
Aquí no hay quien viva
“Existen vecinos ruidosos, fiesteros, estudiosos y aquellos que observan por la mirilla cada vez que oyen algún ruido”
La versatilidad de las formas de habitar puede ser tan amplia como nuestro cerebro esté dispuesto a asimilar. En la Indonesia hinduista, dos o tres familias comparten un mismo espacio social en el interior de sus parcelas. Mientras que, en la otra parte del mundo, en infinidad de pueblos españoles de tipología de manzana cerrada, cada familia cuenta con su propia vivienda unifamiliar entre medianeras pero, a pesar de ello, realmente pasan la mayoría del tiempo sentados en una silla en la puerta de casa, en una acera de apenas 2 metros de ancho.
En los núcleo urbanos, las edificaciones residenciales más habituales consisten en bloques de vivienda en altura que congregan a un gran número de personas en una pequeña superficie de terreno. El crecimiento en altura, la forma de controlar el esparcimiento en extensión sin control, con los respectivos costes económicos y medioambientales que suponen la ejecución de infraestructuras para dar servicio a todo el mundo. El paradigma de las soluciones habitacionales de los últimos siglos, que ha traído tantos beneficios como guerras internas entre los vecinos que quieren contratar un portero y los que prefieren ahorrarse esa cuota de la comunidad.
No cabe ninguna duda de que la especie humana es un ser social y que, sin las relaciones personales, no podríamos prosperar como sociedad bajo ningún concepto. Todos sabemos que el roce hace el cariño, pero también la herida. Los espacios de relación social han sido siempre uno de los puntos fuertes de grandes estrategias de arquitectura, desde la Unité d´Habitation de Le Corbusier en Marsella, hasta el edificio mirador de MVRDV en Madrid. Todos ellos buscando una forma de convivencia orgánica que sea beneficiosa para todos los inquilinos pero, a veces, se pasa por alto que no todas las personalidades son iguales, ni mucho menos. Existen vecinos ruidosos, fiesteros, estudiosos, aquellos que observan por la mirilla cada vez que oyen algún ruido por los pasillos y los que son tan recelosos de su intimidad que no les gusta ni compartir ascensor con su vecino del cuarto.
Las peleas entre vecinos son ya una muletilla cómica digna de un cómic de Ibañez y una sitcom de televisión. Pueden llegar a ser una pequeña muestra de los problemas y actitudes más recurrentes de una sociedad concreta en un tiempo determinado. El portero cotilla, el sucio piso de estudiantes y la señora mayor a la que sus nietos no van mucho a visitarla.
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