
El juego del lujo
“vivir una experiencia que logre arañarles una chispa de emoción en una vida anestesiada por la abundancia”
Estos días he vuelto a revisar la primera temporada de El juego del calamar, y sus escenarios y planteamientos arquitectónicos me han parecido especialmente reveladores. Y no me refiero a las enrevesadas escaleras coloridas, inspiradas en la Muralla Roja de Ricardo Bofill, que ha terminado por convertirse en un símbolo, no solo de Instagram, sino también de la propia serie de televisión. Si no a sus antagonistas, su cara B.
Me refiero a esas habitaciones oscuras, revestidas de lujo decadente, donde los millonarios de la serie deambulan antes de cada juego, o a las salas de visionado, en las que disfrutan de todo tipo de lujos y manjares con el espectáculo de gente muriendo como protagonista, o mejor dicho, como telón de fondo.
Porque para estas personas lo importante no es el juego ni el drama humano, sino el lujo. No les importa el resultado; lo único relevante es vivir una experiencia que logre arañarles una chispa de emoción en una vida anestesiada por la abundancia.
La serie maneja con precisión ese contraste: los espacios de los jugadores se recorren entre colores vivos, luces casi infantiles y escaleras imposibles que recuerdan a un mundo de fantasía. Frente a ello, los espacios de los VIPs apuestan por la oscuridad, los reflejos dorados, la opacidad del mármol y el brillo del metal.
Más allá de su eficacia narrativa, esta elección estética nos invita a una reflexión incómoda sobre el lujo en el diseño contemporáneo, siempre asociado a materiales nobles, fríos y monocolor. Desde los reservados de las discotecas, hasta los hall de los hoteles de cinco estrellas, la arquitectura del lujo parece regirse por un manual no escrito que repite, una y otra vez, las mismas soluciones.
Y aquí surge la paradoja: si el lujo pretende ser sinónimo de exclusividad, ¿por qué todos los espacios parecen iguales? ¿Por qué seguimos diseñando interiores que, en lugar de sorprender, solo reafirman estereotipos gastados? La búsqueda de una experiencia única ha sido reemplazada por la obsesión por aparentar. Un lujo que ya no emociona, ni conmueve, ni provoca, solo demuestra.
En El juego del calamar, los VIPs buscan una forma de emocionarse a través del sufrimiento humano. Quizá deberían empezar por habitar espacios que realmente fueran capaces de conmoverles. Lugares que les recuerden que el verdadero lujo no es lo que brilla, sino lo que emociona. Que ataquen a sus sentidos de manera singular y no como una copia barata del salón de juegos de tu barrio.
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