Castillos en la arena

Un cerebro consciente y unas manos versátiles otorgan un poder casi divino al que es difícil renunciar

Desde que somos muy pequeños, se despierta en nosotros el interés por construir. Es algo inherente a nuestra naturaleza. En cuanto nos ponen delante cualquier sustancia moldeable o material apilable, nuestro foco de atención se centra en ello; es algo casi magnético. Y es que la combinación de un cerebro consciente y unas manos tan versátiles otorgan un poder casi divino al que es difícil renunciar. En la más íntima y profunda abstracción mental, jugamos a ser dioses con poder ilimitado.

En la playa es habitual observar cómo niños (y no tan niños) pierden la noción del tiempo delante de un montón de arena y ante el reto de alcanzar la gloria. A veces en solitario, otras tantas en grupo. Y a poco que analicemos con un mínimo de atención veremos aflorar los distintos roles que definen al individuo y a la sociedad en su conjunto.

Por un lado tenemos a los planificadores. Trazan sus ejes y replantean con ambición el proyecto de lo que pretende ser, esta vez sí, el castillo definitivo. Por otro lado, nos encontramos con los urbanistas y paisajistas, que a vista de pájaro tratan de dominar el territorio trazando caminos, moldeando el relieve, zonificando organizadas áreas de cultivo y para los que el castillo es lo de menos. También están los ingenieros, preocupados de los puentes, túneles y fosos, siempre buscando el límite de la resistencia que un material como la arena permite, descubriendo de forma empírica el gran poder de la bóveda , el arco, el contrafuerte y el talud.

Los hay preocupados por la pureza geométrica, el orden y la simetría. Otros, se esmeran en adornar y trabajar los detalles dejando al barroco por los suelos. Algunos se esfuerzan por alcanzar las nubes con inmensas torres verticales que a duras penas se sostienen gracias a la humedad, y otros colonizan en horizontal hasta el fin del mundo… o hasta la toalla extendida de la señora que sentada observa detrás de sus gafas de cerca.

Hay auténticos líderes, que organizan el trabajo y gestionan los procesos apoyándose en otros que son felices ejecutando con mimo ese tramo de muralla defensiva que le ha sido encomendado.

Y como no, nunca puede faltar el beligerante, que casi desde el mismo instante en el que comienza la construcción ya está pensando en cómo arrasar con sus huestes la fortaleza, a ser posible con proyectiles y artillería pesada, o mejor aún, como un auténtico Godzilla desatando el apocalipsis final.

En la arena forjamos sueños efímeros, mientras el mar, paciente, aguarda un nuevo reinicio.

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