La comodidad
“Entendemos que la intimidad del hogar debe ser cómoda, relajada. Es nuestro búnker”
Lo cómodo es abrir la puerta del portal con el pie, no afrontar los problemas de cara o guardar directamente todos los archivos en el escritorio del ordenador. La comodidad se funde con la facilidad, el pasotismo o la desgana. Quizás por eso nos encanta, porque no supone un desgaste de energía, y nuestra biología está diseñada para castigarnos con 8 horas de sueño cada día para poder continuar en pie afrontando nuestros problemas cotidianos.
Actualmente se exige cierta comodidad a la arquitectura pero nunca ha sido su tema principal, sino más bien la solidez, el refugio y la representatividad. Al estudiar obras del pasado como podrían ser los palacios renacentistas o las viviendas romanas, nos cuesta imaginar cómo podrían vivir allí sus habitantes, sin un apacible sofá en el que tirarse a la bartola a ver Netflix, una bombillas led que se enciendan con la voz o una simple nevera repleta de tabletas de chocolate abiertas.
Porque lo cómodo siempre es lo fácil, lo que no supone esfuerzo. La comodidad implica relajación, no solo física sino mental, un estado de letargo que nos hace vulnerables a cualquier peligro. Entendemos que la intimidad del hogar debe ser cómoda, relajada. Es nuestro búnker. Pero en la vivienda se realizan un sinfín de acciones, desde las más sencillas hasta las más emotivas, y todas ellas bajo el amparo del mismo techo y las mismas cuatro paredes. Sin embargo, si ese techo es considerablemente alto, por muy confortable que sea tu sillón, ese espacio genera tensión y te invita a estar alerta, mientras que, si nuestro techo es tan bajo que casi no entramos de pie, genera intimidad y confianza.
Buscar la comodidad a veces nos hace recorrer un camino empedrado. Nos acostumbra a esconder la suciedad debajo del sofá, a pasar el plumero por los libros sin retirarlos para limpiar en profundidad la estantería o simplemente a consumir comida precocinada de microondas con tal de no implicarnos en la cocina aunque tengamos todo el tiempo del mundo para hacer una paella mixta. Esta actitud nos permite ahorrar algo de energía en ese instante, pero juega en nuestra contra con el transcurso del tiempo. Lo cómodo es sentarte en el escritorio con la espalda encorvada y las piernas cruzadas, pero ya nos pasará factura a los 70 años.
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