El número de oro

“Si uno se empeña en encontrar lo que busca, buscará lo que encuentre

Reconozco que el tema sobre el que voy a escribir hoy me perturba. No soy objetivo y lo reconozco. Y tal vez ello se deba a la, en mi opinión, enfermiza obsesión con la proporción áurea que tenía mi profesor de análisis de formas arquitectónicas de la Escuela de Arquitectura, que era algo así como el dibujo arquitectónico de segundo año.

En el campo de las matemáticas, hay algunos números con nombre propio que presentan ciertas características que los hacen especiales y únicos. Son elegantes singularidades matemáticas y filosóficas. Algunos son muy conocidos como los irracionales números “Pi”,  y “e” (número de Euler).

Estos dos números, presentes en las ecuaciones más elegantes de la física y la matemática, tienen un sentido y una razón práctica que los convierte en herramientas fundamentales para el desarrollo de la ciencia. Se han ganado a pulso ocupar su propia tecla en las calculadoras científicas.

Pero si hay un número con nombre propio y con pretensiones de convertirse por derecho de nacimiento en el rey supremo de todos ellos, este es el número “phi” o como mejor se le conoce, número de oro.

Este número, que no es más que la razón o proporción entre dos subsegmentos de una recta que cumplen una determinada condición y que presenta una serie de curiosidades de tipo matemático, llamó mucho la atención de los primeros proto matemáticos griegos, y en especial de Euclides, padre de la geometría. Cuestiones de orden más mitológico y teológico convirtieron este número o razón de proporcionalidad en algo cuasi divino. El número de oro es algo así como el número con el que los dioses o Dios han construido toda la naturaleza, y que por lo tanto ha de ser la base del canon de belleza universal.

En la arquitectura, en la música, en la poesía, pintura o escultura, a poco que uno se esfuerce, encontrará el susodicho número de oro. En la Gioconda, en el David de Miguel Angel, en la fachada del Partenón o en la cabalgata de las Valkirias nos lo encontramos. Pero también lo queremos ver en la concha de un nautilus, en los pétalos de una flor o en el desarrollo espiral de las semillas de un girasol. Y es que el sesgo de confirmación nos hace encontrar lo que queremos buscar.

Me pasé casi un año de carrera buscando rectángulos áureos en las fachadas de la ciudad de Granada, en las plantas de las iglesias renacentistas y en los mosaicos de la Alhambra. Y a poco que uno se empeñase en aprobar, encontraba rectángulos áureos hasta en la sopa.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *