
El ladrillo invisible
“Casas que fueron de abuelas, de marineros, de familias numerosas y a la par, sueños diminitos.”
Hay casas que no salen en las guías. Que no tienen placa, ni autor, ni salen en Instagram. Viviendas con fachada herrumbrosa, persianas combadas y una portilla de aluminio que tiembla cuando sopla el levante. Es la arquitectura sin épica. La que nadie fotografió en su inauguración porque, sencillamente, nunca la tuvo. Y sin embargo, ahí están. Resistiendo.
Basta con perderse por cualquier centro histórico, pongamos por caso Almería, que lo tiene todo: mar, sol y desconchones, para toparse con una callejuela donde los balcones se inclinan por el peso de las buganvillas y los años. Casas que fueron de abuelas, de marineros, de familias numerosas y a la par fueron sueños diminutos. Algunas parecen salidas de un plano secuencia de Los santos inocentes si lo hubiese dirigido Hamaguchi. Una mezcla entre decadencia y dignidad, entre mugre y memoria.
Y uno se pregunta por qué esta arquitectura tan modesta nos conmueve. Quizá porque está libre de artificio. Porque no presume. No fue pensada para ganar premios ni ilustrar artículos. Fue hecha para habitar, punto. Para hacer migas cuando llueve, tender sábanas al sol y discutir en bata con la vecina del tercero.
A veces nos deslumbra el gesto del gran maestro, la vivienda unifamiliar en pendiente con forjado volado visto y ventanales en triple altura. Pero rara vez nos paramos ante una casa encalada y partida, con su zócalo de azulejos horteras y su buzón torcido, como si la pobreza también fuera un fallo estético. Y no. Esa vivienda lleva décadas diciendo: aquí se ha vivido. Con goteras, con cariño, con arreglo de fontanería hecho por el cuñado…si, pero se ha vivido.
La ciudad, como el cine, necesita secundarios. No todo puede ser decorado principal ni gran plano general. Hace falta también el fondo, el contexto, el personaje mudo que sostiene la escena. Esa casa que no dice nada y lo dice todo. Que en su silencio nos recuerda que la historia no solo la escriben los arquitectos, sino también los albañiles sin planos, los yeseros poetas y los inquilinos con imaginación.
En Almería, muchas de estas viviendas esperan su segunda vida. Algunas serán rehabilitadas con esmero mientras otras serán arrasadas con entusiasmo por el siguiente pelotazo inmobiliario. Las más afortunadas acabarán siendo Airbnb de «encanto auténtico», donde el visitante nórdico alucinara con los suelos hidráulicos originales mientras ignora que, hace solo quince años, esa cocina olía a cocido y humedad.
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