta historia, se terminó convirtiendo en un estilo en sí mismo: el estilo internacional. Válido para todo, desde Chicago hasta Talavera de la Reina. Emulando diseños sin pensar y ni reflexionar sobre las necesidades de su tiempo, sino repitiendo, como si una producción en serie se tratase las ideas del pasado.

Los premios Dundies

Los premios Dundies

“Una magnñifica combinación de cotidianidad con un elenco de personajes complejos a la vez que absurdos.

Probablemente, haya que ser un poco friki, infantil y tener un toque de inmadurez para reírse con cierto tipo de chorradas. Me temo que soy culpable de estos tres «pecados». Y por ello, me toca aguantar las miradas de mis hijos adolescentes y de mi mujer cuando me pongo a ver «The Office» en esos ratos muertos en los que consigo hacerme con el mando de la tele. No lo entienden. Y me gustaría decir que los comprendo, pero me temo que no.

Para los que no conozcan esta sitcom americana, (remake de su homónima serie británica, la cual no he visto), se puede resumir en una serie que narra las desventuras de un grupo de trabajadores de oficina, a modo de falso documental, en un pueblo perdido de Pensilvania. Es un grupo anodino de personas normales, en una anodina empresa de venta de papel de oficina, situada en un anodino edificio, de un anodino extrarradio, de un anodino pueblo. Y con estos a priori poco emocionantes ingredientes, se ha construido una de las más exitosas series con más de 200 episodios a sus espaldas.

La clave, en mi opinión, está en una magnífica combinación de cotidianidad con un elenco de personajes muy complejos que generan multitud de situaciones absurdas, histriónicas y surrealistas, tal vez no aptas para todos los públicos. Hoy día, sin ir más lejos, sería impensable reproducir los gags y situaciones cómicas en las que se basa la práctica totalidad de las subtramas, pues casi todos los chistes se cimientan en el racismo, la homosexualidad o la sexualización de los personajes femeninos. El protagonista principal, Michael Scott (Steve Carell), es una suerte de zoquete, bocazas y payaso incorregible que dirige su oficina como si de un ala del frenopático se tratase. Todos los años organiza la gala de entrega de los “Premios Dundies”. Una cena en la que obliga a cada empleado a pagar su cubierto, reparte premios que abarcan desde el premio a las zapatillas más blancas, hasta el premio al mejor jefe, que recurrentemente gana él.

Como digo, todo es anodino y normal. Ni los protagonistas son especialmente guapos o atractivos, ni las localizaciones son idílicas, ni la propia oficina situada sobre el almacén de carga (auténtico personaje principal) presenta un aspecto singular o moderno.

Y siendo así, la serie te atrapa, y logra hacerte sentir como parte de ella. Tras verla, casi sientes haber estado media vida trabajando en esa oficina. 

La ciudad de la luz

La ciudad de la luz

“Pero bueno ¿qué podemos esperar de un arquitecto o urbanista al que se le dan las llaves del diseño de toda una ciudad?

Siempre llega ese momento del año en el que se vuelve complicado pasear por la calle, da igual dónde vivas, tarde o temprano ese día termina llegando. Si te encuentras en Almería será un martes de julio a las 3 de la tarde y si vives en Manhattan será un viernes de enero a las 10 de la noche. Normalmente, ese pico era el que terminaba definiendo cómo se estructuraba la ciudad. Las angostas y estrechas calles del Albaicín favorecen la sombra y el frescor en la ardiente Granada de verano, mientras que las grandes avenidas que atraviesan el centro de París fomentan la entrada de luz a todos los rincones de la ciudad, cuestión del todo necesaria si queremos dotar a la población de cierto bienestar y salubridad.

Estos pretextos socioculturales y climáticos han sido el pilar del desarrollo urbano de la mayor parte de las ciudades de nuestro planeta. Algunas se han ido construyendo poco a poco con el pasar de los años y ampliándose en función de las necesidades de los habitantes de su tiempo. Otras, han necesitado transformaciones profundas como el famoso Plan Haussman de París para conseguir evolucionar y adaptar la ciudad a las necesidades de su época. 

Sin embargo, poco a poco, las razones culturales han ido dejando paso a otras cuestiones como las económicas y políticas, que han sido las que realmente han terminado definiendo el crecimiento de las ciudades y la planificación de nuevas urbes como la futura The Line en Arabia Saudita. El factor económico, el posicionamiento geopolítico frente a otras grandes potencias o el control del desarrollo poblacional terminan definiendo el modelo de ciudad, dejando a un lado si nos encontramos en el desierto o en la montaña.

Pero bueno, ¿qué podemos esperar de un arquitecto o urbanista al que se le dan las llaves del diseño de toda una ciudad? La estructura y el orden parecen ser cuestiones que solo se les daban bien a los romanos, porque los ejemplos de ciudades planificadas en los últimos siglos parecen responder más a razonamientos utópicos y aspiraciones personales que al firme compromiso de resolver los problemas de una sociedad en un tiempo y espacio determinado. 

En 2006 surgió el proyecto para construir una nueva ciudad, ecológica y sostenible, de la firma del famoso arquitecto Norman Foster, donde los coches que se alimentan de combustibles fósiles no tenían cabida. Eso sí, financiada y promovida por la empresa energética de turno con afán de posicionar su compañía.

Donde hay materia hay geometría

Donde hay materia hay geometría

“La geometría es orden, ortodoxia y razón. Es la caja de herramientas universal que utilizamos para controlar nuestro entorno.

¡Qué sería de nosotros sin la geometría! A más de uno le dará urticaria solo de pensar en ello. Un escalofrío ascendente por el eje de simetría dorsal en sentido vertical hasta el cenit de la nuca al recordar aquellas clases en las que bisectrices, alturas, apotemas y homotecias se amontonaban en los apuntes tomados en clase mientras el profesor llenaba la pizarra de garabatos. Pero superado este trauma infantil, la geometría se torna en un gran aliado para la vida cotidiana. La geometría es orden, ortodoxia y razón. Es la caja de herramientas universal que utilizamos para controlar nuestro entorno. La utilizamos inconscientemente para andar o conducir; para calcular y estimar distancias y tamaños; para organizar y ordenar nuestros espacios.

Y lo bueno de la geometría, es que no es rígida o inalterable, sino que permite ser moldeada y adaptada bajo distintas reglas de construcción para según qué caso. Desde pequeños estamos familiarizados con la geometría euclídea y con su sistema de tres coordenadas cartesianas. Todos sabemos medir una habitación en largo por ancho y por alto. Pero existen otras geometrías, con reglas y razones específicas para resolver otro tipo de problemas. Por ejemplo, cuando nos movemos en la superficie de la tierra a grandes escalas, la geometría cartesiana no es tan práctica y recurrimos a la geometría esférica, que es la adaptación de la geometría bidimensional de un plano aplicada a la superficie de una esfera. Aquí las reglas cambian, pues la suma de los ángulos de un triángulo sobre la superficie esférica no es siempre 180º, como sucede de forma invariante en el plano cartesiano. A cambio de rompernos los esquemas, obtenemos ventajas y beneficios para trazar rutas de navegación o para hacer cálculos en astronomía.

En arquitectura, la geometría siempre está presente. Bien como herramienta de orden y construcción de espacios, bien por un sentido meramente filosófico, estético, místico o metafísico. Incluso lo está hasta cuando es el enemigo a batir. En este último grupo, arquitectos como Frank Gehry, Zaha Hadid o Alejandro Zaera fuerzan el pliegue y el alabeo de las superficies en una titánica lucha con orden rígido que la ortodoxia cartesiana y gravitatoria parece dominar en el mundo construido. A pesar de ello, tras las pieles de apariencia libre y fluida de sus obras, se esconde un orden geométrico que soporta el trampantojo.

Donde hay materia hay geometría

Donde hay materia hay geometría 

“La geometría es orden, ortodoxia y razón. Es la caja de herramientas universal que utilizamos para controlar nuestro entorno.

¡Qué sería de nosotros sin la geometría! A más de uno le dará urticaria solo de pensar en ello. Un escalofrío ascendente por el eje de simetría dorsal en sentido vertical hasta el cenit de la nuca al recordar aquellas clases en las que bisectrices, alturas, apotemas y homotecias se amontonaban en los apuntes tomados en clase mientras el profesor llenaba la pizarra de garabatos. Pero superado este trauma infantil, la geometría se torna en un gran aliado para la vida cotidiana. La geometría es orden, ortodoxia y razón. Es la caja de herramientas universal que utilizamos para controlar nuestro entorno. La utilizamos inconscientemente para andar o conducir; para calcular y estimar distancias y tamaños; para organizar y ordenar nuestros espacios.

Y lo bueno de la geometría, es que no es rígida o inalterable, sino que permite ser moldeada y adaptada bajo distintas reglas de construcción para según qué caso. Desde pequeños estamos familiarizados con la geometría euclídea y con su sistema de tres coordenadas cartesianas. Todos sabemos medir una habitación en largo por ancho y por alto. Pero existen otras geometrías, con reglas y razones específicas para resolver otro tipo de problemas. Por ejemplo, cuando nos movemos en la superficie de la tierra a grandes escalas, la geometría cartesiana no es tan práctica y recurrimos a la geometría esférica, que es la adaptación de la geometría bidimensional de un plano aplicada a la superficie de una esfera. Aquí las reglas cambian, pues la suma de los ángulos de un triángulo sobre la superficie esférica no es siempre 180º, como sucede de forma invariante en el plano cartesiano. A cambio de rompernos los esquemas, obtenemos ventajas y beneficios para trazar rutas de navegación o para hacer cálculos en astronomía.

En arquitectura, la geometría siempre está presente. Bien como herramienta de orden y construcción de espacios, bien por un sentido meramente filosófico, estético, místico o metafísico. Incluso lo está hasta cuando es el enemigo a batir. En este último grupo, arquitectos como Frank Gehry, Zaha Hadid o Alejandro Zaera fuerzan el pliegue y el alabeo de las superficies en una titánica lucha con orden rígido que la ortodoxia cartesiana y gravitatoria parece dominar en el mundo construido. A pesar de ello, tras las pieles de apariencia libre y fluida de sus obras, se esconde un orden geométrico que soporta el trampantojo.

Una plaza viva

Una plaza viva

“A veces no hace falta una bella Catedral al fondo para conformar una plaza

Hace algunos años nos llegó el encargo de hacer un proyecto de actividad de un pequeño establecimiento de pizzas para llevar en un estrecho local con fachada a la Plaza Pavía. Al principio, me sorprendió el entusiasmo y la seguridad de los clientes respecto al futuro éxito asegurado del negocio ya que, mi escepticismo frente a las nuevas aperturas era cada vez más creciente en este contexto de actual abandono que está sufriendo el centro de Almería. 

A lo largo de estos últimos años, hemos redactado, desde nuestro estudio, varios proyectos de actividad en el centro de la ciudad para una gran variedad de negocios: una carnicería, una tienda de ropa, una tiendecita de comestibles, una frutería, etc… y, desafortunadamente, la gran mayoría de ellos ya han cerrado sus puertas. Sin embargo, hoy en día, y tras 4 años desde su apertura, la pizzería de la Plaza Pavía sigue en pie. No cabe duda de que la buena llevanza de cualquier negocio depende de diversos factores que engloban desde la buena gestión del personal hasta la calidad del pepperoni pero, la ubicación estratégica del establecimiento es una de las más importantes. En esta plaza, el trajín de personas es constante, parece tener más vida que la propia Plaza del Ayuntamiento, la Puerta de Purchena o la Plaza de la Catedral, ubicadas en pleno centro de la ciudad. Se trata de una plaza de barrio, pero de un barrio vivo, donde la gente sale a la calle cada día a buscarse la vida, donde las cosas suceden y donde los vecinos viven.

Se trata de una plaza con un fuerte origen social, que sirve de esparcimiento a una zona urbana de manzanas cerradas, calles estrechas y con una gran cantidad de viviendas. En sus orígenes, se trataba de un espacio abierto y flexible donde, eventualmente se instalaba un pequeño mercado ambulante, sin embargo, hace ya muchas décadas, el Ayuntamiento decidió realizar una serie de puestos a modo de mercado permanente que realmente han conseguido incluso fortalecer la actividad de la plaza.

Su imagen, muy desvirtuada tras las múltiples operaciones inmobiliarias que han ido destrozando las tradicionales casas de puerta y ventana que rodeaban a la plaza, no es ningún escollo para que la gente siga disfrutando del espacio. A veces no se necesita una bella Catedral al fondo para conformar una plaza, a veces, los auténticos foros, las ágoras, son aquellos espacios donde la gente tiende a relacionarse, no donde los turistas pasan corriendo a echarse una foto y tomarse una paella congelada.

Cuando seas padre, comerás huevos

Cuando seas padre, comerás huevos

“Antes, y no hace tanto de ello, había que esperar para casi todo. Hoy en cambio, estamos saturados de cosas que ni sabemos que no queremos.

Grano no hace granero, pero ayuda a su compañero. Frase lapidaria del refranero español, y que a mí me retrotrae a la infancia, pues era uno de los básicos de mi madre. Frases de otras épocas en las que guardar para después y reunir poco a poco era algo grabado a fuego en las generaciones de la posguerra y de los años del desarrollismo previo a la transición. Las nuevas hornadas, más acostumbradas a la inmediatez de las cosas, al exceso de oferta en prácticamente todo tal vez no lo entiendan.

Antes, y no hace tanto de ello, había que esperar para casi todo. A hacerse mayor para empezar. A que se estrenasen las películas en el cine, a que salieran en VHS y poder alquilarlas en el videoclub si tenías la suerte de que no estuviese ya cogida, o a que la pusieran en la tele. Pasaban años entre cada uno de estos hitos. Hoy en cambio, sin entrar a valorar la abrumadora oferta de películas y series que saturan cada una de las plataformas digitales y que a golpe de botón desde el sofá puedes consumir, todo es más inmediato, fácil y accesible.

En otros tiempos, comprar un ordenador para la casa era algo excepcional. No solo había que encargar en la tienda de turno el aparato, sino que el coste era importante. En ocasiones, los hijos ahorraban poco a poco para poder comprarlo y exprimirlo durante años, sacándole todo el partido posible. Hoy, se cambia de smartphone porque la cámara no tiene el filtro del bigote de gato o se renueva el portátil porque la manzana mordida no se retroilumina. Esto último, que obviamente está irónicamente exagerado, no se aleja mucho de la realidad actual, en la que poseer para figurar y mostrar es el motor principal que mueve el mundo. Al menos el primer mundo.

¿Dónde ha quedado esa hucha de lata de las monedas de las vueltas que uno conseguía escamotear a su madre al volver de los recados? Esa cajita a la que poco a poco y como una hormiguita se iba alimentando con lo que se pescaba de un cumpleaños, de los abuelos siempre dispuestos a sacar una sonrisa o de una asignación o paga semanal, con la vista puesta en ese inalcanzable capricho que cualquier niño de la época aspiraba a conseguir.

Suena a añoranza y romantización de tiempos pasados, pero frente a la vorágine y velocidad de hoy en la que el deseo no tiene tiempo ni para gestarse antes de ser aniquilado por la saciedad, no está de más parar, tomar aire y buscar retos e ilusiones inalcanzables.

La utopía posible

La utopía posible

“Un sistema de 15.000 m2 de polivinilo dio lugar a la primera ciudad inflable del planeta.

En octubre de 1971 tuvo lugar el VII Congreso del ICSID (International Council of Societies of Industrial Design) en la pequeña isla de Ibiza. Cientos de personas  convivieron durante algunos días en uno de los mayores actos de ecologismo involuntario que ha dado lugar cualquier tipo de convivencia del ser humano. El congreso en cuestión ya se planteaba como un evento en el que confluyeran distintas formas experimentales de diseño y arquitectura, pero sin embargo, los recortes presupuestarios llevaron el ingenio al siguiente nivel.

Con apenas 10.000 pesetas como presupuesto para llevar a cabo cualquier tipo de intervención para el alojamiento temporal de todos los visitantes al congreso, el Grupo Abierto de Diseño Urquinaona encontró el encargo perfecto para poner a funcionar su creatividad e imaginación y plantear una utopía posible. El reto estaba claro, la parcela definida y el encargo cerrado, todo a expensas de idear algún sistema que permitiese alojar a tantas personas y ser montado y desmontado en tiempo récord sin necesidad de una mano de obra muy especializada.

Un sistema de unos quince mil metros cuadrados de polivinilo dio lugar a la primera ciudad inflable del planeta, un mar de plástico digno de ser ubicado entre el enjambre de invernaderos de Almería pero no, se montó en mitad de un precioso entorno natural de la isla balear. Con sus calles, sus zonas de pernoctación, sus áreas sociales e incluso sus espacios con vegetación y arbolado interior, el conjunto era una auténtica obra de arte experimental que solo fue posible en el contexto cultural en el que se fraguó, rodeado de jóvenes con grandes inquietudes e influenciados por un movimiento hippie cada vez más creciente en esa década y sobre todo, con un presupuesto ridículamente escaso.

Esta ciudad instantánea finalmente se convirtió en una realidad y, aunque con ciertas dificultades sociales propias de la convivencia de tantas personas en un principio desconocidas entre sí, todo terminó funcionando y el congreso pudo celebrarse pasando a los anales de la historia como aquel en el que unos plásticos hinchables dio cobijo a tanta gente.

Es curioso cómo, en algunas ocasiones, la falta de dinero es el único empujón que necesita el ingenio humano para desarrollar ideas que rompan con lo habitual para plantear soluciones alternativas a problemas convencionales.

Wall – e

Wall – e

“No hay mejor forma de vender soluciones que crear nuevas necesidades.

Las modas mueven el mundo. Estamos en un momento de la historia en el que el consumo es el motor de la economía y del crecimiento. Esto, analizado en términos de la edad de nuestra especie, es solo una fracción infinitesimal en términos de tiempo. Hay estudios que dicen que llevamos socializando y ocupando cuevas algo más de doscientos cincuenta mil años, y puede que más.

Pero no hace falta viajar hacia atrás tanto en el tiempo para compararnos con otras épocas en las que el motor de la evolución no se media en hitos como la presentación del último modelo de smartphone. En otros periodos, las guerras, la agricultura, la colonización, la formación de asentamientos, la explotación de recursos mineros o hasta la evangelización marcaron el rumbo y el devenir de nuestra civilización hasta lo que hoy es.

Desde que el consumo lo gobierna todo, las nuevas reglas que el sistema impone determinan el propio sentido de nuestra existencia como sociedad. Si no hay un consumo constante y creciente en todos los planos y estratos del organismo complejo que es la civilización humana, el tinglado se viene abajo y se desmorona como un castillo de naipes. Y para que esto no suceda, es necesario mantener una demanda de consumo constante y creciente. No hay mejor forma de vender soluciones que crear nuevas necesidades. De ahí la importancia de las modas y las tendencias, que por su propia definición tienen fecha de caducidad preprogramada.

Esto no solo es aplicable a los consumibles del día a día, como puedan ser la ropa, los contenidos audiovisuales, el arte o la propia comida. Abarca mucho más por no decir que lo abarca todo. La propia tecnología está más al servicio de la tendencia y la imagen que a la propia función para la que ha sido creada. Lo de menos ya es si la lavadora lava bien la ropa, al lado de lo esencial que no es otra cosa que su aspecto minimalista y que Alexa la reconozca a la primera y le actualice el firmware para poder publicarlo en Instagram.

Pues las modas y las tendencias de hoy, que lo serán por poco tiempo, son la sostenibilidad, la eficiencia y la economía circular. Resulta cuanto menos paradójico y gracioso que la tendencia de consumo de hoy se basa en una supuesta resistencia y negación de la economía de consumo. Con la excusa de que tenemos que ser eco-friendly, vamos a cambiarlo todo por nuevos aparatos A++ de cero emisiones fabricados con nuevos nanomateriales ecosostenibles. Todo con pegatina verde y etiqueta cero emisiones. Así sí.

Paredes de papel

Paredes de papel

“Las paredes, sean de papel, ladrillo o acero, separan y segmentan historias redirigiendo la mente gracias a la imposición del ojo.

La presencia de los planos horizontales en cualquier edificación o espacio urbano siempre consiguen transmitir cierta continuidad, tanto espacial como visual. Así que, una de las principales características de cualquier espacio diáfano radica en la posibilidad de ver todo el suelo de solo un vistazo, al menos, todo el que tus ojos alcanzan a ver. El pavimento continuo es sinónimo de amplitud, es decir, el plano horizontal, plano y continuo, transmite paz, serenidad e incluso estatus. Porque solo algunos privilegiados pueden permitirse el lujo de vivir en una casa tan grande que les permita recorrer metros y metros sin tener que toparse contra una pared o algún elemento vertical que termine compartimentando el espacio, separándolo por usos. Aunque, a decir verdad, esta falta de separaciones es una de las pocas cosas que tienen en común las grandes mansiones y los fantásticos apartamentos de 30m2 que tanto se alquilan ahora por 900€/mes y que tienen el wc de mesita de noche.

Por otro lado, los planos verticales, al contrario que los horizontales, no hablan de continuidad, sino de separación. Por eso, en la representación arquitectónica, los planos horizontales se aprecian en las secciones, dibujos encargados de mostrar el espacio, y los planos verticales se aprecian en las plantas, dibujos encargados de mostrar las distribuciones. Así que, cada línea negra que vemos en una planta arquitectónica nos indica una separación, un muro. Y cuanto más gruesa sea la línea, más espeso será ese muro y por lo tanto, más privado, más independiente. 

Pero, aunque un muro de carga de 60 cm de espesor nos consiga aislar mejor térmica y acústicamente de nuestros vecinos, una fina lona de plástico opaca o una cortinilla de tela medio translúcida y que ni tan siquiera llegue hasta el suelo, también puede suponer un mundo privativo entre una camilla y otra en una sala de urgencias. En las ucis podemos ver a varios parientes junto a su familiar enfermo que, por mucho que estén rodeados de camas y camas contiguas, una vez que la enfermera echa esa lona verde, el mundo se reduce a esos dos metros cuadrados. La división visual consigue nublar casi por completo el resto de nuestros sentidos marcando un paréntesis en mitad de una sala abierta, continua y con un pavimento homogéneo por todo el hospital. 

Las paredes, sean de papel, ladrillo o acero, separan y segmentan historias, redirigiendo a la mente gracias a la imposición del ojo.

La ciudad de la alegría

La ciudad de la alegría

“Muros llenos de ojos abiertos o entrecerrados que observan el paso del tiempo y el deambular de hormigas de dos patas.

¿Qué son las ciudades si no surcos, agujeros y vacíos? Solo hay que sobrevolar una urbe cualquiera, cosa que hoy se puede hacer sin levantarse de la silla y con un simple golpe de ratón, para observar que las ciudades se asemejan a la típica costra resquebrajada de barro que queda la desecarse una charca. Una miríada de polígonos irregulares y de formas orgánicas, que en la mayor parte de los casos se desparraman sobre un manto base.

A poco que uno se acerca empieza a captar matices como el espesor variable de estas cortezas, y la distinta dimensión de las heridas que arañan esta cáscara de naranja. Algunas confluyen en grandes huecos y otras se van estrechando hasta casi desaparecer. Y si bajamos de escala y nos adentramos en estos surcos, la percepción que tenemos de ello es completamente diferente. Estos surcos, ahora cañones y desfiladeros, nos ocultan la información de por donde se encuentra la salida del laberinto.

En estos espacios vacíos es en los que la ciudad ES. Porque todo lo que queda tras las pantallas y muros que conforman las manzanas pertenece a otro ámbito, más privado, oculto y misterioso. Muros llenos de ojos abiertos o entrecerrados que observan el paso del tiempo y el deambular hormigas de dos patas …

Tenemos tramas extremas, como puedan ser el hiperdensificado casco de Marrakech, con sus callejuelas por las que apenas se pueden cruzar dos sílfides sin rozarse, o abiertas y esponjadas como Copenhague, en los que las calles, plazas y avenidas serpean de plaza a plaza encerrando jardines y patios de manzana en una ciudad dominada por el aire. Y siendo tan distintas, y obedeciendo a las opuestas razones de trazado que dieron origen a su existencia, comparten el hecho existencial de ser la red por la que la vida del organismo urbano fluye y riega cada rincón.

Por más años que pasen, y esto se puede apreciar en los vestigios y ruinas urbanas que de pasadas civilizaciones nos han llegado, la urbe ha definido el carácter social y gregario de la humanidad. El ser humano necesita un refugio y un lugar privado para la tribu; un techo que lo cobije y lo proteja de los elementos… y de “los otros elementos”.  Pero sin un lugar común propio a la vez que ajeno en el que sentirse libre, a la vez que acotado, arropado y acompañado no es nadie, y ese lugar se llama, ciudad. 

La catedral de la tapa

La catedral de la tapa

“Cambiando al cura por el cocinero y la pila bautismal por un lavamanos de mármol.

A pesar de no haber sido nunca muy creyente, siempre he tenido la ilusión de poder proyectar algún día un centro religioso, a poder elegir, una iglesia cristiana. Además de tratarse de la religión más cercana a mi cultura y la que profesan muchos de mis familiares, también se trata de la tipología de edificación que más referencias acumulo a lo largo de mis años de interés por la historia de la arquitectura y de mis visitas a decenas de iglesias de todo tipo.

Pero, sin embargo, mi pasión por las catedrales subyace en el placer de poder proyectar un espacio cuya auténtica función sea la de transmitir emociones. Siempre me ha parecido que sería un verdadero regalo para un artista que le encargasen una obra cuya única finalidad sea solo eso, ser arte, transmitir algo al espectador, y en la arquitectura es bastante complicado. Siempre tenemos que lidiar con la utilidad, el fin último de cada construcción, como podrían ser cosas tan terrenales como tener un techo donde dormir, hacer talleres de cerámica o exponer ropa de la última temporada en la tienda de moda. Estamos totalmente supeditados a la famosa “utilitas” pero, si la finalidad del espacio fuese únicamente penetrar en el corazón de los fieles, todas las estrategias y mecanismos de proyecto girarían entorno a lo realmente esencial. Conseguiríamos desechar todo lo prescindible y alcanzaríamos un verdadero minimalismo conceptual, no como estilo decorativo, sino a través de la eliminación de todo lo que no sea fundamental para transmitir, es decir, el espacio como arte y el arte por el arte, que solo tiene que lidiar con la gravedad para ser construido, como el panteón de Roma.

Por lo tanto, a la espera de que alguna parroquia de barrio considere la posibilidad de confiar en un joven arquitecto ateo y sin experiencia, me basta con meter con calzador un espacio abovedado, en clara referencia a la nave principal de una iglesia románica, en un pequeño proyecto de reforma de local a restaurante. Cambiando el cura por el cocinero y la pila bautismal por un lavamanos de mármol. Esperando que los clientes consigan sentirse mínimamente abrumados al entrar por primera vez y que, sin esperar a la primera tapa, ya tengan razones suficientes para volver otro día. Como le podría suceder a cualquier agnóstico al entrar en una catedral gótica que, absorto por la grandeza y la verticalidad de sus naves, se olvida incluso de para qué ha entrado ahí.

La casita en el árbol

La casita en el árbol

“Cada tabla, tablón o viga ha sido despiezado de un tronco tras un largo proceso en el que el tiempo no puede ser comprimido.

Si hay una materia especial de entre todas las que se utilizan en la construcción, esa es la madera. No solo por sus cualidades físicas, que lo convierten en un auténtico conjunto casi inabarcable de materiales aptos para casi cualquier función. Desde la propia cimentación (los famosos pilotes sobre los que se soportan las casas venecianas), la estructura, los revestimientos y hasta para hacer conductos si hace falta. Casi que solo tiene la limitación de su escasa o nula conductividad eléctrica, lo que por otra parte lo convierte en un excelente aislante. Se utiliza en construcción como material auxiliar, para hacer encofrados, para los premarcos de las carpinterías, como mártir para reforzar o sujetar otros elementos constructivos, y hasta como andamiaje si es preciso.

Es un material fascinante, que requiere de una vida de dedicación solo para llegar a entenderlo. Materia viva, que como tal fluctúa y cambia con el paso del tiempo. Envejece, madura y es sensible a la acción del entorno.

Las hay duras como la piedra o moldeables casi como la arcilla. Flexibles y resistentes haciéndolas perfectas para resolver estructuras trianguladas o rígidas y estables como el fresno, perfectas para hacer soportes.

La madera es un material único. Cada tabla, tablón, o viga ha sido despiezado de un tronco tras un largo proceso para el que el tiempo no puede ser comprimido. Décadas para crecer, años para secar y estabilizarse y meses para procesarse, para que luego las vetas y sus nudos (que en el fondo son heridas e imperfecciones), su cambiante color y tonalidad dependiendo del ángulo del corte o de la luz que lo bañe, el olor, el tacto o el sonido al caminar sobre ella nos provoque esa indescriptible y satisfactoria sensación de calidad y calidez. Si se trabaja bien, el resultado final es una obra de arte natural que narra la historia del árbol del que proviene.

El edificio de oficinas de Tamedia en Zurich, del arquitecto japonés Shigeru Ban, es uno de esos claros ejemplos en los que la madera se utiliza para resolver el proyecto de dentro a fuera. 7 plantas de edificio de cristal a modo de invernadero, con una estructura vista de madera laminada ensamblada en seco, a modo de un gran mueble fuera de escala. Claro ejemplo en el que el material manda. Desde el proceso constructivo, hasta los acabados que apenas requieren de una mísera alfombra para vestir los espacios.

El concurso de ideas

El concurso de ideas

“Existen concursos para resolver problemas urbanísticos, concursos para encajar en precio ideas ambiciosas…

Aunque en ocasiones parezca una inventiva de los promotores actuales para obtener decenas de ideas gratuitas para la construcción de sus sueños, los concursos de arquitectura se remontan miles de años atrás. El propio proyecto de la Acrópolis de Atenas fue el resultado de uno de los concursos más importantes de su época, así como algunas de las catedrales levantadas en la Edad Media o infinidad de obras del Renacimiento. Son tan variados y números que existen algunos concursos que pasarán a la historia simplemente por sus anécdotas, como el robo de la idea de cúpula de Foster a Calatrava para el edificio del Reichtag alemán o la icónica y satírica solución de columna para el rascacielos Chicago Tribune de Adolf Loos. 

Pero, la cuestión de las ideas a veces va un poco más allá del simple hecho de resolver los problemas previamente identificados por el convocante, a veces son solo un grito al cielo de aquellos que ni tan siquiera saben lo que quieren y que necesitan un buen puñado de planteamientos acerca de sus necesidades. Precisamente algunos de los concursos de arquitectura más famosos como el Museo Guggeheim de Bilbao, se falló en favor de Frank Gehry porque supo, entre otras muchas cuestiones, prever a modo de profeta que su ubicación ideal para conseguir influir notablemente en la ciudad era a orillas de la ría de Bilbao y no en la parcela municipal prevista por el ayuntamiento.

Existen concursos para resolver problemas urbanísticos, concursos para encajar en precio ideas ambiciosas o incluso concursos para resolver técnicamente un proyecto inconstruible hasta la fecha como la cúpula de Florencia. Pero, en todos ellos, el valor distintivo recae en el pensamiento lateral. ¿Qué hay más valioso que las ideas? ¿Acaso la redacción de un proyecto debería estar mejor remunerada que la creatividad? Brunelleschi no construyó su cúpula porque resolviera los cálculos que infinidad de ingenieros previos no supieron resolver, sino por idear la geometría de un huevo aplastado contra una mesa.

Algunos concursos reciben planteamientos realmente utópicos y por eso no resultan ganadores y otros, reciben planteamientos realmente utópicos y por eso ganan. No hay una norma que regule qué idea es una locura y cuál será la que termine materializándose en la peatonalización de la plaza de tu pueblo. Solo el tiempo y el uso acabarán dándole la razón o quitándosela a ese comité de expertos llamados jurado que juegan a ser dioses recibiendo propuestas en el Olimpo.

Carros de fuego

Carros de fuego

“Una ocasión para explorar nuevas formas de hacer ciudad y de generar arquitectura

Año bisiesto otra vez. Un día más en el calendario para recuperar esas 6 horas de desfase que la tierra arrastra cada año en su revolución elíptica alrededor del astro rey y un verano más en el que una afortunada ciudad del mundo se pone sus mejores galas para reinventarse, renacer y presentarse al mundo con aires renovados. Año olímpico. Unas semanas de paréntesis en el frenético devenir de la humanidad, en el que guerras, conflictos, disputas y desequilibrios han de dejar paso a los ideales de fraternidad, concordia y humanidad que el barón de Coubertin promulgó con la reinstauración de los juegos olímpicos de la era moderna. Desde su primera edición en 1896, se han venido celebrando de forma ininterrumpida salvo por las ediciones de 1916, 1940 y 1944, a causa de las dos grandes guerras mundiales.

Apenas unas semanas de despliegue mediático total para mostrar al mundo décadas de esfuerzo y trabajo duro que en la mayor parte de las ocasiones pasarán al olvido salvo para aquellos afortunados ciudadanos anfitriones que se beneficiarán del acierto de sus gestores, si es que fueron capaces de aprovechar la ocasión con visión a largo plazo.

Obviamente lo primordial es el evento deportivo. La sana rivalidad entre naciones por copar puestos en el medallero. Ese orgullo y felicidad extrema que se siente cuando anuncian que esta tarde nos jugamos una medalla de bronce en tiro con arco. Pero unos juegos olímpicos son mucho más que eso. Son un auténtico laboratorio y campo de pruebas para poner en práctica los últimos avances en logística, comunicación audiovisual, transporte, gestión poblacional o tecnología en general. Son también una ocasión de explorar nuevas formas de hacer ciudad, y de generar arquitectura.

Y aquí nos encontramos con ejemplos en los dos extremos. Experiencias fracasadas por fallos en la gestión, errores de previsión o falta de pulmón, como pudieran ser los fiascos de las olimpiadas de Atlanta en 1996 o Atenas en 2004 o casos paradigmáticos como las mágicas Olimpiadas de Barcelona de 1992.

La transformación urbana que experimentó Barcelona, gracias al impulso eficaz del conjunto de administraciones que se volcaron en la organización del evento, sumado a la audacia y visión de futuro que tuvieron los urbanistas, arquitectos y directores del plan de la villa olímpica hicieron renacer a la ciudad que hoy en día es conocida y reconocida en todo el mundo.

Este año le toca a París, por tercera vez… Veremos qué tal le ha ido y con qué nos sorprende esta veterana. 

El estilo no concreto

El estilo no concreto

“Una evolución de sus ideales que se van refinando con el paso de los años, al igual que las arrugas de la frente o el cubismo de Picasso

Resulta relativamente sencillo identificar una obra de Picasso a simple vista, su figuración cubista ha conseguido trascender en el tiempo como una seña de identidad que, no solo consigue ser reconocida rápidamente en el mundo entero, sino que también dio comienzo, junto con su compañero Braque, a un nuevo estilo pictórico conocido hoy en día como cubismo. Por lo tanto, a pesar de la inconfundible firma del autor con su apellido subrayado en negro que actualmente da nombre incluso a un modelo de coches de la marca Citroën, podemos aventurar prácticamente a vuela pluma un cuadro de Picasso nada más verlo. 

Pero… ¿realmente el cubismo es el factor diferencial de la obra de Picasso? Indiscutiblemente existen autores o artistas que mantienen un leitmotiv en su obra que lo terminan encasillando en un modo de hacer concreto. Como el actor que se pasa toda su vida grabando comedias románticas y luego desentona en un thriller dramático por muy buena que sea la película. Pero, en muchas ocasiones, tanto en la pintura, la música o la arquitectura, no se trata más que de un proceso de investigación y desarrollo que indudablemente tiene que durar un tiempo prudencial hasta conseguir madurar las ideas.

Sanna, por ejemplo, lleva años investigando acerca de las posibilidades del espacio arquitectónico, de la relación en planta de las diferentes estancias de una misma edificación, cómo se yuxtaponen sus geometrías y cómo la estructura puede ayudar a establecer ritmos claros en ideas complejas. Por ende, bajo un ojo relativamente entrenado, un arquitecto curioso puede identificar a simple vista la autoría de su obra mediante fotos de los espacios interiores, exteriores, o simplemente al ver los planos del proyecto. Pero no sería justo decir que esta pareja de japoneses tienen un estilo característico. Aunque ciertos detalles se repitan como una muletilla, no se tratan de cuestiones en favor de remarcar su propio ego, sino más bien una evolución de sus ideales que se van refinando con el paso de los años, al igual que las arrugas de la frente o el cubismo de Picasso.

No se tratan de rasgos independientes que nacen de la noche a la mañana tras una idea feliz, sino más bien un extracto de una etapa concreta en el desarrollo de una vida realmente creativa. Una fotografía famosa que termina enmascarando el trabajo anterior y posterior de cualquier artista.

La casa

La casa

“La casa es un personaje más. Un testigo mudo de la lucha entre lo natural y lo artificial

He vuelto a ver una película que me cautiva. Ex Machina. La revisito de vez en cuando y cada vez que lo hago, descubro matices nuevos que me dan que pensar. Ayer sin ir más lejos, percibí a la casa en la que se desarrolla la trama como un personaje más de la historia. La casa de «Ex Machina» es más que un simple escenario; es un ente dual que casi gobierna la historia.

Desde el exterior, la casa se fusiona armoniosamente con la naturaleza circundante. Con un diseño minimalista y ultra vanguardista, creando un contraste audaz con un entorno salvaje, casi virginal, e insinuando una dicotomía entre lo natural y lo artificial. Este contraste inicial establece el tono para la compleja exploración de temas filosóficos que caracteriza a la película. Por el interior, una serie de espacios que reflejan la complejidad psicológica de los personajes principales representan el laberinto de las emociones humanas. Los espacios abiertos y luminosos sugieren transparencia y claridad, pero también evocan una sensación de vulnerabilidad y exposición. Por otro lado, los rincones oscuros y claustrofóbicos insinúan secretos ocultos y revelan la naturaleza más oscura y opresiva de Nathan, el enigmático “creador” que juega a ser Dios.

Pero es que además la casa, completamente domotizada y repleta de la tecnología más avanzada, establece un vínculo simbólico con la inteligencia artificial representada por la protagonista, Ava. Ambas son construcciones meticulosas que desafían las percepciones convencionales de lo real y lo artificial, cuestionando los límites de la existencia y la conciencia.

La casa, realmente no existe como tal. Para recrear esa sensación de ambiente de encierro angustiante, el responsable de la escenografía Mark Digby, se sirvió de un recóndito hotel en Noruega. En última instancia, la elección de ubicar la película en un entorno tan impresionante como este, combinado con las recreaciones meticulosas en los sets de filmación, contribuye significativamente a la atmósfera única de «Ex Machina». Este enclave remoto y salvaje aporta una cualidad de soledad y aislamiento que intensifica la sensación de angustia y claustrofobia, reforzando la frontera borrosa entre lo real y lo imaginado, lo natural y lo artificial que subyace en toda la narrativa.

Esta película sin la casa no hubiera sido posible. Le faltaría uno de sus personajes más importantes.

Improvisar o morir

Improvisar o morir

“Existen numerosas cuestiones espaciales y técnicas que dificilmente pueden ser del todo controlables

¡La luz anaranjada que entra por la tarde a través de las ventanas de la sala de danza va a oscurecer el color del revestimiento de madera! ¡El tabique del baño invade parcialmente el pasillo! ¿Cómo no nos dimos cuenta antes? Frases como estas son más que habituales en el desarrollo normal de cualquier obra y más aún si se trata de una reforma en un edificio existente. Desde las cuestiones más banales como que no haya suministro de la baldosa que nos guste justo en el momento en el que la necesitemos, hasta problemas de índole mayor como que a la escalera le falte un peldaño, son el pan de cada día de jefes de obra que se tiran de los pelos por la falta de detalle en los planos o simplemente por la mala ejecución del joven inexperto que apenas está empezando en este sector.

A pesar de los render e infografías hiperrealistas, la capacidad de modelado 3D o incluso los nuevos sistemas de visualización mediante realidad aumentada como las famosas gafas de Apple, existen numerosas cuestiones espaciales y técnicas que difícilmente pueden ser del todo controlables durante el proceso de diseño. A excepción de algunos maestros que proyectaban a través de unos meticulosos detalles constructivos, el común de los mortales que rondamos el mundo de la arquitectura nos vemos obligados a tomar algunas decisiones en función del grosor de dedo del albañil que está colocando los ladrillos. Porque muchas veces, cuestiones que se creían resueltas previamente con un papel y un lápiz, se vuelven realmente ingobernables cuando la realidad material atropella el precioso e idílico planteamiento inicial.

Durante el largo transcurso de la ejecución de una obra, imagino que al igual que sucede en otras muchas profesiones, la improvisación y la creatividad juegan un papel fundamental para resolver los problemas que van surgiendo a diario. Los niveles de incertidumbre de cualquier trabajo manual suponen siempre un hándicap muy importante a tener en cuenta si no queremos frustrarnos por no conseguir el resultado esperado. Sin embargo, aunque no podamos negar que los sistemas prefabricados e industrializados que, cada vez están más presentes en nuestro parque inmobiliario, automatizan y por lo tanto reducen los márgenes de errores en los procesos constructivos, también limitan la frescura de las decisiones orgánicas que se llevan a cabo en ciertos momentos puntuales en el transcurso normal de una obra “a la vieja usanza”.

La eterna juventud

La eterna juventud

“Solo se mueren los demás. Hasta que comprendes que tú también eres  «los demás

No sé en qué punto de la vida, uno toma conciencia de que está de paso, y de que si o sí, el contador de la vida avanza de forma implacable hasta ese momento que va a llegar, nos pongamos como nos pongamos. Algunos filosofan sobre si este singular evento es un instante predefinido y trazado por el destino universal, y otros divagan sobre si el libre albedrío de cada cual gobierna el rumbo de su vida con la toma de decisiones. En cualquier caso y sin perderme en sesudas disquisiciones metafísicas, lo que tengo claro es que hasta hace relativamente poco yo era de los que pensaban que morirse, se morían siempre los demás. Era algo absolutamente absurdo para mi el pensar que yo también tendría fecha de caducidad y mi sitio reservado en el contenedor de reciclaje de materia y energía. Ya sabéis, la chorrada esa de que somos polvo de estrellas y que volveremos a ser con el tiempo material para los astros que están por nacer.

¿Y a qué viene esto? Pues resulta que el otro día se celebró un acto de homenaje y reconocimiento a los arquitectos que cumplían nada más y nada menos que 50 años de ejercicio profesional. Ahí es nada. Resultó ciertamente emocionante el ver a un reducido grupo de venerables profesionales recibir el cálido homenaje de sus compañeros en un acto solemne y en un enclave histórico y singular. A la finalización de la entrega de las insignias de oro, el más veterano de los homenajeados tomó la palabra en representación de todos ellos e hizo una reflexión que me dejó marca.

A parte de su encendida y sincera defensa de la profesión, de la arquitectura, el urbanismo, la institución colegial y el compañerismo, con una buena carga de sana y pertinente autocrítica colectiva, al final de su reflexión contó la anécdota de que, en un viaje de vuelta en avión desde Buenos Aires, al entrar en la península de noche a unos 40.000 pies de altura, le llamó la atención una gran mancha urbana iluminada que destacaba sobre la oscuridad. “¡Anda!, Si esto es Costa Ballena. Esto lo parí yo.” A lo largo de sus 50 años de profesión ha proyectado miles de viviendas y edificios en los que miles de personas viven, y ha diseñado incontables calles y espacios urbanos que se perpetuarán, algunos de ellos hasta el fin de los días.

Pocas profesiones le dan a uno la oportunidad de engañar a la muerte, y esta es una de ellas. Mi más sincera enhorabuena a los jóvenes homenajeados. 

La ambigua precisión

La ambigua precisión

“La poesía no es el único arte que consigue llegarnos al corazón a partir de unas estrictas pautas previamente establecidas.

Parece sorprendente como un arte tan emocional como es la poesía pueda regirse por unas pautas tan estrictas, casi matemáticas, que llegan a definir y ordenar cada obra prácticamente de manera seriada. Hablamos de la métrica, el conjunto de regularizaciones formales de la poesía versificada y la prosa rítmica que de algún modo nos brinda unas reglas del juego para, a partir de ellas, poder crear obras de arte que puedan llegar a transmitir al lector todo tipo de emociones. 

La poesía no es el único arte que consigue llegarnos al corazón a partir de unas estrictas pautas previamente establecidas, en el manuscrito “De lo espiritual en el arte” (1910, pese a ser publicado por primera vez en 1952) de Kandinsky, se mencionan algunas relaciones de los colores con las formas, y se llega a intuir que dependiendo de qué color se asocie con cada forma, se pueden transmitir unas sensaciones u otras. Posiblemente se trate de una artimaña más sutil que la estricta métrica, pero que causa en el receptor unas sensaciones muy determinadas. El cerebro interpreta de manera diferente un cuadrado rojo a un triángulo amarillo y por supuesto la teoría del color adquiere un papel muy importante en toda composición artística visual, como podría ser la pintura, la escultura, la arquitectura o incluso el cine y el cómic.

Resulta curioso como algo tan relativo y subconsciente como puede ser el arte, se vea en cierta manera condicionado por unas reglas tan precisas y contundentes que lleguen a determinar su buen hacer. La precisión necesaria en cualquier obra resulta determinante en el resultado final. Un trazo de escasos milímetros determina si la Gioconda está sonriendo o no. La altura del plano horizontal de la casa Farnsworth se despega del suelo la altura justa para absorber, en la medida de lo posible, la crecida del río pero también para hacerlo desaparecer ante el ojo humano y conseguir que esa casa parezca estar flotando en mitad del bosque. Si este plano estuviese medio metro más bajo se vería el suelo de la casa y si estuviese medio metro más alto, se vería la cara inferior del forjado. Está en su justa medida, sólo vemos una línea blanca.

En la arquitectura tenemos que contar con que no solo existe la precisión poética, sino también la constructiva, muchos grados de exactitudes se funden al unísono en una buena obra, desde el tornillo que fija las bisagras de una ventana hasta el tiralíneas que replantea la estructura, y todas y cada una de ellas hacen que el resultado final valga la pena o no. “Dios está en los detalles” es una cita de Flaubert, pero repetida hasta la saciedad por Mies van der Rohe y por supuesto aplicada en su propia obra, para crear auténticas obras de arte a través de la precisión.

Cuatro al cubo

Cuatro al cubo

“Lo plano calma, transmite confianza, sensación de control y equilibrio

¿Y por qué cuatro paredes? En un mundo con 3 dimensiones espaciales, en el que lo esférico manda a grandes escalas, y en el que lo curvo, alabeado e irregular domina todo lo que nos rodea, tendemos a construir con superficies planas todo nuestro entorno artificial. ¿Por qué? Es posible que la respuesta inmediata sea que es lo más sencillo y económico.

Si viajamos hacia atrás en el tiempo, a los orígenes de la civilización humana, podemos comprobar que los primeros intentos de moldear el entorno se basaban en la colonización de cavernas y grutas buscando cobijo y protección. En ellas, lograr la planeidad de sus superficies era algo ciertamente complicado, y que requería de un esfuerzo y de una tecnología aun por desarrollar. La propia naturaleza, orgánica y aparentemente arbitraria se aleja de la planeidad, salvo por los singulares casos de algunas formaciones minerales cristalinas, y de la especular superficie del agua en calma.

Nuestra propia naturaleza se aleja del plano. Somos seres blandos y alabeados, que aunque respetamos algunas básicas reglas de simetría, nos mantenemos erguidos y perpendiculares al horizonte solo gracias a un complejo sistema de auto equilibrado en el que nuestros sensores, músculos y cerebro trabajan de forma coordinada.

Pero a partir del momento en el que el hombre empieza a construir de verdad, la geometría y los sistemas para replicar empiezan a hacer acto de presencia. Imagino que al principio serían métodos tan sencillos como clavar una estaca y usar una cuerda para trazar la planta circular de un talayot, o servirse de un sencillo escantillón para tallar los sillares y mampuestos para levantar un muro. Y levantados los muros, buscando la verticalidad que garantiza su estabilidad, todo es concatenarlos y distanciarlos lo que nos permita el largo de unos palos, lo más rectos posibles.

Y es que después de todo y a pesar de nuestra curvada naturaleza, nos encontramos cómodos confinados en recintos de 4 paredes, un suelo y un techo. Lo plano calma, transmite confianza, sensación de control y equilibrio. Es fácilmente mensurable y geométrica y matemáticamente construible.

A Zaha Hadid o a Frank Gehry, probablemente este artículo les provocaría urticaria, pero a poco que se analizan las plantas de sus más fastuosas obras, se comprueba que tras sus orgánicas carcasas, los espacios se acaban compartimentando con 4 o 5 pareces planas, un suelo y un techo.

La obra de confort

La obra de confort

“ante la abrumadora tarea de empezar una nueva pintura, decide encajar la expresión facial de su amada por se la sabe de memoria

De los creadores de: “aquí esto siempre se ha hecho así” y “no hay dinero para tantas filigranas”, llega: “la realidad material manda”. Y es que, la sencillez, la facilidad y la comodidad, no están solo en nuestra rutina diaria al hacer la cama sin extender las sábanas bajeras o encorvar el cuello para mirar el móvil, también se manifiesta de diferentes formas a distintos planos de nuestra vida. Y muchos de ellos no tienen por qué tratarse de comodidades físicas o materiales, sino más bien de la más importante de todas, la comodidad mental. La desgana, el pensamiento fácil, la solución que menos quebraderos de cabeza pueda ocasionar. Cualquier solución que nos implique un esfuerzo que escape de nuestro mundo cercano conocido es un enemigo para nuestra mente, tranquila, serena y sin necesidad de complicarse.

La infinidad de soluciones posibles a la hora de atajar por primera vez un proyecto de arquitectura puede llegar a saturar la mente del creador. Como un pintor con un lienzo en blanco que, ante la abrumadora tarea de empezar una nueva pintura, decide encajar la expresión facial de su amada porque se la sabe de memoria. Sin lugar a dudas, por algún sitio hay que empezar pero, cambiar de técnica y pasarse al cubismo tras décadas de trabajo ordinario, solo está al alcance del señor Pablo.

A la hora de desarrollar un proyecto, se torna como práctica más que habitual la elección de soluciones convencionales, tanto espaciales, como técnicas o conceptuales, por el simple hecho de asumir que es lo que hay que hacer para ajustarnos al presupuesto. El capital manda, la economía es lo primero y sin billetes no hay posibilidad de hacer nada que se salga del sota, caballo y rey de la construcción. Pues bien, creo que ya es hora de romper con estos esquemas tallados en mármol en la tumba de algún constructor. La falta de medios económicos es fácilmente sustituible por la creatividad, el esfuerzo y la implicación. Eso sí, necesitaremos una eficaz mezcla de estas tres cuestiones para llegar a buen puerto si no queremos morir ahogados por estrangulamiento de nuestro propio cliente. No basta con tener buenas ideas, es indispensable conseguir desarrollarlas hasta alcanzar un futuro desconocido. Y ese es el verdadero quid de la cuestión: salir de la zona de confort y asomarse al abismo de buscar soluciones que todavía ni siquiera podemos llegar a vislumbrar.

La delgada línea roja

La delgada línea roja

“Si se escarba en las tripas de una edificación antigua, se comprueba que están construidos por una adición de sistemas

A veces me pregunto, como es posible que un conglomerado de materiales de lo más heterogéneo aguante lo que aguanta. Una de dos, o la gravedad no es tan fiera como nos la quieren vender, o tenemos una ejercito de divinos seres celestiales velando por nosotros día y noche.

 Y es que raro es el día en el que las noticias informan del derrumbe de un edificio. Pero raro de verdad. Y eso que se cuentan por decenas de millones los edificios (sin contar con las edificaciones industriales), que colmatan nuestra variopinta geografía. Muchos de ellos centenarios, otros tantos sobre suelos inestables y no pocos en zonas de riesgo sísmico. Algunos en estado de abandono, muchos construidos sin proyecto ni control técnico y otros castigados y sobrecargados por albergar usos para los que no fueron en su día pensados.

Y ahí aguantan apoyados los unos en los otros, viendo pasar el tiempo, y cobijando a sus moradores que se sienten protegidos y seguros bajo ese techo, que en la mayoría de los casos se oculta bajo una escayola. Ojos que no ven…

A poco que se escarba en las tripas de una edificación antigua, se comprueba que están construidos por adición de sistemas compuestos y heterogéneos que combinan elementos prefabricados (como los propios ladrillos, las carpinterías o las viguetas de un forjado), con materiales amasados y producidos a pie de obra. Aquí encontramos las argamasas, morteros, pastas y hasta hormigones. Cabe recordar que los hormigones servidos en obra desde central son relativamente modernos. Y en ocasiones entre ellos no se llevan demasiado bien. La construcción, aunque cada vez menos, ha venido siendo un proceso muy artesanal, para el que el revestimiento (yesos, baldosas y pinturas) venía siendo la solución perfecta para tapar lo que no ha de verse.

El problema, es que ese tapar las vergüenzas, ocasiona que queden también ocultos daños silentes, corrosiones en armados, tuberías obsoletas a punto de reventar, o vigas de madera podridas y a un tris de colapsar.

Afortunadamente en los últimos tiempos, parece que se ha empezado a concienciar a la sociedad en la necesidad de mantener, conservar, rehabilitar y modernizar nuestro parque edificado. Hay motivaciones económicas, y puede ser una buena oportunidad para redefinir nuestro modelo de crecimiento, pero es cierto que es necesario abordar el problema con una estrategia global. Nada se cae, hasta que se cae.

 

Habitar el tiempo

Habitar el tiempo

“Nuestra casa no son las cuatro paredes que cierran el salón, son las horas que pasamos sentados en sofá

A pesar de poder tensarse y comprimirse, deformándose como una tela estirada al caerle una canica, el tiempo es una magnitud que el ser humano percibe de una manera prácticamente constante y lineal. Antes, durante y después. El tiempo se acelera o se ralentiza en función de la masa pero, ¿qué más da si en este planeta apenas somos capaces de percibirlo? Se trata de un proceso continuo, ininterrumpido, que marca una constante. El sol sale, el sol avanza, el sol se pone. Una y otra vez. 

El tiempo es la base de la repetición, cuestión clave de la costumbre ya que nos brinda la suficiente tranquilidad y seguridad mental para afrontar un día más sabiendo, más o menos, cómo se van a desarrollar las cosas. Por lo tanto, realizar tareas repetitivas o simplemente gozar de una rutina diaria, nos ayuda a establecer unas reglas del juego con las que poder bailar con la vida. Y de esta forma, a base de repetir procesos, poder anticiparnos para actuar al respecto o simplemente para sufrir por adelantado.

Las costumbres marcan hábitos y, ¿cómo no? Como su propia palabra indica, nuestros hábitos definen nuestro hábitat, es decir, nuestro espacio personal, nuestra vivienda. Aunque a priori parezca una afirmación retorcida, nuestra casa no viene definida por el espacio, sino por el tiempo. Nuestra casa no son las cuatro paredes que cierran el salón, son las horas que pasamos sentados en el sofá.

Habitamos el tiempo, no el espacio. Nos movemos en la autovía de las horas para recorrer la vida de principio a fin, del nacimiento a la muerte. Ocupando diferentes lugares que tienen una luz por la mañana y otra muy distinta por la tarde. Así que, aunque muchos arquitectos mencionen a la luz como el material de construcción más barato y abundante, podríamos decir que este depende en última instancia de su jefe, el tiempo.

La vivienda constituye el espacio principal y de mayor intimidad de cada uno de nosotros, pero no sería absolutamente nada sin el paso del tiempo, solo una amalgama de ladrillos, tierra, cemento y arena. Una construcción sin ningún tipo de valor más allá de lo puramente económico. Su relación con nuestras experiencias vitales es la clave para convertir una edificación en un hogar y eso solo es posible a través de la paciencia, la madre de todas las ciencias, el tiempo.

Menos es menos cuando no es más

Menos es menos cuando no es más

“Nadie compra un cuadro de cierto valor, para de vez en cuando darle alguna pincelada de retoque

La forma, ¿obedece a y es consecuencia de la función, o por el contrario ha de ser un fin en sí mismo? Esta dicotomía ha suscitado debate en la arquitectura desde tiempos inmemoriales, con sonoros enfrentamientos intelectuales entre defensores y detractores de cada posición.

La arquitectura es una disciplina artística algo especial. El arte por el arte es perfectamente defendible en disciplinas como la pintura, la escultura, el cine, la literatura o la música por mencionar algunas. Estas artes pueden servir a un fin concreto y responder a un criterio funcional determinado, pero también pueden ser totalmente libres y desligadas de cualquier atadura más allá de los límites que imponga su materialización. Diría que es algo incuestionable. Pero este extremo en arquitectura, rara vez se da. La arquitectura sirve a un fin determinado y concreto, generalmente con un coste importante y que para bien o para mal, dejará una impronta en el lugar por un periodo de tiempo que se prolongará décadas o siglos. Además, el objeto arquitectónico será con una altísima probabilidad transformado y alterado a lo largo de su vida por sus dueños, propietarios o usuarios. No conozco a nadie que compre un cuadro de cierto valor, y que de vez en cuando le de alguna pincelada de retoque… para modernizarlo un poco.

A mediados de los años 50 del pasado siglo el post modernismo desarrolló un afán por la forma en sí misma y por el ornamento. Tal vez esto vendría motivado como un efecto rebote tras décadas de movimiento moderno en los que la función se impone a la forma derivando en un estilo descarnado, frío y sobrio que vino a llamarse “estilo internacional”. Se pasó del “menos es más” de Mies Van der Rohe al tinglado decorado de Robert Venturi en un abrir y cerrar de ojos. En mi opinión ambos extremos tienen grandes ejemplos de lo mejor y de lo peor que la arquitectura con mayúsculas ha legado a la posteridad, y puede que lo más sensato sea mojarse poco y tomar la posición equidistante de ni sí, ni no, sino todo lo contrario.

Pero me voy a mojar. Con carácter general, soy de los que piensa que la función manda y que la forma ha de ser consecuencia de esta. La mejor arquitectura es la que logra alcanzar el genio creativo sin retorcerse para auto contemplarse. Y aquí entran desde el tinglado decorado de pan de oro, hasta ese artificioso minimalismo que se disfraza de funcional.

 

La sociedad de la nieve

La sociedad de la nieve

“Una casa improvisada, un refugio con mayúsculas cuyo único objetivo no era otro que evitar la muerte por hipotermia

En octubre de 1972, el vuelo 751 de la Fuerza Aérea Uruguaya sobrevolaba la cordillera de los Andes repleto de civiles en un vuelo rutinario hacia Chile cuando, desgraciadamente, un aparatoso accidente propiciado por unas fuertes corrientes de aire causó una de las mayores tragedias aéreas que se recuerdan. Sin embargo, a su vez, dio lugar a una de las historias de superación y cooperación más notorias de la humanidad. Los más de 20 supervivientes al impacto se vieron obligados a hacer frente a innumerables dificultades en un entorno realmente hostil y bello al mismo tiempo. Tuvieron que organizarse como una pequeña sociedad para determinar distintos roles en función de las capacidades de cada uno. El encargado de gestionar la comida, el que se ocupaba de la ropa, el que organizaba los restos de equipajes disponibles… y todo ello alrededor del principal nodo de acción de toda esta historia: el fuselaje del avión. 

Reconvertidos en alojamiento de guerra o más bien en hábitat con fecha de caducidad, los restos del avión fueron el hogar de los supervivientes durante 72 días. Una casa improvisada, un refugio con mayúsculas cuyo único objetivo no era otro que evitar la muerte por hipotermia. Posiblemente se trate del verdadero héroe silencioso de toda esta epopeya. Sus paredes fueron realmente decisivas frente a las bajas temperaturas, los fuertes vientos y las numerosas tormentas que azotaron la cordillera en ese gélido y particular año.

Indiscutiblemente, fueron muchos los factores que tuvieron que alinearse para propiciar el rescate de los que aguantaron con vida pero, sin una guarida donde dormir posiblemente no hubieran soportado ni la primera borrasca. Y no sólo por una cuestión puramente física, sino también desde el punto de vista emocional.

Dicen que el ser humano no puede aguantar más de 3 minutos sin aire, 3 días sin agua ni 3 semanas sin comida pero, a esta tétrica lista deberíamos incluir 3 meses sin alojamiento, aunque solo sea el portal de un edificio o el cajero de un banco. El sentimiento de pertenencia identidad es tan indispensable para la salud mental como para el resguardo frente al clima. Necesitamos la tranquilidad que nos aporta la seguridad del hogar, aunque tenga la puerta abierta y se pueda colar un oso polar o una avalancha. Nuestra especie siempre ha vivido en sociedad para aprovecharse del apoyo de nuestros compañeros, pero también para dormir calientes en la cueva.

Generalización VS Especialización

Generalización VS Especialización

“Antaño, un arquitecto o un ingeniero resolvía problemas de envergadura con eficacia y maestría gracias a su conocimiento general

Los tiempos han cambiado algo desde el siglo XIV. Ya no existen, Leonardos da Vincis o Miguel Ángeles Buonarrotis, que lo mismo te diseñaban una catedral, que te esculpían una David tamaño natural o te resolvían la gestión hidráulica de una ciudad entera. Ya no hay hombres del renacimiento que dominaban un abanico completo de disciplinas que abarcaban la práctica totalidad del conocimiento de su época. Artes, filosofía, ciencias, ingeniería, en una suerte de polimatía rallante en la erudición más absoluta. Y además no solo dominaban ese conocimiento, si no que lo ampliaban, pues eran pioneros, investigadores y lo que hoy llamaríamos auténticos creadores de contenido.

Hoy las cosas son muy distintas. Y puede que el hecho de que se haya democratizado el conocimiento, haciendo accesible a casi la práctica totalidad de la sociedad la cultura y la educación, en cierto modo eclipse o difumine los potenciales talentos que en otras épocas más vírgenes, hubiesen destacado.

Con el paso del tiempo, ha habido una tendencia casi natural hacia la especialización. Es cierto que el crecimiento del conocimiento ha sido exponencial en los últimos siglos, y es impensable pretender abarcar hoy todo el conocimiento en un solo cerebro, por excepcional que este sea. Pero la formación excesivamente especializada en detrimento de un conocimiento de carácter más generalista tiene sus riesgos.

Sin tener que retroceder tantos siglos, a mediados del siglo XX, un arquitecto o un ingeniero tenían un conocimiento y una visión general que les permitía resolver problemas de una cierta envergadura con solvencia y con bastantes menos medios y recursos de conocimiento de los que hoy disponemos. Hoy, parece casi una quimera hacer una caseta de perro sin que tengan que intervenir una docena de especialistas en eficiencia energética, acústica, gestión medioambiental, gestión de residuos, un project manager y 3 interioristas expertos en virtualización y realidad aumentada. Al final parece que tendemos a un modelo social tipo hormiguero, en el que cada cual es un eficiente ejecutor de su tarea específica, ayudado por la automatización y digitalización de tareas.

Creo que en el medio está la virtud. Es necesario un conocimiento específico en una materia en la que ser experto, pero sobre una buena base de formación generalista que nos permita una visión global de los problemas, y en caso de que se produzca un apagón digital, nos permita al menos saber cosechar patatas.

El gramaje del cartón

El gramaje del cartón

“no existen normas que regulen el gramaje del cartón, la superficie mínima de los solapes o el grosor de la manta

En estos fríos meses de invierno, en los que casi todos nos pasamos el día deseando llegar a casa para pegarnos a la estufa, el radiador, la mesa camilla o la manta de algodón de turno, el confort en el hogar se manifiesta con especial relevancia a pesar de tratarse de uno de los temas principales de la vivienda. Aislantes térmicos de lana de roca, sistemas activos de climatización, estrategias de diseño enfocadas a orientar los huecos a las fachadas perfectas para conseguir la luz ideal en invierno y en verano, cubiertas vegetales con una capa de tierra de 60 cm que, por sí sola, resuelve toda la inercia térmica necesaria para cualquier cerramiento, y un sin fin de soluciones constructivas y múltiples estrategias de arquitectura que hacen de la vivienda una máquina de habitar.

Ahora bien, todo este compendio de condiciones, amablemente recogidas en el Código Técnico de la Edificación con una cantidad ingente de normativas que buscan el bienestar del usuario, se convierten en papel mojado, incluso con agua fría, para aquellos que sus prestaciones térmicas se ven reducidas a un cartón tirado en el suelo. En estos casos, no existen normas que regulen el gramaje del cartón, la superficie mínima de los solapes o el grosor de la manta. En estos casos, todo vale.

Es curioso ver cómo la mayoría de administraciones, preocupadas únicamente por su propia responsabilidad en el cumplimiento normativo, solo prestan atención a lo que pone en un papel obsoleto redactado en 1998 sin preocuparse por la realidad física de cada situación. Los promotores, solo miran cada céntimo que puedan ahorrar en la construcción para ajustar sus márgenes de beneficios. Las constructoras buscan soluciones sencillas y baratas que no les provoquen problemas. Y las aseguradoras, a pesar de enviarte una amplia póliza por correo, siempre buscan la excusa perfecta para echar balones fuera y no reparar una gotera en el muro que llena de humedad el ambiente del salón. Pero a ninguno le interesa el gramaje del cartón de aquel que, lamentablemente, tiene que dormir en la plaza más céntrica de la ciudad. Nadie va a sacar dinero de esta persona, así que, su confort térmico no le importa a nadie. Solo a él que, a falta de cuatro paredes y un techo para calentarse, termina optando por vino tinto de cartón y colillas de cigarros recogidos del suelo para pasar las frías noches de diciembre acompañado lomo con lomo con su mascota.

Una ballena en el salón

Una ballena en el salón

“¿Por qué las mesitas de noche tienen que tener forma de mesitas de noche? ¿Por qué no pueden tener forma de elefante?

Algunas veces me pregunto, ¿por qué las mesitas de noche tienen que tener forma de mesitas de noche? ¿Por qué no pueden tener forma de elefante? Y sobre todo, ¿por qué las mesitas de noche son como son? Indudablemente existen varias razones que llevan a cualquier cosa a adaptarse a una forma concreta: su uso, su materialidad, la economía de medios, o incluso la imagen preconcebida que tenemos de mesita que las hace más reconocibles y que ayudan a las marcas a desarrollar su catálogo de productos. Necesitamos que sea pequeña, que encaje a ambos lados de la cama, que su altura no supere la almohada para no partirnos el brazo a la hora de apagar el despertador cada mañana. Necesitamos que tenga una superficie plana donde acumular libros que no leemos y velas que no encendemos, y si encima tiene un par de cajones donde guardar ropa interior… ¡La tenemos! La mesita de noche definitiva. 

La geometría de la mesita es solo el conjunto de líneas, planos, puntos y ángulos que definen su expresión exterior, su forma intrínseca, lo que percibimos con nuestra visión y nuestro tacto. Consiguiendo definirla y cosificarla hasta el extremo. Adquiriendo una identidad propia y dotándola de unas características particulares para ser distinguida y semejada a sus hermanas mayores, la mesa del comedor, la mesita del café o el escritorio de la oficina. Todas ellas con una superficie plana y cuatro patas.

Cuando encontramos el denominador común de todas ellas es cuando interiorizamos que una mesita de noche no puede tener forma de elefante pero, ¿por qué no? Un elefante tiene 4 patas y una superficie más o menos plana en su lomo. Podríamos ponerlo de mesita de noche y que su trompa fuese un extensible para encender una lamparita por las noches. 

El denominador común de la gran mayoría de viviendas coincide en la presencia de un suelo, un techo y cuatro paredes. Así que, podríamos tener una ballena en el salón. Incluso podríamos tenerla suspendida en el techo, es más, podría ser parte del propio techo. ¿Por qué no? El cielo del gimnasio del Colegio Maravillas de Alejandro de la Sota parece la barriga inflada de una ballena azul después de tragarse a Pinocho y toda su embarcación. Tensa el espacio a la vez que resuelve las luces de las aulas superiores mediante cerchas.

La última obra reciente terminada de Aires Mateus rescata esta idea de la ballena con doble función para diseñar una piscina en cubierta que cuelga en el salón invitándonos a pensar en el elefante y la mesita.

La grandeza de lo pequeño

La grandeza de lo pequeño

“La arquitectura cotidiana no solo ofrece un refugio físico, sino que también actúa como un catalizador para las interacciones humanas

Vivimos en una realidad en la que la grandeza a menudo se mide en metros cuadrados y alturas vertiginosas. Pero esto no siempre es así. Existe una belleza única en la arquitectura que abraza lo modesto, lo simple, lo que forma parte de nuestra vida diaria.

En las ciudades grandes y bulliciosas, a veces en rincones escondidos nos topamos con alguna agradable sorpresa. Un apartado banco en la esquina de algún parque, una pequeña cafetería de barrio,  o una librería modesta que no destaca ni por su tamaño ni por tener un grandioso escaparate sino por su capacidad para tejer historias. La arquitectura cotidiana no solo ofrece un refugio físico, sino que también actúa como un catalizador para las interacciones humanas.

Esta semana pasada, deambulando por las calles del centro de Madrid, me topé con uno de esos espacios. Al comienzo de la calle de Hortaleza, casi desembocando en la Gran Vía, hay una diminuta librería de libros de segunda mano. Lo cierto es que el frío, el alumbrado navideño y el bullicio me empujaron a adentrarme en ella casi sin pensar en por qué lo hacía. Con un cuidado extremo, pues se encuentra abarrotada de libros, colocados muchos de ellos en un perfecto equilibrio inestable me fui introduciendo en el angosto local. Fue una sensación curiosa. Una luz tenue y cálida; un silencio potenciado por el contraste de los urbanos decibelios de la noche madrileña, y una paz gobernada por la presencia del librero que, como en un estado atemporal, coloca libros en estanterías y parece organizar algún tipo de inventario.

Aprovechando mi casual entrada a la librería con olor a viejo, me puse a mirar libros y tomos con la agradable sorpresa de encontrar algunos que conocía, y que andan por alguna estantería en casa de los abuelos. Puede parecer una completa estupidez, pero me apetecía decirle al librero, con un ridículo orgullo, eso de “este lo tengo”. El librero, acostumbrado a ver pasar por allí a tanto curioso y a tanto cazador de tesoros y reliquias, con una sonrisa en su cara me miró por encima de sus gafas de cerca con esa expresión de ”lo sé”, que hizo innecesario cantar victoria.

Aquí lo pequeño y cotidiano es medianero con lo monumental y grandilocuente. La Gran Vía, con sus fastuosas fachadas y sus rótulos luminosos saca pecho. Y en esa tensión permanente, la ciudad se agita, palpita, respira y a la vez descansa. 

Una casa en la playa

Una casa en la playa

“Plantear algo totalmente disruptivo o mimetizarse con los planteamientos iniciales

Hace ya algún tiempo, cayó en nuestro estudio un encargo de esos que ilusionan a la vez que suponen un reto por su singular ubicación y por el desafío de actuar en una vivienda ya existente con unas cualidades arquitectónicas propias de los años 60. Una casa que descansa sobre un pequeño acantilado y a los pies de una playa con cierta afluencia en los meses de verano que, hoy en día sería inimaginable por exigencias de la actual ley de costas. La casa cuenta con unos amplios espacios interiores por ordenar y unos requerimientos programáticos abiertos a la vez que pautados. 

Emprendemos el reto con la firme convicción de devolver la vida a unos espacios que han sido tan disfrutados a lo largo de varios años por tantas personas pero que, ahora, necesitan cierto maquillaje para actualizarla a las necesidades de nuestro tiempo. El proyecto original afianza su esencia en una arquitectura mediterránea, perfecta para la línea de diseño que tanto estamos acostumbrados por la geografía de la gran mayoría (sino todos) de los trabajos que realizamos. Sin embargo, esta vez llega a resultar incluso abrumador por la maestría de la edificación preexistente que puede llegar a eclipsar cualquier intervención propuesta. ¿Plantear algo totalmente disruptivo o mimetizarse con los planteamientos iniciales? En este caso parece estar clara la opción exitosa pero, siempre puede haber un camino intermedio, un enfoque que consiga aglutinar ambos mundos, una vivienda mediterránea vernácula que destaque por conseguir desnudar la esencia de su proyecto inicial agarrándose en aquellos gestos arquitectónicos propios y singulares que la caracterizan, en este caso, la belleza estética de las tradicionales esquinas redondeadas de tantas viviendas encaladas en blanco que pueblan casi todas las orillas del Mar Mediterráneo.

Encontrar un elemento que consiga ser el hilo conductor de todo un proyecto no es nada fácil y mucho menos que resuelva de manera elegante todos los problemas derivados de una reforma de estas características. No obstante, en este caso, resulta obvio, y de ahí la responsabilidad de tocar las teclas adecuadas en el diseño para que la suavidad de la curva impregne con su esencia orgánica todos los ambientes, llevando incluso al interior este gesto que tanta ligereza, paz y armonía consigue transmitir. El hilo conductor de una idea es solo eso, un hilo, pero que podemos llegar a curvar para que, una de una tacada, fundir tradición, función y belleza. 

El pabellón de invitados

El pabellón de invitados

El albañil levantaba muros, y ejecutaba según lo acordado hasta la siguiente visita sin saber muy bien qué estaba haciendo exactamente

Un proyecto es algo vivo. No se cierra en el momento en el que se encarpetan los planos y se envían a visado o se entregan al cliente. Y esto a pesar de que uno se esfuerce hasta lo impensable en el trabajo para dejarlo pensado, resuelto,  y bien atado. 

Cuando uno comienza su andadura profesional está cargado de suficiencia y convencido de haber llegado al escenario con la batuta de director dispuesto a reformarlo todo, siempre claro está, desde una posición de falsa humildad. Se está en el pleno convencimiento de que uno lo puede controlar y prever todo, para como no puede ser de otra manera, a través de un proyecto perfecto, obtener ese resultado impecable.

Pero cuando llega la hora de materializar ese proyecto perfecto, se tarda poco en comprender que uno está en un profundo error. El castillo comienza a temblar desde los cimientos y más pronto que tarde será necesario tragarse el orgullo y pedir ayuda para salvar los muebles. Tal vez este relato sea un tanto dramático, pero estoy convencido que salvo uno o dos iluminados, que de todo tiene que haber,  casi todos los que nos dedicamos a proyectar, hemos pasado por ello.

Aún recuerdo una clase magistral del afamado arquitecto Carlos Ferrater, en el que nos contaba como había diseñado y construido un pequeño pabellón de invitados en su vivienda de Menorca. Todo sin un solo plano o dibujo. Hacía visitas cada quince días a la casa y en ese día le daba las instrucciones exactas al albañil de la labor que tenía que construir esa quincena. Ni un detalle, ni un comentario más. El albañil levantaba muros, y ejecutaba según lo acordado los tajos hasta la siguiente visita sin saber muy bien que estaba haciendo exactamente y cuál sería el resultado final. En aquella clase nos contaba que ni él tenía del todo claro a donde acabaría llegando exactamente, más allá del concepto global. Y esto en cierto modo es el caso extremo de proyecto vivo hasta sus últimas consecuencias. El resultado, huelga decir que es espectacular.

La obra forma parte del proyecto y eso es bueno para el resultado. Con un buen control la ejecución sirve al proyecto, lo mejora y lo enriquece, pues abre el campo al contacto con la realidad y se nutre de las experiencias de los que intervienen en el proceso. La experiencia te engrasa y te prepara para moldear las ideas que de partida se muestran rígidas e inflexibles. El proyecto madura y se completa. Nunca se cierra. 

Échale tierra

Échale tierra

“Porque prácticamente todo lo que el ser humano consigue destapar, en algún momento es destruido.

A unos 15 kilómetros al nordeste de la ciudad de Sanliurfa, Turquía, nos encontramos con uno de los hallazgos arqueológicos más impresionantes de la historia, al menos, el que mayor preguntas suscita y que, su concepción y entendimiento, podría cambiar por completo el relato tradicional de la historia conocida. Se trata de Göbekli Tepe, una antigua construcción que a día de hoy se data entre los años 9600 y 8200 a.C. y que, difícilmente, podemos categorizar como ruina porque de hecho, no está en ruinas. Se preserva casi a la perfección debido a un hecho relativamente insólito: el complejo fue enterrado deliberadamente bajo cientos de metros cúbicos de tierra que lo han conseguido preservar durante más de 10.000 años.

Numerosos pilares megalíticos en forma de T de más de tres metros de altura se mantienen en pie como el primer día a pesar de los miles de años transcurridos y la infinidad de guerras que han poblado este mundo desde entonces. Escondidos, tapados, ocultos esperando a que alguna civilización futura los descubra, o al contrario, esperando a no ser descubiertos jamás. Porque prácticamente todo lo que el ser humano consigue destapar, en algún momento es destruido. La Acrópolis de Atenas ha sido saqueada por todas las culturas que han pisado Grecia, desde los romanos hasta los ingleses. Incluso fue víctima de un incendio provocado por los persas. Cuestiones que seguramente podrían haber sido evitadas si su ubicación no manifestara su gran poderío en lo alto del monte Licabeto. 

Göbekli Tepe ha sobrevivido enterrado bajo tierra y ahora nos da la posibilidad de descubrir si realmente el Neolítico fue tal y como lo imaginamos o si, por el contrario, civilizaciones con distintos niveles de desarrollo convivieron en armonía alrededor de todo el planeta. Nos permite replantear si el origen de la arquitectura propuesto por Laugier con su teoría de la cabaña primitiva es mucho más antiguo de lo que pensamos y si, esos primeros palos que formaron una choza, pasaron a ser pilares de piedra tallados donde apoyar un techo de madera mucho antes de lo que creíamos.

Sin embargo, lo que sí podemos asegurar sin miedo a equivocarnos es que algunas cosas es mejor dejarlas donde están, es posible que algunas de las ruinas más importantes de la historia de este planeta se conserven mejor a cientos de metros bajo tierra que en las vitrinas de un museo en Londres. 

Brasilia con doble de queso y patatas

Brasilia con doble de queso y patatas

“Proyectar es un esfuerzo creativo complejo que exige entender el lugar, y esto a veces entra en conflicto con el genio creativo

¿Ha de ser el lugar un parámetro determinante para la arquitectura? Más allá de los evidentes condiciones geométricas, como puedan ser la forma del solar, su tamaño y la topografía, el carácter o la esencia del entorno y el lugar son el punto de partida de todo proyecto arquitectónico. Al menos así nos lo metían años tras año hasta en la sopa en la escuela de arquitectura. El edificio no puede ser ajeno a su entorno. Ha de dialogar con él. Puede mimetizarse y no hacer ruido, o por el contrario desafiar con estridencia y provocación, pero en cualquier caso, cada proyecto ha de ser único y para el lugar en el que se asienta y ha de responder a un sentido de implantación.

Esto requiere de un esfuerzo creativo complejo, de mucha reflexión y de algo de humildad, pues hay que leer el lugar y lo que este demanda, lo que en ocasiones entrará en conflicto con las expectativas del genio creativo.

Cierto es que el mundo está lleno de grandes ejemplos de la arquitectura clásica en la que esto aparentemente no era así. Sin ir más lejos, nos podemos encontrar decenas de templos griegos y romanos que obedecen a unas estrictas reglas de composición arquitectónica, que modulan bajo el lenguaje de los órdenes clásicos un conjunto de tipologías que pudieran ser intercambiables. En el fondo eran un poco como las franquicias de hoy. Cada villa encargaba su templo, su logia y su terma. Los Ikea de la época, pero en alabastro y con capiteles.

Hace unos días he tenido la ocasión de visitar uno de esos lugares que me ha hecho reflexionar sobre estas cuestiones. Al borde de la ribera este de la Ría de Avilés se sitúa el Centro Niemeyer. Este inmenso palacio de congresos y centro cultural se construye al regalar el arquitecto Oscar Niemeyer el proyecto al principado tras ser galardonado con el premio Príncipe de Asturias en 1989. El complejo se edificó entre los años 2008 y 2012, y fue terminado cuando el arquitecto aún vivía, pero dado que tenía 103 años no pudo asistir a su inauguración. Este arquitecto brasileño, es uno de esos maestros de la arquitectura internacional que ha dejado su impronta en el mundo. Pero en este caso, esta obra en mi opinión es un homenaje en sí misma y a sí mismo. Bien pudiera estar en Avilés, que en Oviedo, Gijón o Granada si los premios fuesen los Príncipe Nazarí. El efecto hubiese sido el mismo. Y desde el más absoluto respeto al arquitecto, en mi opinión, esto chirría. Es como una pequeña Brasilia, pero del Aliexpress.

Vivir en tu obra

Vivir en tu obra

Quiso ser parte de la experiencia, como un proceso de aprendizaje y autocrítica de cara a futuros proyectos

Luis Barragán, uno de los principales emblemas de la modernidad de todo México, construyó su vivienda en 1948 y vivió felizmente en ella hasta el día de su fallecimiento en 1988. Se sentía tan cómodo que no hizo ninguna mudanza en esos 40 años. En su casa-estudio tenía todo lo que necesitaba: su hogar, su trabajo, zonas íntimas y zonas públicas, incluso llegó a comprar la parcela de enfrente para diseñar un jardín donde pasear por las mañanas. 

A lo largo de la historia, muchos han sido los arquitectos que han tenido la posibilidad de diseñar su propia casa, viviendas construidas ex profeso para sus propias necesidades. Le Corbusier levantó una pequeña cabaña en Roquebrune-Cap-Martin, Niza, para disfrutar de sus últimos días de vida frente al mar, Frank Lloyd Wright pasó gran parte de su vida en Taliesin, ubicado en Spring Green, Wisconsin, donde vivía y trabajaba junto a cientos de discípulos. Sin embargo, Mies Van der Rohe se alojó durante un tiempo en uno de los apartamentos del complejo de torres de Lake Shore Drive en Chicago. En este caso, no se trataba de una vivienda diseñada específicamente para él, sino más bien todo lo contrario, se alojó en una de los apartamentos que promulgaban un estilo de vida moderno muy dispar de lo convencional de aquella época, un rascacielos de acero y vidrio. Una forma de vida atrevida y que reflejaba su compromiso con los principios modernos y la vida urbana contemporánea. Quiso ser parte de la experiencia, como un proceso de aprendizaje y autocrítica de cara a futuros proyectos. Afortunadamente siguió trabajando en sus principios y consiguió desarrollar una arquitectura que, a día de hoy, es parte indispensable de la historia.

Pues bien, salvando drásticamente las distancias, me encuentro en un punto parecido al de Mies. Debido a circunstancias de la vida, dentro de un tiempo comenzaré a ocupar uno de mis proyectos construidos más importantes, tratándose curiosamente de mi ópera prima. Con apenas 27 años tuve la oportunidad de diseñar dos viviendas pareadas de promoción privada, sin conocer quienes serían los habitantes de esos espacios. Y, tras 5 años repletos de vida, el inquilino de una de las viviendas se ve obligado a mudarse de ciudad, dejándome la posibilidad de disfrutar o sufrir los conceptos arquitectónicos intimistas que tanto promulgaba en esa época. Estoy emocionado y acojonado al mismo tiempo.

Proyecto Hail Mary

Proyecto Hail Mary

La gravedad moldea y dimensiona nuestro espacio. Somos lo que la gravedad nos permite ser

Acabo de terminar de leer la última novela de Andy Weir, y he de reconocer que me ha tenido enganchado hasta el final. Este autor se hizo bastante popular con su novela de 2011 “El Marciano”, gracias en gran medida a que fue llevada al cine por Ridley Scott bajo el título de “The Martian”. Ambas novelas pertenecen al género denominado ciencia ficción dura, que viene a ser algo así como un subgénero de la ciencia ficción que tiene una importante carga científica, y que por ende, plantea un futurible que puede ser hipotéticamente posible con una evolución tecnológica adecuada. Aquí no tienen cabida las batallas de Star Wars en las que los disparos suenan en el vacío, las naves derrapan en el espacio o la gravedad es estable constante y uniforme hasta en una nave en órbita. 

Este tipo de subgénero presenta múltiples capas, y suelen tener una importante carga filosófica y existencial. En ellas, la búsqueda de respuestas o el planteamiento de problemas de especie a los que tarde o temprano nos enfrentaremos, están por encima de la aventura o del camino del héroe que el personaje acabará llevando a cabo. Es un invariante en este subgénero.

El título de Proyecto Hail Mary, que traducido sería Proyecto Ave María, viene de una expresión deportiva americana que se emplea para referirse a esa jugada a la desesperada que se intenta como último recurso para acabar un partido que está casi perdido, y que si sale bien, acabará siendo épica. Ese lanzamiento desde el propio campo que se encesta sobre la bocina cuando se va perdiendo de dos. Pues sin dar más detalles para no destripar la novela, de eso va proyecto Hail Mary.

Y en el desarrollo de la historia, el autor hace coincidir al protagonista con un espécimen extraterrestre, que proviene de otro mundo, en el que las condiciones son absolutamente distintas a las de la tierra. Aparte de una atmósfera, una presión o una temperatura incompatibles para la vida humana, la gravedad de esta “supertierra” es dos veces la gravedad terrestre.

Pensando en ello y en las implicaciones que tiene para la vida, estas cuestiones condicionan no solo nuestra fisiología, tamaño y morfología, si no que determinan la forma de la arquitectura y de los espacios urbanos. ¿Cómo serían las ciudades en un entorno de baja gravedad? Las edificaciones podrían ser el triple de altas al mismo precio. Podríamos subir peldaños más altos, los voladizos estructurales podrían ser de 8 o 9 metros fácilmente… La luna no está tan lejos.

El premio de los arquitectos: La Arquitectura

El premio de los arquitectos: La Arquitectura

Aquello tan indescriptible que los seres vivos llamamos alma, pero que, en el mundo material, llamamos arte

Esta semana se ha celebrado la entrega de los premios Arco que organiza el Colegio Oficial de Arquitectos de Almería de manera bianual para premiar las mejores obras de arquitectura de la provincia. Sin embargo, en esta ocasión, se ha celebrado una gala conjunta de los últimos 4 años y por lo tanto, han sido numerosas las obras presentadas teniendo que competir en apenas 3 amplias categorías. Proyectos de todo tipo, desde gigantescos edificios plurifamiliares hasta la reforma de un pequeño local se han visto las caras en la exposición de los trabajos que, a día de hoy, aún se pueden visitar en la sede del Colegio. 

Independientemente del merecido reconocimiento al ganador absoluto de la noche, Alberto Campo Baeza, por su casa de Mojácar y de los discursos de las autoridades competentes, la noche de la gala nos invita a reflexionar acerca del papel de la arquitectura en la sociedad. Resaltando la importante y desconocida labor que realizan un reducido número de arquitectos que, únicamente, se mueven por el amor y la pasión. 

Impulsados por su entusiasmo hacia un arte que consigue llegar directamente al corazón de las personas, siempre que se consiga tocar las teclas adecuadas. Estos artistas trabajan sin cesar pero no inventan nada, solo transforman la realidad. Y aunque los arquitectos no sean alquimistas, sí que utilizan la química, la metalurgia, la física, la filosofía, la astrología e incluso el espiritualismo y el arte para transformar millones de toneladas de piedra en las pirámides de Giza.

La arquitectura es la profesión más bella del mundo porque trata de levantar las obras más preciosas que el hombre pueda llegar a imaginar para, posteriormente, regalarlas a la sociedad de manera desinteresada. Simplemente por el entusiasmo de aportar un granito de arena a esta línea infinita que hoy en día llamamos historia.

Desde Vitrubio hasta Le Corbusier, el amor por la arquitectura ha sido el motor que ha conseguido alimentar un oficio que, a priori, debería moverse únicamente por la necesidad, es decir, por el requisito indispensable de no morir de frío en invierno mientras duermes. Pero sin embargo, en algún momento se elevó hacia algo más. Cuando la firmitas y la utilitas quedaron resueltas, llegó el auténtico soplo de magia, aquello tan indescriptible que en los seres vivos llamamos “alma” pero que, en el mundo material, llamamos “arte”.

Rebobinar antes de devolver

Rebobinar antes de devolver

Cuando la arquitectura es un personaje de la historia y no un mero telón de fondo

Hay algo en la figura de Quentin Tarantino que me resulta fascinante. Tengo que reconocer que soy incapaz de abstraerme del prejuicio y la imagen tal vez distorsionada por la leyenda, de un pasado sórdido y cutre, forjado entre los pasillos de un videoclub de pueblo. Tal vez un chico inadaptado, con una inteligencia fuera de rango, y por ende fuera del sistema reglado, que absorbía cine por todos los poros de su piel hasta reventar el WHS. Espagueti westerns setenteros, la filmografía completa de Bruce Lee, o torres de cintas de serie B no conseguían acumular demasiado polvo si caían en sus manos, y que acabaron convirtiéndose no solo en referentes si no en el auténtico leitmotiv de su variada filmografía.

Un rebelde, un nadador a contracorriente sin un padrino poderoso que, a base de trabajo, formación en gran parte autodidacta, tesón y fortuna consiguió poner una pica en Flandes, California. Pronto se descubriría su talento para narrar y contar historias.

En las historias de Quentin, los lugares y la arquitectura, tienen un papel primordial. No son solo fondos. Son como personajes que influyen en los protagonistas y en la trama. Desde sus primeras obras hasta sus últimas cintas, la arquitectura está presente de una forma profunda y nada accesoria. No es el único desde luego, pero sí uno de los mejores en ello. El almacén claustrofóbico de Reservoir Dogs sobrepasa el nivel de mero recurso para lograr una atmósfera tensionada. El restaurante Jack Rabbit Slim’s de Pulp Fiction no es solo un lugar para cenar; la decoración y las mesas de coches clásicos añaden una capa extra a la conversación entre Vincent Vega y Mia Wallace. Es casi como si el lugar estuviera participando en la charla. Algo parecido sucede con la escena del restaurante de Kill Bill, para mí una de las escenas más épicas de lucha samurái rodado casi en plano secuencia en la que una escuálida Uma Thurman se enfrenta a los 88 maníacos.

Este lugar que no es un artificioso decorado si no un restaurante real de Tokio, algo tuneado para la película por supuesto, alcanza a mi modo de ver la categoría de personaje. El marcado simbolismo y la “personalidad” que se le otorga al edificio le hace ser un miembro más de la yakuza. De la geometría regular y nobles maderas del interior en el que se desarrolla el brutal combate sin piedad, al níveo y sofisticado jardín Zen del desenlace final en el que el honor y el respeto al enemigo centran toda la atención. Pura magia. Pura arquitectura.i

La plaza «de la» Catedral

La plaza «de la» Catedral

“De igual si antes era una iglesia, un cine o un mercado, lo importante es que las personas se sientan cómdas en su interior

En un pequeño pero precioso pueblo del interior de Andalucía se encuentra la única iglesia construida encima del cauce de un río de toda Europa. Se trata de la Iglesia renacentista de Santa María en Cazorla, situada en un entorno natural idílico, protegida por las imponentes paredes de las montañas de Sierra de Cazorla, Segura y las Villas, que parecen abrazarla como una madre agarra a su recién nacido para que no se desnuque el cuello. Sin embargo, esta interesante construcción sí que sufrió un percance antes de tan siquiera ser terminada “como Dios manda”. Una terrible tormenta e inundación en 1694, derribó parte de los trabajos realizados hasta la fecha y dejó en ridículo la importante obra de ingeniería que canalizaba el río Cerezuelo por debajo de la iglesia mediante un sofisticado sistema de bóvedas.

Tras un último intento de reconstrucción, el edificio quedó totalmente abandonado debido a una serie de incendios causados por los franceses en 1811 y que afectaron a una gran parte del pueblo. Así que, a día de hoy, lejos de ser una iglesia al uso, nos encontramos con unas ruinas más cercanas al foro romano que a la parroquia de nuestro barrio. Apenas podemos apreciar el ábside y una de sus torres terminada. El resto son las simples trazas de lo que algún día los cazorleños soñaron en construir. Eso sí, se siguen manteniendo en pie parte de sus cuatro paredes que contienen un espacio abierto al cielo en un enclave asombroso a la vez que peculiar. Lo que hace de estas ruinas una verdadera joya urbana.

Nunca hubiera imaginado que si le quitas la puerta y la cubierta a una catedral, se convertiría inmediatamente en una plaza pública. Y eso es lo que le ha sucedido a Santa María. Actualmente es un lugar donde los niños corretean, los habitantes de Cazorla se sientan en la base de sus pilares para ver el sol caer y donde miles de turistas pasean asombrados esperando su turno para el tour guiado por las catacumbas por donde sigue discurriendo el río. El urbanismo es una de las pocas cuestiones arquitectónicas verdaderamente orgánicas, donde el tiempo pone a cada uno en su sitio, dejando ciudades planificadas totalmente desiertas y en desuso y a ruinas de cuatro piedras como verdaderos ejes neurálgicos repletos de vida. Al final, una plaza siempre es un espacio abierto pero contenido, situado en un entorno urbano, da igual si antes era una iglesia, un cine o un mercado, lo importante es que las personas se sientan cómodas en su interior.

Vanitas vanitatum…

Vanitas, vanitatum…

“Para al arquitecto, por definición, ser vanidoso donde lo haya, llega a ser traumático despegarse de su proyecto 

Se hace duro para el arquitecto aceptar y asumir que nada es eterno. Y es que por nuestra propia naturaleza existencial, nos movemos en el campo intelectual de lo voluble que se proyecta en una materialización imperfecta sometida a las leyes de la existencia. Es algo así como el camino iniciático de la vida que comienza en limbo sensorial del útero materno y que se da de bruces con la abrasiva y angustiosa primera bocanada del traumático alumbramiento. 

El inexorable paso del tiempo, la degradación y el desgaste, los cambios de condiciones o el hastío y el desprecio del olvido, tarde o temprano acaban llegando. Hay honrosas excepciones que confirman la regla, pero ni ellas estarán libres de sucumbir tarde o temprano a la reordenación atómica de un ciclo infinito… o sin ir más lejos, a las cambiantes modas.

Para el arquitecto, por definición ser vanidoso donde los haya, llega a ser traumático despegarse de su proyecto. Esa creación mental forjada a golpe de esfuerzo interior, auto idealizada hasta el límite, a veces trazada sobre un discurso coherente; otras tantas construida sobre un armazón de autocomplacencia que permita justificar la adicción al propio ego. Llega un momento que esta ha de ser explicada, justificada, y vendida para posteriormente, y en el mejor de los casos ser levantada en el imperfecto mundo real.

Y aquí nos encontramos en la encrucijada de un camino que obliga al arquitecto a posicionarse. Mantener la ficción hasta donde me dejen, a ser posible al menos hasta que llegue el fotógrafo e inmortalice para la posteridad desde ese ángulo y solo ese, esta oda la inmortalidad, o asumir que el camino continúa, y que la gestación es solo una etapa más de un proceso imperfecto lleno de retos, que no terminará hasta la total degradación de lo que un día quiso ser y no fue.

Puede parecer exagerado, pero hay arquitectos que llevan muy mal que sus “hijos” vuelen del nido. Revisitan una y otra vez sus obras más emblemáticas y alimentan su úlcera al comprobar que alguien ha movido de sitio el sofá del rincón que a las cuatro de la tarde era bañado por ese fotogénico y casi pornográfico rayo de sol. Vanitas vanitatum et omnia vanitas… o lo que es lo mismo, no hay nada más efímero que pretender trascender el tiempo con una creación en un mundo cambiante en el que la significación no depende de uno mismo, ser perfecto donde los haya, si no de pobres mortales con voz y voto.

De arquitecto a pintor

De arquitecto a pintor

“¿Qué vas a aprender de un profesor de pintura? Si ninguno sabe pintar mejor que tú.

La semana de la arquitectura, que suele dar comienzo todos los años a partir del primer lunes de octubre, es una oportunidad perfecta para difundir, en la medida de lo posible, esta bella disciplina, arte o profesión. Para algunos, se trata de la forma de expresión artística más elevada posible, para otros, una simple forma de ganarse la vida, pero para el gran público, solo es ese personaje silencioso que le acompaña durante toda su existencia, materializado en suelos, techos y paredes. 

Este año, aprovechando este día tan singular, el arquitecto y pintor Andrés García Ibañez, ha sido nombrado colegiado de honor en el Colegio Oficial de Arquitectos de Almería y su discurso ha sido emotivo a la par que inspirador. A pesar de no haber estado colegiado ni haber ejercido plenamente la profesión a lo largo de toda su trayectoria, su sobresaliente trabajo ligado al resto de artes plásticas le hacen más que valedor del pin dorado en su chaqueta. 

Comenzó narrando por qué decidió estudiar arquitectura a pesar de que, desde muy pequeño, ya tenía claro que la pintura era su verdadera vocación. Su tío le insinuó que seguramente la arquitectura sería la pata necesaria para que un chico con tantas inquietudes artísticas pudiera desarrollarse a todos los niveles con una capacidad crítica y que a la vez le hiciera crecer como persona. Y por supuesto, le planteó la eterna muletilla de: “¿Qué vas a aprender de un profesor de pintura? Si ninguno sabe pintar mejor que tú.” A lo que Andrés simplemente contestó: vale.

Así que decidió trasladarse a Navarra para embarcarse en una de las carreras universitarias más complicadas y, lejos de dejarse llevar por la multitud de cuestiones técnicas, aprovechó la relación de la arquitectura con el placer estético para empaparse de todas las disciplinas que pudieran servir a su verdadera pasión. Se mantuvo firme en sus convicciones y siguió su camino con paso firme entrenando y fortaleciendo la muñeca, sin dejar de dibujar y pintar en ningún momento.

La arquitectura es un arte tan amplio que puede llegar a emocionar a carpinteros, músicos, administrativos, pintores o a tu abuela Juana que disfruta cada día del frescor de su patio interior en la casa del pueblo en la que pasa todos los veranos junto a sus nietos correteando por el salón. Goza de tantas lecturas como lectores la asimilen y, para bien o para mal, todos los que vivimos en sociedad estamos rodeados por el mayor arte que se ha inventado hasta la fecha.

Look left

Look left

“La esencia de esta oxidada y herrumbrosa metrópolis se presta muy bien a este juego de ciencia ficción y misterio

En el crepúsculo de la era victoriana, cuando las sombras se alargan sobre unas húmedas calles adoquinadas, emerge una ciudad diferente que se sumerge en las aguas de la imaginación y resurge envuelta en vapor y bronce. Es el Londres steampunk. Una creación literaria e imaginaria que convierte a la capital británica en un espectáculo de grandiosidad y asombro, donde la tecnología y la estética del siglo XIX se entrelazan en una danza mecánica.

A pesar de ser algo ficticio, la esencia de esta oxidada y herrumbrosa metrópolis se presta muy bien a este juego que la literatura de la ciencia ficción y el misterio han sido tan bien llevadas a la gran pantalla.

Y es que Londres tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en la auténtica capital del género. Un pasado industrial siderúrgico y mecánico, cimentado en un imperio que actuaba de intercambiador entre América, África y Asía, y una arquitectura victoriana y eduardiana con una pátina de neoclasicismo de ladrillo y baldosa tiznados del carbón del progreso. Ferrocarriles, túneles y callejones, máquinas de vapor, gloriosas construcciones neogóticas con afiladas agujas, lámparas de gas, tabernas y bazares chinos. Un auténtico crisol que genera una atmósfera intoxicante de aventura.

Harry Potter, La Liga de los Hombres Extraordinarios, Sherlock Holmes, o la Brújula Dorada, son algunos ejemplos en los que de una forma más o menos directa, este Londres es un personaje más de la historia. Y en todos ellos, a pesar de estar ambientados en épocas y universos tan distintos Londres aparece casi inalterable y eterno.

Esta ciudad ha inspirado obras literarias donde la realidad se funde con la fantasía. Es una invitación a un viaje en el tiempo y la imaginación, donde el pasado y el futuro convergen en una sinfonía de engranajes y vapor. A Londres le sientan bien la niebla, los dirigibles, los relojes y los coches de época.

Y si uno la visita, y más ahora que el high-tech ha ganado presencia con los últimos rascacielos que redefinen su skyline, puede sentir esta atmósfera paseando por el Soho, o por cualquier callejón en las inmediaciones del Covent Garden. La verdosa cúpula de la catedral de San Pablo, el museo de historia natural,  el glorioso Big Ben de las casas del Parlamento, las chimeneas de la Tate Modern o el andén nueve y tres cuartos de la estación de King´s Cross… Londres rezuma Steampunk por todas sus costuras.

Lo bello y lo sublime

Lo bello y lo sublime

“por muchas imágenes que viese, no existe nada igual a tu presencia física en el lugar

Existen ciertos momentos en la vida de cualquier persona, bien sea a los 27 o a los 87 años, en los que, por unos segundos, el tiempo se detiene. El mundo corre alrededor tuya, pero tú te ves paralizado y absorto en algo muy concreto. Podríamos llamarlos momentos de felicidad plena, de pánico absoluto o de impacto ante un hecho sorprendente. Realmente se trata de una sensación que puede llegar a producirse por muy diversos factores, sin embargo, hay algo que los une a todos ellos y no es, ni más ni menos, que el hecho de estar vivos. Sentir puede ser el mayor reflejo de la vida. Esos momentos en los que te paras a pensar y eres consciente de tu propia existencia y, por lo tanto, de tu irremediable muerte. 

Es en este límite donde cualquier obra artística le gustaría situarse. La gran mayoría se llevan a cabo con el único fin de ser bellas, de poder agradar de forma consciente al receptor, pero pocas llegan a ser sublimes, a poder conmover de manera irracional e infinita a quien la percibe por alguno de sus sentidos. Immanuel Kant realiza un profundo estudio acerca de dichos conceptos en sus “Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime” (1764), donde, de algún modo, refleja una distinción más que evidente entre ambos, objetivando el término bello y dándole un carácter general para todos los seres vivos. Sin embargo, parece más interesante el concepto de sublime, término relacionado con lo extremo, con lo inconsciente, con aquello que puede provocar en nosotros un vuelco al corazón, que detiene el tiempo y te sumerge en un profundo mar de sentimientos y sensaciones normalmente indescriptibles. 

La primera vez que sentí esa profunda sensación que me dejó sin aliento fue cuando me acerqué por primera vez al borde de un acantilado en mi visita al Cañón del Colorado, llegué a entender cómo el espacio puede hacer sentir a las personas, cómo solamente por la configuración de esas piedras, por donde estaban situadas y por el tamaño de todo aquello que mis ojos apenas alcanzaban a ver, mi corazón latía de una manera distinta a cuando estaba en el coche de camino, ojeando un folleto del “Grand Canyon Natural Park”. Por muchas imágenes que viese, por muchas historias que hubiera escuchado acerca del mismo, no existe nada igual a tu presencia física en el lugar. El aire frío casi helado despeinándote las pestañas, el olor a tierra mojada por todas partes, el eco por la presencia de otra pared-acantilado cercana. Todo eso, sumado a la inmensidad del cañón, consiguieron paralizar mi tiempo. Como bien dicen los físicos, el tiempo transcurre más despacio alrededor de objetos con mucha masa, pues bien, los cinco segundos que pasé al filo de esa pared fueron más largos que las 200 horas de coche que sufrí para llegar hasta allí.

Los juegos del hambre

Los juegos del hambre

“Se repite el invariante de una élite minoritaria que acapara el poder y el control total sobre una población desposeída

A estas alturas del calendario en el que el periodo vacacional toca a su fin a pesar de que las temperaturas siguen altas, los cuerpos nos piden a gritos un parón y casi que una cura drástica tras los excesos estivales. Orden, rutina y disciplina.

Todo cambia. La luz de septiembre ya es distinta. Los repentinos, aunque cada vez menos habituales chaparrones que ya no se llaman gota fría si no DANAs, los anuncios de fascículos o coleccionables en la tele para ayudar a pasar la depresión postvacacional, o para aprovechar más bien la vulnerabilidad de aquellos que ven en la vuelta al cole un auténtico inicio de ciclo y para el que un proyecto periódico y a largo plazo ofrece un asidero de seguridad. Signos inequívocos de que toca empezar a llenar la nevera de healthy food, que es como llaman ahora los modernos a la hierba y a la alfalfa. 

En mi afán de leer novelas a la par que mi hija adolescente, para al menos tener una excusa para hablar y compartir experiencias, acabo de terminar una novela popularizada al haberse llevado a la gran pantalla. “Los juegos del hambre”. Es una novela orientada al público joven, y que como casi todas las historias de corte distópico se ambientan en un futuro más o menos lejano y postapocalíptico en el que los desequilibrios son la piedra angular en torno a la cual gira la trama y toda la historia.

He leído muchas, ya que es un género que siempre me ha fascinado, y en todas ellas se repite el invariante de una élite minoritaria que acapara el poder y el control total sobre una población sometida, alienada, desposeída y deprimida que espera la ansiada llegada de un mesías, que tras realizar el camino del héroe derrumbe los cimientos de la estructura del poder, que se descubre frágil y ciertamente inestable. Casi siempre hay profecías y oráculos que anticipan que el día llegará. Y todo ambientado en un imaginario arquitectónico brutalista descarnado, de pureza geométrica y orden clásico construido sobre los escombros de una sociedad que colapsó de éxito.

Aldous Huxley, Isaac Asimov, Ray Bradbury, George Orwell, Philip K. Dick, y otros tantos genios han trabajado este género ligado a la ciencia ficción, pero que, en el fondo, tratan sobre las más antiguas preocupaciones y los miedos esenciales de la humanidad, proyectadas en un futurible a modo de advertencia o de pedagogía sociológica.

¡Qué comiencen los juegos del hambre!

El centro social

El centro social

“Los romanos lo convirtieron en el foro, los cristianos en las plazas de las catedrales y los skaters en la plazoleta del ayuntamiento

Ya desde la época griega, los centros cívicos siempre han girado alrededor de las plazas, de los puntos de encuentro abiertos situados estratégicamente en el corazón de un entorno urbano demandante de movimiento, con usos complementarios como comercios, viviendas, ocio, entretenimiento o esparcimiento para el recreo. Las ágoras griegas eran espacios de debate, lugares donde la población ponía en común diferentes formas de ver la vida, la economía o la política. Seguramente, en una de estas plazas nació la democracia ateniense que, con el tiempo, iría transformándose y adaptándose a los caracteres de los gobernantes de cada época. Sin embargo, el espacio de reunión social siempre ha permanecido presente a lo largo de toda nuestra historia, los romanos lo convirtieron en el foro, los cristianos en las plazas de las catedrales y los skaters en la plazoleta del ayuntamiento de su pueblo. 

Con la llegada de la revolución industrial y del levantamiento de barrios enteros dedicados exclusivamente al alojamiento en masa de comunidades de todo tipo, nacieron, a raíz de la necesidad de asociación, edificaciones con un único objetivo: crear comunidad. Oasis sociales entre bloques de viviendas que intentan ser el sustitutivo del ágora pero que, difícilmente lo consiguen. A la gente le gusta relacionarse al aire libre, en una plaza con bancos para sentarse y a la sombra de algún árbol, y si llueve, en un soportal. Así que, estos centros sociales tuvieron que buscar la manera de organizar actividades que fomenten la relación, desde el intercambio de libros, hasta talleres de informática. Pero quizás no está ahí la clave del éxito, quizás no es la función la que debería predominar en estos lugares, sino la creación de un entorno que promueva simplemente el bienestar. Lugares agradables donde la gente disfrute viendo las horas pasar. Porque solo el tiempo es generador de comunidad. Solo el roce hace el cariño.

Estos proyectos necesitan ser una herramienta para influir en el potencial humano y es muy difícil conseguir este objetivo tan arrogante en un aula rectangular de 30 metros cuadrados ventilada por huecos de ventanas verticales al fondo. La diversidad cultural y la identidad local deben reflejarse en el diseño, promoviendo así un verdadero sentido de pertenencia y reconocimiento de la comunidad. Cuestión que no se consigue simplemente pegando póster de Tomatito en el “rincón gitano”.

Castillos en la arena

Castillos en la arena

Un cerebro consciente y unas manos versátiles otorgan un poder casi divino al que es difícil renunciar

Desde que somos muy pequeños, se despierta en nosotros el interés por construir. Es algo inherente a nuestra naturaleza. En cuanto nos ponen delante cualquier sustancia moldeable o material apilable, nuestro foco de atención se centra en ello; es algo casi magnético. Y es que la combinación de un cerebro consciente y unas manos tan versátiles otorgan un poder casi divino al que es difícil renunciar. En la más íntima y profunda abstracción mental, jugamos a ser dioses con poder ilimitado.

En la playa es habitual observar cómo niños (y no tan niños) pierden la noción del tiempo delante de un montón de arena y ante el reto de alcanzar la gloria. A veces en solitario, otras tantas en grupo. Y a poco que analicemos con un mínimo de atención veremos aflorar los distintos roles que definen al individuo y a la sociedad en su conjunto.

Por un lado tenemos a los planificadores. Trazan sus ejes y replantean con ambición el proyecto de lo que pretende ser, esta vez sí, el castillo definitivo. Por otro lado, nos encontramos con los urbanistas y paisajistas, que a vista de pájaro tratan de dominar el territorio trazando caminos, moldeando el relieve, zonificando organizadas áreas de cultivo y para los que el castillo es lo de menos. También están los ingenieros, preocupados de los puentes, túneles y fosos, siempre buscando el límite de la resistencia que un material como la arena permite, descubriendo de forma empírica el gran poder de la bóveda , el arco, el contrafuerte y el talud.

Los hay preocupados por la pureza geométrica, el orden y la simetría. Otros, se esmeran en adornar y trabajar los detalles dejando al barroco por los suelos. Algunos se esfuerzan por alcanzar las nubes con inmensas torres verticales que a duras penas se sostienen gracias a la humedad, y otros colonizan en horizontal hasta el fin del mundo… o hasta la toalla extendida de la señora que sentada observa detrás de sus gafas de cerca.

Hay auténticos líderes, que organizan el trabajo y gestionan los procesos apoyándose en otros que son felices ejecutando con mimo ese tramo de muralla defensiva que le ha sido encomendado.

Y como no, nunca puede faltar el beligerante, que casi desde el mismo instante en el que comienza la construcción ya está pensando en cómo arrasar con sus huestes la fortaleza, a ser posible con proyectiles y artillería pesada, o mejor aún, como un auténtico Godzilla desatando el apocalipsis final.

En la arena forjamos sueños efímeros, mientras el mar, paciente, aguarda un nuevo reinicio.

Aquí no hay quien viva

Aquí no hay quien viva

“Existen vecinos ruidosos, fiesteros, estudiosos y aquellos que observan por la mirilla cada vez que oyen algún ruido

La versatilidad de las formas de habitar puede ser tan amplia como nuestro cerebro esté dispuesto a asimilar. En la Indonesia hinduista, dos o tres familias comparten un mismo espacio social en el interior de sus parcelas. Mientras que, en la otra parte del mundo, en infinidad de pueblos españoles de tipología de manzana cerrada, cada familia cuenta con su propia vivienda unifamiliar entre medianeras pero, a pesar de ello, realmente pasan la mayoría del tiempo sentados en una silla en la puerta de casa, en una acera de apenas 2 metros de ancho. 

En los núcleo urbanos, las edificaciones residenciales más habituales consisten en bloques de vivienda en altura que congregan a un gran número de personas en una pequeña superficie de terreno. El crecimiento en altura, la forma de controlar el esparcimiento en extensión sin control, con los respectivos costes económicos y medioambientales que suponen la ejecución de infraestructuras para dar servicio a todo el mundo. El paradigma de las soluciones habitacionales de los últimos siglos, que ha traído tantos beneficios como guerras internas entre los vecinos que quieren contratar un portero y los que prefieren ahorrarse esa cuota de la comunidad.

No cabe ninguna duda de que la especie humana es un ser social y que, sin las relaciones personales, no podríamos prosperar como sociedad bajo ningún concepto. Todos sabemos que el roce hace el cariño, pero también la herida. Los espacios de relación social han sido siempre uno de los puntos fuertes de grandes estrategias de arquitectura, desde la Unité d´Habitation de Le Corbusier en Marsella, hasta el edificio mirador de MVRDV en Madrid. Todos ellos buscando una forma de convivencia orgánica que sea beneficiosa para todos los inquilinos pero, a veces, se pasa por alto que no todas las personalidades son iguales, ni mucho menos. Existen vecinos ruidosos, fiesteros, estudiosos, aquellos que observan por la mirilla cada vez que oyen algún ruido por los pasillos y los que son tan recelosos de su intimidad que no les gusta ni compartir ascensor con su vecino del cuarto.

Las peleas entre vecinos son ya una muletilla cómica digna de un cómic de Ibañez y una sitcom de televisión. Pueden llegar a ser una pequeña muestra de los problemas y actitudes más recurrentes de una sociedad concreta en un tiempo determinado. El portero cotilla, el sucio piso de estudiantes y la señora mayor a la que sus nietos no van mucho a visitarla. 

Skyfall

Skyfall

“Ciudades abandonadas que, como herrumbrosos buques varados en playas solitarias, nos recuerdan que nada es eterno

Pues ya pasó. Ya somos mas de Ocho mil millones de almas habitando al unísono el planeta azul. Azul, o rojo granate según los mapas del tiempo de las televisiones, empeñadas en reeducarnos y concienciarnos en nuevos modos de vida más “sostenibles”. Según las estimaciones oficiales, hace solo unos meses se rebasó la citada marca impulsada por la India y China que ya suponen casi el 40% del total de la población mundial.
Y es que episodios locales a parte como puedan ser grandes guerras, epidemias, holocaustos o catástrofes varias, la expansión poblacional humana ha experimentado un crecimiento sostenido y exponencial, al menos en los últimos seiscientos años. Y así parece que vamos a continuar al menos a medio plazo, pues se espera que antes de que acabe el medio siglo habremos alcanzado la cifra de diez mil millones.
Y en nuestro afán de especie de dejar huella y transformar el territorio, las grandes operaciones y macroproyectos crecen al mismo ritmo. Esto no es nuevo, pues solo hay que fijarse en las milenarias pirámides de Egipto y las obras hidráulicas para irrigar el valle del Nilo; la gran Muralla China y la ciudad prohibida de Pekín; o la inmensa red de autopistas que conecta la práctica totalidad de las grandes ciudades de Europa. Y lo que plantamos para bien o para mal mantiene su impronta y presencia por generaciones.
Nada es eterno y ninguna civilización destaca sobre las demás por tiempo ilimitado. De hecho, los periodos de dominio cada vez son más cortos. Los romanos hicieron suyo el mundo durante casi mil quinientos años. Los españoles, portugueses, ingleses y franceses compitieron y se sucedieron a lo largo de seiscientos años. Ahora, la hegemonía estadounidense con poco más de un siglo de liderazgo enfrenta la amenaza de un gigante oriental que está decidido a tomar el relevo.
Y fruto de este dinamismo, el mundo se va llenando de grandes instalaciones y ciudades abandonadas, que como herrumbrosos buques varados en playas solitarias nos recuerdan que el afán expansivo de la humanidad encuentra su límite en su propia naturaleza. La ciudad isla de Hashima en Japón, es solo un pequeño ejemplo que ilustra muy bien esta reflexión. Hoy se nos aparece como un poético y sugerente vestigio de un tiempo ya pasado. En el momento de mayor apogeo, casi seis mil personas llegaron a habitar este solitario enclave minero. 100 años de vida que hoy es inspiración de distopias y escenario para películas.

Desert point

Desert point

“La mayoría de las edificaciones gozan de muros, techos, puertas y ventanas, pero no todos nosotros las usamos de la misma manera

A pesar de que el lenguaje de la arquitectura es muy parecido en todo el mundo, las maneras de habitar pueden llegar a ser diametralmente contrarias. El clima, la cultura y el entorno son solo algunos de los puntos que condicionan la forma que tienen los seres humanos de vivir y relacionarse con los demás. La mayoría de las edificaciones gozan de muros, techos, puertas y ventanas, pero no todos nosotros las usamos de la misma manera. 

En Marruecos, la importancia de las paredes es crucial, gruesos muros con pequeñas aperturas aíslan del calor y del viento a toda la comunidad mientras que, por el contrario, en Indonesia, la importancia reside en la ausencia de estos paramentos verticales. Las familias pasan la mayoría del día al aire libre, protegidos del sol por apenas una cubierta ligera soportada por cuatro pilares de madera y abierta en todas sus caras. Los espacios cerrados están reservados para solo un par de acciones: cocinar, dormir y defecar. Y a veces ni eso…

Las formas de habitar no solo afectan a las estructuras de la vivienda, sino a múltiples cuestiones culturales. Todos tenemos integradas ciertas costumbres que han sido transmitidas de generación en generación, como encender el brasero de la mesa camilla en invierno en algunas zonas de España, o tomar el té a media tarde en Inglaterra. Se trata de hábitos propios de un tiempo y un lugar, pero no cabe ninguna duda de que pueden llegar a asimilarse por cualquiera de nosotros a través de una buena integración y adaptación al entorno.

De una manera muy orgánica, cualquier occidental acostumbrado a las tardes de manta y pelis, puede llegar a cambiar su rutina sin apenas darse cuenta, hasta pasar horas y horas en el porche lateral de cualquier chambao exterior y quitándose los zapatos de manera instintiva para entrar en cualquier sitio.

Aunque a veces no nos demos ni cuenta, la arquitectura es una extensión de nuestro cuerpo. Es presa de una escala, una función y una armonía, y debe responder a las necesidades de quien la utiliza. Pero, en algunas ocasiones, somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ella. Como cuando coges un coche desconocido por primera vez y tienes que hacerle algunos kilómetros para llegar a sentirlo tuyo. La casa se hace a ti, de la misma forma que tú te haces a ella. Solo el tiempo puede llegar a adaptar el espacio.

Rascainfiernos

Rascainfiernos

“Una casa sin ventanas enterrada y oculta en el jardín trasero de uno de los grandes genios de la arquitectura

Desde que soy muy pequeño, tanto como hasta donde me alcanza la memoria, he sentido una cierta atracción hacia ciertos edificios que veía de forma recurrente en mis periódicas visitas a Madrid y Segovia. Año tras año transitábamos por los mismos sitios, observando por la ventanilla del coche los distintos hitos que hacían posible no perder la noción del tiempo en eternos viajes de más de 8 horas. El cerro de los Ángeles, epicentro de la geometría nacional, el pirulí de Torre España, el paso bajo la grada del difunto Vicente Calderón, el Scalextric de Atocha… todos indicaban de forma irrefutable que llegar, llegábamos.

De estas marcas del reloj de viaje, había una por la que sentía una especial atracción, a medio camino entre el pavor y el morbo. Ya pasado el arco de la Victoria de Moncloa, rumbo al puerto de Navacerrada por la autopista de la Coruña, asomaba entre la espesura boscosa de la Ciudad Universitaria un extraño habitante de hormigón de forma circular y espinosa. Por su aspecto, me imaginaba que sería una especie de tribunal en el que se ajusticiaba tras agotadoras sesiones de tortura en las mazmorras de sus sótanos a malvados reos. El caso es que nunca preguntaba cuál era la función de ese singular edificio que hacía volar mi imaginación y que en más de una ocasión aparecía en algún que otro sueño de los de despertarse con el corazón acelerado.

Más tarde, cuando empecé a interesarme por la arquitectura, indagué y descubrí que esta “joya” del brutalismo nacional, conocida como la corona de espinas, era obra de Fernando Higueras. El mismo arquitecto del edificio de las jardineras de hormigón de la Calle Alberto Aguilera, que tanto llamaba mi atención cuando salía de la parada de metro de San Bernardo. La geometría radial, su estructura descarnada y volada, la potente luz cenital a través de su óculo central hasta el nivel de la biblioteca y su sección anular lo convierten en un atemporal tributo a la audacia. Lo de menos es el uso que alberga, pues ha tenido diversos habitantes que para decepción personal, ninguno de ellos incluía sesiones de juicios sumarios con togados de largas pelucas.

 Pues este peculiar artista, pasó los últimos 30 años de su vida en un bunker autoconstruido en el jardín trasero de su casa. Una autentica casa cueva de dos niveles soterrados, sin ventanas, de planta cuadrada y con un gran lucernario esquinado por el que la luz inunda los espacios creando una atmosfera única, cálida y confortable. Sobriedad, modestia y excentricidad propias de un genio olvidado.

Una y otra vez

Una y otra vez

“Repetir parece aburrido porque te impide descubrir cosas nuevas pero, sin embargo, te permite descubrir otras

Obras artísticas tan dispares como las fachadas de la plaza San Marcos de Venecia y cualquier canción actual de reguetón comparten la misma clave del éxito, la repetición. La presencia de un ritmo, más bonito o más feo, más rápido o más lento, consigue embaucar hasta el más escéptico. Es algo primario, como quedarse embobado mirando al fuego de una hoguera o contemplar sin parar las olas del mar, constantes, eternas.

Repetir una y otra vez la misma acción termina generando hábitos y costumbres, y aunque el hábito no hace al monje, al final, el “monje” acaba comportándose como tal. Si cada mañana salimos a desayunar y nos sentamos en la misma mesa, en la misma silla y tomamos el mismo café, acabaremos sintiendo ese espacio como nuestro, como parte de nosotros. Llegaremos incluso a ser más eficientes, es posible que el camarero nos ponga directamente la comanda sin pedirla, apartaremos la silla con un sutil movimiento de tobillo o agarraremos el café justo por el borde superior de la taza para no quemarnos. Repetir te permite perfeccionar, como Larry Bird tirando tiros libres sin parar durante horas, meses y años, hasta adquirir la capacidad de encestar hasta con los ojos vendados. Repetir es repetitivo pero dinámico porque supone acciones continuadas.

Repetir parece aburrido porque te impide descubrir cosas nuevas, pero sin embargo, te permite redescubrir otras. Te aporta tiempo para reflexionar, te deja aire para interiorizar y a veces, te da incluso el empujón necesario para entender el contrapunto perfecto para la serie.

El ritmo y la repetición en la arquitectura, tanto de elementos, estilos, conceptos o formas ha sido un tema muy recurrente a lo largo de toda la historia, permitiendo avanzar en las tipologías pero de una manera pausada, sosegada y coherente con las necesidades de cada tiempo. Los cambios disruptivos generan mucho ruido, pero solo los cambios sutiles tras una gran cantidad de pruebas y error son los que verdaderamente perduran en el tiempo. Desde la sucesión de columnas en un templo griego, hasta la plaza del instituto Salk de Louis Kahn, la evolución de la arquitectura ha sido totalmente abrumadora pero, en ambas situaciones, percibimos algo escondido que nos atrae, que nos obliga a mirarlas sin parar con un ojo en el detalle mientras el otro, desenfocado, apunta al horizonte. Se repiten las experiencias y las emociones, pero ya paro porque quizás me estoy repitiendo demasiado.

Jose Moreno  y  Javier Peña

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