El Eternauta

“La casa de los protagonistas se convierte en trinchera. Se precintan puertas y ventanas. En el exterior solo espera la muerte.

Un extraño manto blanco cubre Buenos Aires por completo. No es nieve: es una bruma tóxica que te mata al instante. El mundo exterior se ha vuelto inhabitable y la única salvación posible parece encontrarse en cualquier espacio cubierto. Así comienza El Eternauta, el mítico cómic de Oesterheld y Solano López, y también la reciente serie de Netflix que lo adapta. Desde un primer momento se presenta una fuerte tensión entre la dualidad del adentro y el afuera, entre lo doméstico y lo desconocido, lo seguro y lo hostil. Se trata de una de las cuestiones que atraviesa toda la historia de la humanidad y, por lo tanto, toda la historia de la arquitectura.

La casa de los protagonistas se convierte en trinchera. Se precintan puertas y ventanas. En el exterior solo espera la muerte, así que la arquitectura deja de ser el fondo de la historia para volverse protagonista. La vivienda ya no es solo un escenario neutro, sino un sistema vital de defensa: el escudo que protege de los ataques de los enemigos, cada cerramiento es sinónimo, no solo de cobijo, sino también de resistencia.

En un mundo dominado por lo desconocido, lo doméstico adquiere multiplicidad de significados. Habitar no es simplemente ocupar un espacio, sino dotarlo de significado. Una mesa puede ser el punto de encuentro y los sofás del salón, una asamblea improvisada. En ese sentido, El Eternauta no solo nos expone el refugio como defensa, sino el hogar como posibilidad de reconstrucción. Nuestro hábitat se convierte en el corazón de nuestra existencia, como ya nos tocó vivir fuera de la ficción en la pandemia del 2020. Estar encerrado en un espacio concreto te obliga a repensarlo, valorando aún más lo cotidiano y entendiendo la ciudad como una sumatoria de interiores, no como un decorado con luces navideñas.

Lo interesante de la premisa de la serie es que, la arquitectura no hay por qué medirla en metros cuadrados, ni por la calidad de sus acabados, sino mediante sus grados de protección. Los filtros o capas que separan el interior del exterior aportan la seguridad que todos necesitamos, bien sea frente al repartidor de Amazon o frente a una nevada tóxica asesina. Tal vez, en un mundo cada vez más hostil, necesitemos volver a mirar nuestras casas, no como bienes inmuebles de rentabilidad variable, sino como envolventes de humanidad. Como la última frontera ante la tormenta, que nos permite sobrevivir mientras seguimos tirados en el sofá viendo series de ficción.

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