
Una y otra vez
“Repetir parece aburrido porque te impide descubrir cosas nuevas pero, sin embargo, te permite descubrir otras”
Obras artísticas tan dispares como las fachadas de la plaza San Marcos de Venecia y cualquier canción actual de reguetón comparten la misma clave del éxito, la repetición. La presencia de un ritmo, más bonito o más feo, más rápido o más lento, consigue embaucar hasta el más escéptico. Es algo primario, como quedarse embobado mirando al fuego de una hoguera o contemplar sin parar las olas del mar, constantes, eternas.
Repetir una y otra vez la misma acción termina generando hábitos y costumbres, y aunque el hábito no hace al monje, al final, el “monje” acaba comportándose como tal. Si cada mañana salimos a desayunar y nos sentamos en la misma mesa, en la misma silla y tomamos el mismo café, acabaremos sintiendo ese espacio como nuestro, como parte de nosotros. Llegaremos incluso a ser más eficientes, es posible que el camarero nos ponga directamente la comanda sin pedirla, apartaremos la silla con un sutil movimiento de tobillo o agarraremos el café justo por el borde superior de la taza para no quemarnos. Repetir te permite perfeccionar, como Larry Bird tirando tiros libres sin parar durante horas, meses y años, hasta adquirir la capacidad de encestar hasta con los ojos vendados. Repetir es repetitivo pero dinámico porque supone acciones continuadas.
Repetir parece aburrido porque te impide descubrir cosas nuevas, pero sin embargo, te permite redescubrir otras. Te aporta tiempo para reflexionar, te deja aire para interiorizar y a veces, te da incluso el empujón necesario para entender el contrapunto perfecto para la serie.
El ritmo y la repetición en la arquitectura, tanto de elementos, estilos, conceptos o formas ha sido un tema muy recurrente a lo largo de toda la historia, permitiendo avanzar en las tipologías pero de una manera pausada, sosegada y coherente con las necesidades de cada tiempo. Los cambios disruptivos generan mucho ruido, pero solo los cambios sutiles tras una gran cantidad de pruebas y error son los que verdaderamente perduran en el tiempo. Desde la sucesión de columnas en un templo griego, hasta la plaza del instituto Salk de Louis Kahn, la evolución de la arquitectura ha sido totalmente abrumadora pero, en ambas situaciones, percibimos algo escondido que nos atrae, que nos obliga a mirarlas sin parar con un ojo en el detalle mientras el otro, desenfocado, apunta al horizonte. Se repiten las experiencias y las emociones, pero ya paro porque quizás me estoy repitiendo demasiado.
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