Volver a empezar

“La ciudad no espera. Solo cambia de piel mientras tú vuelves con la arena aún pegada a las pestañas”

Hay un instante preciso, casi cruel, que marca el fin del verano: el momento en que la maleta se vacía en la misma habitación donde hace un mes te prometiste no volver a vivir con prisas. La ropa huele todavía a crema solar, el cuerpo arrastra un tempo más lento y la cabeza, ingenua, se resiste a admitir que el horizonte ya no es azul marino, sino gris hormigón.

Volvemos a la ciudad. A ese escenario que, después de semanas de pueblos somnolientos, playas kilométricas o terrazas con siestas incluidas, parece un decorado demasiado cargado. Todo es ruido, semáforo y prisa. Y sin embargo, lo aceptamos. Porque esta vuelta no es solo geográfica. Es existencial. Pasamos de la arquitectura del sosiego —porches, balcones y toldos— a la geometría implacable de la rutina: fachadas alineadas, calles que convergen sobre sí mismas y persianas que suben al ritmo de una agenda que no admite sorpresas.

Lo más curioso es que, en verano, la ciudad no se detiene. Mientras tú jugabas a vivir como en una película italiana de los 60, ella mudaba su piel. Las obras avanzaron sin tu permiso. Aquel puente mastodóntico que partía la ciudad ha desaparecido, las tiendas han mutado sus escaparates y hasta los pasos de peatones parecen más blancos mientras la peatonalización de la arteria principal de la ciudad avanza a ritmo de time-lapse. La ciudad, como una amante fría, no te extraña, no te espera. Solo cambia de piel mientras tú vuelves con la arena aún pegada en las pestañas, sabedora de que acabarás irremediablemente atrapado en ella como otras tantas veces.

Y ahí te encuentras tú, otra vez reaprendiendo a mirar fachadas después de un mes mirando horizontes. Descubriendo que el azul intenso del mar se ha convertido en el reflejo azulado de un ventanal de oficinas. Que las olas que antes golpeaban tu oído son ahora el zumbido sordo de la barredora de Piquersa. Que los atardeceres en Technicolor han dado paso al naranja vapor de sodio de las farolas. Si en agosto la arquitectura era piel desnuda y luz cruda, en septiembre vuelve a ser armadura: vidrio, metal y hormigón conteniendo nuestras urgencias.

Y como si el verano se resistiera a irse del todo, septiembre nos regala su extraño ritual de lluvia roja. Esa mezcla improbable de barro y melancolía que empapa fachadas y deja coches cubiertos de polvo africano, recordándonos que hasta en la ciudad hay desiertos que nos rozan. Los toldos manchados parecen lienzos y el asfalto se tiñe de ocre, como si alguien hubiera querido darle un filtro nostálgico al escenario urbano, pero sin la entidad suficiente como para que apetezca hacer migas.

Hay algo casi cinematográfico en este retorno. Como en Lost in Translation, pero sin Tokio ni Scarlett Johansson: tú, frente al cruce abarrotado de otros tantos infelices viendo pasar coches que llegan tarde a algún lugar, intentando recordar que tenía de fascinante este caos.

La ciudad, en el fondo, también es un espectáculo. Un decorado que cambia de guion con cada estación. En verano nos parece inhóspita, pero en cuanto empieza a refrescar, recupera cierta épica: las luces tempranas encendiendo ventanas, el olor a plancha del bar de la esquina, o la piel del asfalto recién baldeado brillando como si Scorsese hubiera decidido rodar en tu calle.

Al final, regresar no es solo volver al trabajo: es reconciliarse con la densidad. Con ese tejido urbano que, aunque nos agobie, también nos sostiene. Y quizá ahí esté la enseñanza oculta: que necesitamos el vacío para apreciar la trama. Que sin el silencio del pueblo y el campo, la ciudad no hablaría tan alto.

Así que desempolva las gafas de sol (no por glamur, sino por los reflejos de los ventanales), ajusta el paso y acepta el cambio de escenario. Porque la vuelta a la ciudad, con todos sus ángulos y aristas, también es parte de la película. Y, quién sabe, puede que en algún plano fugaz la arquitectura te regale un instante de belleza capaz de competir con el horizonte infinito del mar.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *